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Igualdad desigual

martes 12 de mayo de 2020, 19:33h

La picaresca está en el ADN de la idiosincrasia nacional, desde Fuenterrabía a Valverde (El Hierro) y desde La Junquera a Santa Cruz de la Palma, pasando por Mahón. A la hora de farfullar mentiras, vivir del cuento, hacer de la precariedad virtud y, no obstante, prosperar, somos maestros preclaros, del Rey emérito abajo, ninguno; o mejor dicho, todos iguales.

Aquí, mientras unos vivimos confinados, otros disfrutan horas de libertad condicional y el poder se trasviste de Mesías redentor.

Entretanto, sus Señorías andan a lo suyo: se ponen el antifaz de todo para el pueblo, pero sin el pueblo y, en sus casas, se echan a representarnos. Cada Señoría cobra, de sueldo, cerca de 3.000€ mensuales, más 1900€ de gastos de desplazamiento todos los que no sean de Madrid, ya que éstos se conforman con 900€; además, cobran gastos de representación, que hay que vestir bien para representar al pueblo; además, gozan de un plus considerable para gastos de taxi, pese a que tienen libre acceso gratis a los transportes colectivos; además, disponen de un teléfono portátil de última generación. Si son algo más que simple Señoría, es decir, portavoz, secretario, presidente de alguna comisión, miembro de la Mesa, etc., añaden otro complemento, además. Todo ello, sin perjuicio del seguro de vida, los derechos de jubilación máxima, adquiridos a partir del momento que retiran su acta, los tiques de la cafetería y la pensión vitalicia que adorna a algunos. Cada Señoría, tirando por lo bajo, nos sale por unos 8.000€ de media, al mes. En esto, representantes y representados somos muy desiguales.

En la década de los sesenta del siglo pasado, Marshall Rosenberg, un psicólogo americano, conceptualizó la técnica y el método de la comunicación no violenta que, por abreviar, camufló bajo la sigla CNV, que voy a utilizar en adelante.

La técnica exige talla humana. Hay que empezar por asumir, en primera persona, que somos falibles, que podemos equivocarnos y, de hecho, a veces lo logramos. Mirarse en el espejo de la conciencia personal es la primera condición para la compasión que, bien entendida, ha de empezar por uno mismo.

A continuación, viene el campo de la empatía hacia el otro, mi semejante, tan señor o tan menesteroso como yo, también capaz de errar y susceptible de no estar a la altura de las exigencias, por tener huecos en la cabeza, delirios de grandeza, o practicar subterfugios de pícaro. Y, sobre todo, la empatía nos abre al mundo de las emociones, que el hombre, antes que racional, es un ser emocional; y las emociones mueven el mundo con más fuerza que las ideas. La empatía nos acerca a la igualdad, por poco análisis fenomenológico que sepamos hacer.

Por último, tras de arreglar la casa por dentro, llega el momento de la expresión honesta de ideas, opiniones, pretensiones, proyectos para resolver problemas y planes para modificar la realidad entorno. Ahora, la CNV se concreta, se hace palabra, comunicación, diálogo real con sentido pragmático.

Comunicar es un medio (por cierto, que la palabra comparte raíz latina con “comulgar”) para establecer un compromiso, algún tipo de acuerdo con el interlocutor que tenemos enfrente. Si no es para entendernos, no vale el esfuerzo de dialogar. En cambio, la comunicación es un camino de ida desde la discrepancia a la igualdad de compartir el diagnóstico del problema y estar conformes con el mismo arreglo.

Esta digresión sobre la CNV era necesaria para medir la distancia fenomenológica de lo que hacen nuestros representantes en el dynamico Congreso y el vaciado Senado. Allá y acullá, en vez de la CNV, se hace gala del lenguaje de arrabal, que denota poca, o mala educación.

No es que a sus Señorías les falte formación; quien menos hasta tiene título de Bachiller Superior; otros continuaron estudiando, quién comenzó estudios superiores y quién los terminó. En esto, somos iguales: el éxito y el fracaso escolar no son ninguna peculiaridad, ni privilegio de ricos, ni maldición para pobres. Claro, que la educación es ajena a los programas escolares.

Convendremos, supongo, que los improperios e insultos no son buen instrumento de comunicación, a no ser que pretendamos instalarnos en el conflicto, que éste sea nuestro cuarto de estar, nuestra zona de comodidad. ¿Será posible esta paradoja?

En política, los insultos siempre han prosperado para degradar al contrario. Al recientemente desaparecido Landelino Lavilla, sus compañeros de UCD lo llamaban la Víbora vaticana, Suárez era el Tahúr del Missisipi y Joaquín Garrigues, por méritos propios de la opulencia de sus analogías, se quedó con El pelícano. Aquellos eran “alias” creativos y aun cariñosos, en algún caso. Hoy, hemos perdido ingenio y gracejo, nos hemos igualado a la baja, y una llama a otro Cacatúa, mientras otro se despacha llamando Payaso al uno. Total que, uno por otro, la casa de la cosa pública sigue sin barrer.

Frente a la CNV, tenemos la comunicación proyectiva. Esta no exige al comunicador que mire hacia dentro y confronte con su conciencia cuál sea su responsabilidad, porque el comunicador proyectivo sólo asume la autoría de los aciertos, los errores son siempre debidos al otro, a su interlocutor. En consecuencia, la lluvia de denuestos y descalificaciones está más que justificada. El comunicador proyectivo siempre está en posición de superioridad, en más, en excelencia, e invita a su contrincante a que se sitúe en menos, abajo, humillado y lleno de vergüenza por sus errores y deficiencias. Tal posición relativa es tan desigual y asimétrica que imposibilita todo diálogo y acuerdo.

La desigualdad no afecta sólo al campo de lo verbal, también lo moral y simbólico están afectados.

El Gobierno – Mesías nos confina, exige docilidad máxima, multa la disidencia, persigue la crítica (la que establece criterio), y luego él no cumple las leyes que le obligan a hacer pública la lista de miembros del Comité de Expertos, que determinan las condiciones de nuestra libertad. En esto, la desigualdad es flagrante. Doctores tiene la Justicia, por si estimaran en ello prevaricación estentórea.

Tampoco el Gobierno – Mesías hace públicos los criterios que establecen la situación real de la ciudadanía: por qué en este pueblo se puede hacer esto, pero en el pueblo de al lado no se puede hacer eso mismo. Estamos al arbitrio que nos hace tan desiguales, que terminar el arresto domiciliario e iniciar la libertad condicional es una gracia otorgada.

La desigualdad entre Vizcaya y Valencia, o entre Vizcaya y Granada viene de muy antiguo. Suárez proclamó aquel principio superlativo –Café para todos- porque él provenía de la Falange Española y de las JONS…; y luego, blindó el cupo vasco y el concierto navarro en la Constitución. Desde entonces, los españoles somos desiguales. Cada día, la fractura es un poco mayor que el día anterior. Cómo será la desigualdad, que Artur Mas, harto de agravios comparativos, montó la que está montada, porque él quería que Cataluña fuera como Euskadi. ¡Natural!. España entera quiere ser igual que Euskadi.

Ahora que la Igualdad es Ministerio y la titular no insulta, ni proviene de aquella Falange, es probable que la logremos. Además, se llama Irene, que es un buen augurio.

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