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Indignado a la japonesa

Indignado a la japonesa

lunes 14 de mayo de 2012, 21:09h
Igual que existen huelgas a la japonesa que consisten en trabajar más horas de las debidas para provocar un aumento de los stocks en la empresa y el consiguiente abaratamiento del producto, ahora que se ha cumplido el primer aniversario de ese "bluf" que se denominó el 15-M y que fue el sueño de una noche de verano en la Puerta del Sol o en las Setas de la Encarnación, yo propondría que se formara un grupo de "indignados a la japonesa". Me explico. Alguien quiso comparar en su momento las "movida" de los perros flauta del 15-M con el Mayo del 68 francés por aquello de las reivindicaciones de poder para el pueblo y el desprestigio de la democracia parlamentaria y de los políticos en general. Pero hay muchas diferencias, vaya que si las hay. Primero porque no se puede comparar la Europa de 1968, con la "guerra fría" en pleno apogeo y con la URSS como paradigma de libertades, con la actual en la que lo que más preocupa es la salvación de estado de bienestar. Segundo porque si entonces había teóricos del marxismo como Marcuse que propugnaban la revolución desde dentro para acabar con el sistema capitalista, ahora ninguno de los indignados tiene en mente el cambio radical del sistema sino sólo la modificación parcial del mísmo para acercarlo a las masas.

Coincido plenamente con Carlos Colón cuando afirma que este primer aniversario del 15-M ha consistido, sobre todo, en una especie de espectáculo de masas apoyado por las televisiones más horteras. Como un Gran Hermano a lo bestia y, además, gratis para cubrir horas de emisión en "prime time". ¿Cómo se puede estar indignado con la sociedad, con los recortes, con la democracia parlamentaria, con el paro, con el futuro y centrar las protestas en una tamborrada callejera que más se parecía a los espectáculos del sambódromo de Río de Janeiro que a una algarada reivindicativa? Seamos serios. Una cosa es evitar la violencia, que está muy, bien, y otra muy distinta protagonizar una especie de carnaval festivo en el que la indignación no se veía por ningún rincón ni de la Puerta del Sol madrileña, ni de la Plaza de Cataluña barcelonesa y, por supuesto, de las Setas de la Encarnación sevillanas. Y es que en la tarde noche del domingo había muchísimos más indignados en los atascos de las carreteras de Huelva y Cádiz, de vuelta de las playas, que en el centro de Sevilla. No hay color. Pese a la crisis, a lo que cuesta el litro de gasolina y a lo mal que están las cosas, el personal sigue sin privarse de nada.

Por todo ello, y visto los precedentes, propongo que todos los que no estemos de acuerdo con la actual clase política, con los recortes en sanidad o educación, con el actual sistema electoral, con el excesivo poder de los mercados, con la banca, con los excesos del sistema capitalista, con la pérdida de trabajo o con las cientos de cosas que había que enderezar, hagamos de "indignados a la japonesa", es decir, que quien tenga trabajo, que lo haga aún mejor y durante más tiempo aunque cobre menos; que quien estudie, que hinque los codos más horas al día; que quien esté en el paro se lance a la calle a buscar trabajo y no siga esperando renovar cada mes la percepción por desempleo; que los que tengan dinero, es decir, los bancos, que den créditos para crear empresas; que todos pongamos más de nuestra parte, cada uno en lo que le corresponda, para tratar de salvar una sociedad que parece condenada al fracaso. A lo mejor, así lográbamos mantener unas prerrogativas que nosotros mismos nos hemos encargado de dilapidar gastando mucho más de lo que ingresábamos.

Que yo recuerde aquí nadie estaba indignado en la época de las vacas gordas. Nadie protestaba cuando los bancos daban miles de millones en créditos al dos por ciento para que todos nos compráramos casas, coches y vacaciones de lujo. Ahora son miles los indignados pero lo que más me extraña de todas estas concentraciones festivas es que apenas si se ven en ellas a los miles de padres de familias en paro en cuyo hogares no entra ni un duro. A lo peor también están indignados, y éstos con muchas más razones, pero les preocupa más buscar unos cuantos euros cada día para mantener a sus hijos que acudir a actos festivos o acampadas demagógicas. O simplemente salir con su familia al campo o a una playa cercana para olvidarse durante unas pocas horas de los malos tragos de la semana.

Y a la hora de acudir a votar, utilizar sabiamente la papeleta. Si creemos que el Senado es una Cámara que no sirve para nada, no votemos o, mejor, pongamos con rotulador en esa papeleta interminable algo así como "disolución ya". O no votar. ¿Qué pasaría si en unas elecciones generales, autonómicas o municipales la abstención alcanzara el setenta o el ochenta por ciento? Quizás eso hiciera meditar a muchos políticos sobre su representatividad real, que hay mucho mangante que sólo sabe protestar desde la oposición, desde la mismísima Puerta del Sol o desde las manifestaciones sindicales para arrimar el ascua a su sardina.
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