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La marcha de los parados

La marcha de los parados

jueves 13 de enero de 2011, 11:00h

¿Se imaginan una manifestación de 4.500 personas, que cubra los 5 kilómetros de distancia entre el Congreso de los Diputados y el Palacio de la Moncloa, y que entre en el récord de los Guinness no por razones deportivas ni de diversión, sino porque es una cola de parados? El objetivo de esta serpiente nada multicolor sino más bien negra y desesperada es entregarles al presidente del Gobierno y a los partidos políticos un documento de reclamaciones diversas, pero con una principal que prevalece sobre las demás: que perder el puesto de trabajo no signifique también perder la casa ni acabar  tirado en la calle.

    Quienes organizan esta protesta, desde la “Asociación Nacional de Desempleados”, aseguran que la marcha será pacífica, sin pancartas, sin gritos, sin cortar las calles, sin molestar a nadie. Protestan los autónomos asfixiados por los impagos, los estudiantes sin futuro, las amas de casa amenazadas de desahucio, las familias embargadas, las víctimas de las ejecuciones hipotecarias y de los abusos bancarios.

    Piden que se mantengan los 426 euros suprimidos por el Gobierno, que se paralicen los embargos, que se frene el corte del suministro eléctrico y, en fin, que a los grandes perdedores de la actual crisis se les deje respirar. Y que se considere que sus impagos no son fruto de un capricho ni de una provocación, sino de que la pérdida del puesto de trabajo impide que tengan recursos económicos para afrontar los compromisos adquiridos en los tiempos  que, más para unos que para otros, fueron de vino y rosas. Y van más allá: una vez recuperado el empleo, afrontarán con dignidad y con rigor las obligaciones, pero ahora, sencillamente, no pueden, y le piden al Estado auxilio y comprensión.

   Y añaden: “Hay muchos abuelos que, con su pobre pensión, están soportando la carga de sus hijos y de sus nietos”. Y añaden: “Exigimos a los políticos que den ejemplo, que se aprieten el cinturón, que nos hagan caso, que se bajen del guindo de sus privilegios, y que los sindicatos nos hagan caso”.

     Esta es, amigos, la España real. La que no sale a la calle con el hacha de guerra sino la que quiere ser escuchada. La que exige que su grito silencioso resuene en las conciencias. La que está harta de demagogias y de exhibicionismos. La que ya, sencillamente, no puede más.

 

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