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Grande-Marlaska, el gran contagiado

jueves 28 de mayo de 2020, 08:12h

En medios judiciales cunde una sorpresa, con bastante grado de decepción, acerca del cambio, que muchos califican de transmutación, de Fernando Grande-Marlaska. De juez valiente que enfrentó las amenazas de ETA, llevando adelante las instrucciones de causas contra la organización terrorista, incluyendo la entrada en prisión de Arnaldo Otegi y paralizando las manifestaciones abertzales, a esta imagen penosa del ministro acorralado y balbuceante que evitaba responder a las preguntas de las y los diputados sobre su implicación en las llamadas que sufrió el depuesto coronel Diego Pérez de los Cobos, la última de las cuales de la Directora de la Guardia Civil, María Gámez, para anunciarle su destitución.

De faisán a patito cojo”, le ha enrostrado la oposición. Y otro de los operadores de justicia, el abogado del Estado, Edmundo Bal, hoy parlamentario, que ha conocido de cerca la trayectoria de Marlaska, recordaba al ministro cuales serían las preguntas que él mismo haría en la instrucción del caso Faisán: “¿Es usted quien ordenó las llamadas al coronel Pérez de los Cobos para reclamarle información sobre un informe secreto? ¿Es usted quien ordenó su cese cuando se negó?”.

Grande-Marlaska buscaba argumentos para explicar cómo era posible que primero destituyera al coronel por falta de confianza y al día siguiente lo hiciera por remodelación del mando de la Guardia Civil. Y en medio, una nivelación salarial que sucedió por coincidencia esos mismos días. Bal preguntó a Marlaska si creía que todo el cuerpo policial estaba compuesto por imbéciles. Pero la pregunta está demasiado circunscrita: debe dirigirse al conjunto de la ciudadanía. En realidad, el esperpento de la actuación del Ministro del Interior en el Congreso ha constituido un insulto a la inteligencia.ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska

Alguna gente se pregunta cómo es posible este notable cambio que ha experimentado Marlaska. Hay que suponer que se trata de un proceso multicausal. Pero creo que uno de los motivos más importantes se refiere a esta reacción de defensa numantina que tiene todo Gobierno acorralado. Y el Ejecutivo de Sánchez lleva ya unas semanitas de verdadero acoso por meter las de andar. Lo más destacado es que cuando parece que se repone de una metedura de pata, mete la otra de inmediato.

El problema es que la defensa numantina de cualquier cosa suele ir acompañada de una combinación de cinismo y descaro. Cuando la evidencia apunta en una misma dirección no hay otro remedio que negarla con cara de mármol. Existe coincidencia en la opinión pública acerca de que esa es regularmente la táctica que emplea Pedro Sánchez. Y esa parece ser la estrategia comunicativa que impera en los círculos decisorios de la Moncloa. Resulta lógico pues que esa sea la línea de actuación que se espera de un ministro de confianza del jefe de gobierno. No es de extrañar que Marlaska sea un contagiado del cinismo y la desfachatez que preside su caucus, algo que antes no se reflejaba en su actuación.

Permítanme que insista en lo que me parece más grave: el efecto que esta forma de hacer política tiene en la cultura cívica y política de la sociedad española. En una de sus últimas notas, Iñaki Gabilondo se quejaba amargamente de la crispación y la falta de sentido de estado que presenta hoy la política española. Pero describía la responsabilidad de esta penosa situación en los siguientes términos: el gobierno comete un error tras otro y eso lo aprovecha la oposición para atacarle de manera inmisericorde e insolidaria. Concuerdo con la segunda parte de la idea, pero rechazo la primera mitad. No, no se trata de un gobierno torpe frente a una oposición sectaria. La responsabilidad del clima irrespirable es completamente compartida. Estamos ante un círculo vicioso de cinismo y polarización. La forma de hacer política de Sánchez es una fuente fundamental de la crispación que padecemos. Usar la mentira y la caradura es una provocación que incita al rechazo y al ataque directo. Es cierto que las fuerzas conservadoras caen en esa provocación gustosas de hacerlo. Pero no hay ninguna forma de restarle responsabilidad al Gobierno de Sánchez-Redondo-Iglesias. A menos que hagamos un análisis sesgado del cuadro insano que socaba la confianza mutua del país.

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