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'Adéu' a los toros

lunes 26 de septiembre de 2011, 08:27h
    A las ocho y diez de la tarde de ayer, era arrastrado el sexto toro del último festejo taurino que se celebra en Cataluña, después de la prohibición de la fiesta nacional en esta comunidad. Ocurrió en la plaza Monumental de Barcelona, con una terna formada por Juan Mora, José Tomás y Serafín Marín. Fue al catalán Serafín Marín, a quien le correspondió el último astado, de nombre "Dudalegre", y al que le cortó las dos orejas, lo mismo que José Tomás a su primero. Más de 18.000 personas asistieron a la corrida, con el cartel de "no hay billetes" en la taquilla, con "senyeras" y banderas de España en el graderío, con el grito de "Libertad" clamado por el público, y con pequeños grupos de antitaurinos sintiéndose satisfechos y vencedores en los alrededores del coso.

    Los toros, en Cataluña, datan de 1.387, de hace más de seiscientos años, bajo el reinado de Joan I,  y Barcelona llegó a tener tres plazas: El Torín de la Barceloneta, Las Arenas y La Monumental. Toda esa historia ha sido cargada de un plumazo por una decisión política a la que se oponen miles de catalanes. Es más fácil destruir que crear, prohibir que promover, eliminar que proteger, ceder a la demagogia que mantener la cordura de que nadie está obligado a ir a los toros, y que si la fiesta languidece y se muere que lo haga por el cansancio o el aburrimiento o el desafecto de sus partidarios, pero no por una decisión de "ordeno y mando".

     Ahora los catalanes amantes de la tauromaquia tendrán que asistir a las ferias de otros lugares de España, o a Francia donde la tauromaquia ha sido elevada a la categoría de "bien cultural". Ir a Mont-de-Marsan o a Nimes o a Béziers para ver torear al catalán Serafín Marín o al madrileño José Tomás pertenece a un género tan pintoresco y tan absurdo como aquellas expediciones de aficionados al cine que peregrinaban a Perpignan, en los tiempos de la dictadura y la censura, para ver "El último tango en París". No entramos en la polémica entre taurinos y antitaurinos, que cada uno tiene sus razones para apasionarse o para cabrearse con la fiesta nacional. Entramos, y de frente, en la libertad de los que pagan su entrada para asistir a los toros. Y ayer la tauromaquia  --la que apasionó a Goya, a Picasso, a Hemingway, a García Lorca--  ha sido tachada de un plumazo del panorama cultural de Cataluña. Esperemos que, puesto que se trata de una decisión política y tiene marcha atrás si la sociedad lo exige, gobernantes venideros rectifiquen y la fiesta resucite.


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