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Cacofonía múltiple

jueves 21 de mayo de 2020, 18:02h

La Psicología Experimental ha demostrado que, salvo en el caso de los científicos, educados para poner todo en cuestión, cuando hay una “disonancia cerebral”, la persona corriente no atiende, ni oye y, por tanto, no escucha, ni comprende el motivo que contradice sus prejuicios y planteamientos ideológicos previos. La ideología, igual que los dogmas infalibles, viene a ser una muralla mental infranqueable, que repele cuanto amenaza su consistencia.

Este fenómeno explica que ni siquiera los hechos contundentes prevalezcan en la intención de voto y que el Dr. Sánchez conserve una expectativa de 120 diputados, incluso en la encuesta que le resulta más desfavorable.

La esperanza de cambio alberga en las emociones, que son el caballo de Troya capaz de anular el muro ideológico. Sólo las emociones facilitan la evolución de los contenidos del pensamiento.

Pero, sabemos que, en las situaciones de estrés, el hipocampo reduce su tamaño, la inteligencia abstracta huye, el cortisol se vierte a raudales, la inteligencia social regresa a las pautas de la manada, las decisiones son precipitadas ante la barahúnda emocional en que se adoptan y la ansiedad decreta un estado de alarma permanente, inestable, de precariedad incesante y resultados fortuitos. Todo a causa del miedo que inhibe los logros del desarrollo humano.

En tales circunstancias, como bien sabe el imperturbable científico Echenique, se provoca la transición de fase de manera irremediable. Máxime si mantenemos estabulado al lobo que aúlla, en forma de virus apocalíptico.

El lenguaje no verbal de los líderes y prebostes de la cosa pública resulta espantoso: ceño fruncido, miradas iracundas, tono enfático en la porfía y en la amenaza, gestos agónicos en la precipitación de las manos, dedos hirsutos de la intolerancia y tono desabrido del tedio o del asco hacia los congéneres. Todo ello refleja el vertido generoso del cortisol, la hormona del displacer, del miedo y la angustia.

El drama caótico que se vive en las alturas se refleja a diario: retiran de la web del Ministerio de Sanidad informes que contradicen la labor del propio Gobierno; gastan un millón de euros en comprar respiradores, que luego resultan ser aparatos para mantener la presión aérea positiva y continua frente a la apnea del sueño; suscriben contratos de suministro de material sanitario con empresas que carecen de domicilio social; encargan importaciones millonarias de productos sanitarios a talleres de reparación de automóviles; firman informes tres horas después de estar en vigor sus consecuencias. Hasta la Bachiller Adriana Lastra rubrica, con solemnidad, un pacto a tres bandas, que es desautorizado cuatro horas más tarde de haberse hecho público.

Lo más concreto y cierto es el millón largo de denuncias proferidas por las fuerzas de coacción contra el sufrido pueblo español, de cuantía mínima de 600 € y máxima de 30.000. Eso, a sabiendas que el castigo no contribuye a corregir conductas, según atestigua la Teoría del Aprendizaje. ¡Ahí es nada!

El conjunto suena mal, como una cacofonía múltiple, donde cada instrumento tocara una partitura diferente y se burlara del director de la orquesta. Lo cierto es que el resultado carece de fuste. Después, que nadie se extrañe que la marca España resulte odiada por los propios españoles.

El liderazgo es un papel de servicio al grupo o cuerpo social, que asume uno de los miembros de tal agrupación. Sin disposición de servicio, no hay líder. Y servir no equivale a mandar, cosa de dictadores, ni a adueñarse del grupo y sus recursos, que es labor de iluminados.

El homo sapiens acumula, como poco, 60.000 años de experiencia. No es una bestia inmunda que haya que arrear a base de latigazos, a menos que se le haga regresar al Pleistoceno, para hacerle ver que las prácticas del Paleolítico Superior van a constituir una transición de fase progresista…

Una de los soportes en los que el homo sapiens residencia su felicidad es su libertad: tener la ilusión de ser dueño de su propia vida, manejar sus opciones a voluntad. Claro, los psicólogos, aguafiestas donde los haya, dicen que optar entre las diferentes alternativas del momento es fruto del inconsciente. Es decir, que ni siquiera ahí la libertad es neta y llamamos libertad a un espejismo. Esto lo dicen los psicólogos desde el supuesto de que la libertad sea patrimonio exclusivo de la inteligencia racional; pero, la irracionalidad del inconsciente es también peculiar, cada uno tiene la suya y el ejercicio de la libertad, aunque provenga del inconsciente, corresponde a cada sujeto, aunque éste sea una suma algebraica de imponderables.

El inconsciente fue definido como una marmita donde hierve todo lo reprimido, una tienda desorganizada de abarrotes, un desván de trastos viejos, rotos e inservibles que, no obstante, tiene un inmenso poder explosivo, unas veces libidinal, de amor a la vida y otras autodestructor, de aborrecimiento de la misma. Pues bien, en esta incertidumbre confiamos más y mejor que en el Gobierno de España. ¡Cómo estará el patio!

Por alentar la esperanza, conviene recordar que el servicio del líder está en asegurar que el homo sapiens ejerza, que utilice los recursos de su inteligencia emocional, la que es más radical que la racional, pero no incrementando la represión, que es agrandar el inconsciente, sino promoviendo el contacto entre cerebros, que también favorece el ejercicio de la inteligencia social.

Un científico que habla sin aspavientos puede ser más convincente que un político que manotea con las palmas de la mano hacia arriba. El científico puede resultar más soso, no secunda las leyes del márquetin, incluso puede aparecer un poco desmañado; pero, imparte saber, se dirige al sapiens, puede ser mucho más efectivo que el político lenguaraz.

Siempre, quedará abierta la opción de la persona a dejarse gobernar por su mortudo, el principio de muerte, el que rige las toxicomanías, las conductas de riesgo y la propensión a andar al borde del precipicio. No hay gobierno que pueda evitarlo. Es más, muchos gobiernos actúan en función de su propia mortudo, por muy inconsciente y calamitosa que sea; y cada uno debemos hacernos mirar la propia.

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