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Los errores occidentales ante el Covid-19

miércoles 25 de marzo de 2020, 07:56h

Es cierto que la velocidad de propagación de la pandemia ha sorprendido a todo el mundo, incluyendo a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Su director, Tedros Adhanom, acaba de señalar que el ritmo de contagio es increíble a nivel mundial: se necesitaron 67 días para alcanzar los 100 mil casos de infección, luego 11 días para alcanzar los 200 mil y tan sólo cuatro para superar los 300 mil. “Una locura que me rompe el corazón”, ha dicho Tedros.

Sin embargo, a mediados de enero ya se sabía que la principal característica del Covid-16 es precisamente su propagación exponencial. Y desde entonces hay que admitir que sólo China captó el verdadero significado de esa característica. Cuando tenían únicamente 17 muertos y 400 casos identificados, se decidió confinar por completo a una ciudad de 11 millones de personas. A muchos occidentales estas medidas les parecieron excesivas cuando no políticamente incorrectas. Hoy algunos alaban la sabiduría oriental, pero los médicos chinos tienen una explicación mucho más sencilla: Asia y en particular China sufrieron más que nadie en el mundo la epidemia provocada por el SARS en sus distintas versiones. Y eso les sirvió de escarmiento. En cuanto comprobaron que la nueva gripe de fines de 2019 era provocada por un coronavirus nuevo no se expusieron a repetir la amarga experiencia y se lanzaron a poner cortafuegos radicales.

Mientras tanto, en el Occidente desarrollado comenzaban a preocuparse conforme avanzaba febrero. Y surgió una discusión sobre estrategias. Al respecto se usa con frecuencia una metáfora ecuestre. Se avizoraban tres opciones: 1) dejar que el caballo se lance a todo galope, esperando que se canse pronto; 2) contener su avance en un prudente e incómodo trote; 3) tratar de frenarlo por todos los medios. Esta última era la opción china, que a muchos occidentales nos pareció excesiva.

Europa y Estados Unidos se dividieron entre las dos primeras opciones. Reino Unido y EEUU optaron por la primera (galope del virus) y el resto de los principales países europeos lo hicieron por la segunda (contención al trote). Ambas vías presentaban sus argumentos. En el primer caso, la idea era permitir la expansión de la infección para lograr una inmunidad grupal importante que permitirá a renglón seguido concentrarse en los casos graves, mientras la sociedad pudiera continuar funcionando a partir de una alta proporción de inmunizados. La estrategia parecía más segura en el caso británico, porque confiaban además en la fortaleza de su sistema de salud.

En el continente europeo se prefirió la contención no excesiva, descansando sobre dos bases: la apreciable educación cívica de la población y la fortaleza de sus sistemas de salud. Pronto se puso de manifiesto el error de cálculo. Precisamente en el norte de Italia, el área de mayor nivel socioeconómico y con el sistema de salud más robusto del país, estallaba un brote epidémico que pronto pareció indetenible. ¿En dónde residía la causa del grueso error?

La respuesta es múltiple. En primer lugar, la ciudadanía tomó precauciones, pero con una actitud non troppo fanatica, es decir, sólo yendo menos a los restaurantes y a los agradables cafés de la región. En segundo lugar, no tuvieron en cuenta de forma suficiente el peso que tiene en esa población las personas adultas mayores. Algo que suscitó una rápida acumulación de casos graves que necesitaban de hospitalización. Y en tercer lugar, descubrieron de manera inmisericorde lo que hoy señalan algunos documentos epidemiológicos: en ningún país del mundo, el sistema de salud, por sólido que sea, puede aguantar el embate de una pandemia que crece exponencialmente.

En suma, suave disciplina social, mucho peso de adultos mayores y excesiva confianza en el sistema de salud hicieron que la Lombardía y el Véneto se convirtieran pronto en territorio Dante. Una semana después, el Gobierno italiano, preso de consternación, ponía en confinamiento a todo el país. Pero ya era tarde: el trote contenido se había convertido en un galope desbocado. Hoy, cuando hay seis mil fallecidos y cerca de 65 mil contagiados confirmados, las autoridades italianas se preguntan si se estará llegando al pico de la curva de contagio.

España siguió despreocupadamente un camino similar. Revisar los mensajes oficiales desde la suspensión del Mobile de Barcelona el 12 de febrero hasta las manifestaciones del 8 de marzo, dan ganas de reír o llorar, o ambas cosas a la vez. Dos ideas se repetían: los expertos aseguran que la situación sanitaria no será tan grave (al menos no como en Italia) y hay que tener confianza en nuestro sistema de salud, uno de los más potentes del mundo. Desde este punto de partida, el Gobierno ha ido por detrás de los acontecimientos, hablando primero de contención, luego de contención reforzada, hasta llegar a decretar el Estado de Alarma para poder endurecer las medidas sanitarias y de control social. Pero el retraso impidió que tampoco en España resultara posible la contención del galope virulento. Por poner un ejemplo, acciones en Madrid como hacer de IFEMA un macrohospital hubieran sido eficaces un mes antes. Hoy, en los principales focos de infección (Madrid, Cataluña, País Vasco) los hospitales están colapsados y se practica el triaje para seleccionar quien accede al entubamiento en las UCI y quienes no. Al mismo tiempo, el virus se ceba implacablemente en las residencias de ancianos. Así, cuando se sobrepasan los tres mil fallecidos y nos acercamos a los 45 mil infectados confirmados, muchos médicos se preguntan en España si el pico de la curva de contagio no superará al que tenga lugar en Italia.

La otra estrategia, adoptada por Inglaterra y Estados Unidos, tampoco ha resistido el embate de la pandemia. Permitir el desarrollo de la infección para lograr una inmunidad grupal obliga a pagar un precio políticamente inasumible en cantidad de fallecimientos (sobre todo de mayores). Y el sistema de salud británico también ha comenzado a colapsarse. Por eso, tanto Johnson como Trump han tenido que dar un giro y acudir a políticas de confinamiento. En el caso de Estados Unidos la situación puede llegar a complicarse todavía más: sin cobertura de salud para la mitad de la población y con un mandatario que privilegia el mantenimiento del aparato productivo, la cantidad de muertes escala rápidamente hacia la cima del podio. Es difícil saber cuales serán las consecuencias de esta violenta carrera.

Mientras tanto, en América Latina la pandemia recién comienza. Las muertes todavía se cuentan en los países por unidades o por decenas. En lo que hay coincidencia es acerca de que la región posee instrumentos mucho más frágiles de contención. Será muy difícil la disciplina social en países donde una proporción importante de su fuerza laboral está sumida en la informalidad. No se puede esperar que se quede en casa alguien que come de lo que ha conseguido en la calle el día anterior. Por otra parte, sólo unos pocos países latinoamericanos tienen un sistema de salud con cierta solvencia y cobertura. Los gobiernos más previsores han comenzado a impulsar algunas medidas de confinamiento, todavía suaves, y algunas acciones de ampliación del sistema sanitario. Pero la OMS considera que son todavía claramente insuficientes. Algunos observadores sugieren que la crisis será tan grave que serán las fuerzas armadas quienes acabarán controlando el país en un contexto de Estado de Sitio. En todo caso, las autoridades en América Latina deberían aprender de los errores occidentales en el hemisferio Norte para enfrentar la pandemia. Probablemente tengan una mejor referencia en varios países asiáticos: Corea del Sur, o incluso China, que, pese a no ser un Estado democrático, tiene una experiencia indudable en la respuesta a la pandemia.

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