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Homofilias (1)

Homofilias (1)

lunes 25 de junio de 2007, 19:46h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes

Bueno, que como desde este pasado finde, Madrid es una fiesta, un derroche de color, un ir y un venir de todo el gayibollerío de Europa, dispuestos a celebrar lo incelebrable. Y no sé por qué, pero justamente en la última semana de junio es cuando tío Mauricio abandona su retiro parisino para venir a España. Claro que no viene directamente a Barcelona, la ciudad de sus ancestros y de su familia. Primero tiene que ir a Madrid, en una especie de profana visita ad limina. Él siempre habla de que debe ir a controlar sus inversiones. Y a mamá le da como el sofoco. Hasta el punto que hace dos años, me vi comisionado por la autora de mis días para mantener una franca conversación con mi pariente. Y, digamos que poco saqué en claro. Mi tío (primo hermano de mamá), un perfecto y maduro caballero, de refinada elegancia, parecía el oráculo de Delfos cuando me dijo: “Sobrino Tito, yo entiendo que los que no entendéis no entendáis que yo entienda”. Una semana después de tan sibilino comentario, tuvo que ser mi sobrina Elisa de las Mercedes, que a la sazón atravesaba su fase barriobajera, quien me diera la clave. “Está claro, tito Tito –me espetó—más claro que el agua. Tío Mauricio es maricón”. Y, dejándome con la palabra en la boca, se largó un mes a París,  a casa de nuestro pariente, para arrasar en las boutiques próximas a la Place Vendôme. Y como única explicación que me dio fue la de “es que los gays son tan monos”...

A partir de ahí y despejada la incógnita (a mamá le di la noticia con todas las salvedades, diciéndole que su primo es homófilo) comprendo –sigo sin entender y ni ganas—la escala madrileña de tío Mauricio. Porque, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y homofílicos niños y niñas que me leéis, durante siete días el madrileño barrio de Chueca es la sede del desmadre, del despadre, de la órgia y de la majórica al indescriptible modo homosex de ambos tres géneros. Porque el ejemplo cunde cada vez más. Y los gays y lesbollos de toda Europa se han propuesto que Madrid, la Villa y Corte, la capital de las Españas multicolores sea un obligado punto de referencia entre el saraserío y el bollerío mundiales.

Nadie se corta ni un pelo. Sea en Madrid o sea en Calzadilla de la Cueza (provincia de Palencia). Si el cuerpo pide ir de reinona (chicos) o de saforuda (chicas) se va y andando. Tal es así que, este finde, a bordo de mi yate, Aitor Idazkariordetza, el jefe de máquinas, un vasco de Ondárroa, de 1,90 de estatura, 1,23 de hombros y sus buenos 90 kilos en canal, ha venido a pedirme –en realidad, a exigirme—que durante estos diez días, en el mástil del yate ondee la bandera arco iris, símbolo del MLH (o sea, Movimiento de Liberación Homosexual). Me quedé de una pieza. Y eso que, haciendo memoria, algún atisbo de su condición sí que apuntaba. Por ejemplo, sus constantes lecturas de la obra poética completa de Kavafis, el póster de Pedro Zerolo que tenía enmarcado en su camarote, los cedés de La Terremoto de Alcorcón que sonaban por los altavoces de la sala de máquinas, su constante muletilla al dirigirse a los marineros de su sección con el “¿entiendes, pues ahivalostia?” y sus uniformes perfectamente planchados, con pantalones impecables, pero de los que marcan paquete.

Si a ello añadimos que, gracias al cotilla de Damián, mi entrometido y redicho valet de chambre, supe que se encontraba divorciado de su esposa, una vasca del Goierri, que en las últimas elecciones municipales era candidata de Acción Nacionalista Vasca (o sea una batasuna de tomo y lomo) creo que el retrato de su militancia homosex estaba más que cantado. Con semejante virago compartiendo mesa, mantel y lecho, tampoco es de extrañar que el buenazo de Aitor (una joya con los motores marinos) cruzase a la acera de enfrente para quedarse a ese lado de la ribera de Eros.

Tuve que llamar a consulta a Paco Carballeira, el capitán de mi yate, para enterarme de si los reglamentos marítimos, nacionales e internacionales, permitían el izado de la bandera gay. Claro que hacerle una pregunta tan directa a un gallego es como para no sacar nada en claro. “Puede ser o no, depende”, es lo que contestó mi capitán favorito. Luego, tras sacudirse tremendo lingotazo de orujo añejo (Adegas Moure, Escairón, domicilio habitual del malvado del Vilariño) me recordó que se puede izar cualquier bandera, salvo la pirata, siempre y cuando la bandera nacional ondee airosa en el pico del palo de señales. Y ahí tenéis al Cap Norfeu Nou, orgullo de los mares, atracado en el club náutico, luciendo en el penol de estribor del mástil de señales la bandera arco iris. Bueno, pequeñines/as míos/as, peor sería que ondease la bandera republicana, ¿verdad?...

Mañana os sigo ilustrando sobre la elegancia social de la homofilia.

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