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Europa no estalla, pero se resquebraja

Europa no estalla, pero se resquebraja

viernes 09 de diciembre de 2011, 09:06h
Todos dicen, en tono cada día más apocalíptico, que el partido que se juega ahora en Europa es decisivo. O más Europa, o Europa estalla. O se refuerza el euro, o adios a la moneda única, con todo lo que puede pasar si volvemos a los esquemas de los años noventa, y vaya usted a saber qué es lo que puede pasar, que en eso tampoco hay consenso. El problema es ese: que los dos 'grandes' quieren imponer a los otros -y no hablamos solamente de los miembros del 'club UE'- integrantes del Viejo Continente una disciplina que es 'la' disciplina franco-germana. Una política tranquila, pero terriblemente tozuda, y un descreído ambicioso se han convertido en los nuevos amos del Sacro Imperio, han decidido demoler los cimientos que impuso el Tratado de Lisboa -bien precario y efímero Tratado, por cierto- y establecer un orden nuevo, que a ellos les beneficia y con el que todos los demás debemos conformarnos para evitar males mayores. Y, claro, ya se han producido las primeras disensiones: especialmente la de Gran Bretaña, que ha vuelto a su 'espléndido aislamiento', o tal vez jamás lo abandonó.

Pero a la mayoría, y desde luego a España, puede que no nos quede otro remedio que ser vagones de la locomotora. Espléndido panorama, es de temer, para incrementar el euroescepticismo ya rampante en tantas otras instancias. Pero, aquí y ahora, no creo que sea conveniente incidir en cualquier postura antieuropeísta, porque creo, al contrario, que Europa es necesaria para España, aunque no sea, no deba ser, la única solución para evitar la vuelta a una autarquía suicida: hay que abrirse a otras opciones no alternativas, pero sí complementarias, como la de la comunidad iberoamericana.

Cierto que la Unión Europea está aquejada no de una crisis económica, sino de una enorme crisis política, que es, sobre todo, la que propicia la mala situación económica. Aquellos grandes líderes de la Comunidad Económica Europea de hace veinte años han sido sustituidos por políticos endebles. Y por burócratas incapaces que han sido colocados en sus puestos por aquellos políticos endebles: ¿qué títulos tiene Herman van Rompuy, por ejemplo, para pretender presidir, nada menos, la UE?. No han sabido gestionar una crisis forjada en los Estados Unidos y de la que Norteamérica poco a poco se va librando, tras habérnosla exportado, por decirlo en términos simples. Tampoco han sabido vencer las perfidias de esas instancias supranacionales, de esas agencias de calificación que se amparan en el término inaprehensible 'mercados', para marcar su propio ritmo. Por no saber, no han sabido ni hacer la guerra al régimen injusto de Libia, ni ayudar a las nacientes democracias en el norte de África, esa vecina que de pronto se nos ha vuelto islamista, con todo lo que ello va a significar.

En la 'cumbre' de los conservadores (que gobiernan en casi todo el Viejo Continente) de Marsella, no hemos escuchado más que lamentos, crujir de dientes y admoniciones, destinados más bien a atemorizar a los 'disidentes' que se resisten a admitir los duros términos del 'merkozyrato' que a describir una situación de manera objetiva. No hemos escuchado demasiadas ideas, la verdad. En el campo socialdemócrata, ahora más bien condenado a la oposición, solo silencios. Nadie sabe, parece, diagnosticar certeramente los motivos y progresos de esta crisis, ni cómo salir de ella si no es imponiendo estrictísimas reglas de control presupuestario y austeridad que van a causar aún más desempleo, y no solamente, por cierto, en España. Es la primera conclusión que se saca de la sesión inicial -una larguísima cena, que concluyó a las cinco de la mañana- de la decisiva 'cumbre' de Bruselas, una 'cumbre' que se va a prolongar, parece, durante el fin de semana.

Pero, en fin, es Europa, la Europa que tenemos y no, seguramente, la que soñaron aquellos padres fundadores Adenauer, Monnet, Schuman, De Gasperi, cuyos esfuerzos culminaron en el Tratado de Roma, en 1957. Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo los puentes y la unidad europea ha experimentado adhesiones, momentos de gloria... y de enorme peligro, como el de ahora.  Los españoles, que tanto sufrimos hasta ser admitidos en el club, hemos dejado pasar varias ocasiones de tener una voz que se escuche en el Viejo Continente, como hemos perdido la oportunidad de jugar más a fondo la baza latinoamericana, que ahí estaba y sigue estando. Una política exterior que ha ido degradándose, que no ha sabido irse acomodando a las circunstancias cambiantes de un mundo que entraba en una nueva era, nos ha ido colocando en el rincón: ¿cómo ha ido posible una Trinidad Jiménez en el Ministerio de Exteriores?¿Cómo esta falta de iniciativas, este empequeñecimiento ante sus colegas euopeos de José Luis Rodríguez Zapatero? ¿Cómo esta desidia de la oposición en los temas internacionales?

Tremenda la oportunidad y el reto que ante sí tiene Mariano Rajoy. Hay que reconocer que, al menos ahora, ha sabido coger el toro por los cuernos, se ha plantado, al fin, donde se tenía que plantar -cuántos berrinches se ha llevado el secretario general del PPE, López Istúriz, ante la galvana de Rajoy a la hora de contactar con los líderes europeos de su propia franja ideológica- y se ha puesto, qué remedio, a las órdenes de quien se tenía que poner, mientras que a quien le toca asistir a la 'cumbre' de Bruselas en representación de España, Zapatero, qué remedio también, se le cuadraba. Hora era ya de ese acoplamiento, de ese pacto nacional, ante los peligros que vienen de fuera...y de dentro.

Pero, claro está, el reto va mucho más allá de la frontera pirenaica; a los españoles ya no nos cabe seguir mirándonos el ombligo, como si fuésemos los únicos responsables de lo que nos ocurre. Veremos qué acaba pasando este fin de semana en Bruselas, una capital que ha dejado de ser, excepto en lo simbólico, el centro de Europa. Ahora, las cosas se cuecen en París y en Berlín. No, desde luego, en Londres ni, menos aún, claro está, en Roma o en Madrid. O en los países nórdicos, felices y ajenos a todo protagonismo en su fría lejanía. Pero será en Bruselas donde la pareja de moda imponga, ya mismo, su ley. Que acabará imponiéndola, porque nadie tiene iniciativas, ganas, fuerza o influencia para otra cosa. Tras este 'annus horribilis' 2011, que ahora los comentaristas empezarán a diseccionar como el último en el que fuimos los confortables, bonachones, bon vivants, despistados, miembros del club, nada va a volver a ser como antes. Eso es, me parece, lo único que hoy por hoy está claro.

Solo cabe esperar, crucemos los dedos ante lo que este fin de semana ha comenzado, que lo que se nos echa encima, sea o no por nuestra culpa, no sea demasiado malo: algunos, sin duda exageradamente, hablan ya de Cuarto Reich, aunque, y encima suspiran con alivio, sin botas, ni bigotillo, ni esvásticas. Otros piensan, quizá con mayor tino, que se ha acelerado la caída del Imperio Romano, tras el cual, no olvidemos, vino esa Edad Media bárbara, empobrecida y convulsa. No seamos, en fin, demasiado apocalípticos y confiemos en que, aunque sea a trancas y barrancas, los mediocres que gobiernan a esos europeos que hace un año, solamente un año, aún se sentían los amos del mundo, encuentren un camino de supervivencia. Sí, de supervivencia. Ni más ni menos.


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