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El círculo vicioso al desnudo

El círculo vicioso al desnudo

lunes 18 de junio de 2012, 19:27h
En la noche del domingo y en el inicio de la mañana del lunes todo eran parabienes acerca del resultado de las elecciones griegas. Ahora los mercados ya no tendrían dudas acerca de la consistencia del euro y eso sólo podría redundar en el relajamiento de la presión sobre España. Todos felices. Pero como en ocasiones anteriores, preferí esperar a que la buena noticia se confirmara en la bolsa antes de emitir opinión. Y la prudencia fue buena consejera. Porque, en realidad, hoy ha sido un lunes negro, pero negro azabache: todos los indicadores han empeorado a niveles históricos, de esos que antes nos hacían pensar automáticamente en la intervención del país.

Claro, la pregunta es obvia: ¿pero no era Grecia la culpable del nerviosismo de los mercados o qué? Pues mire usted todo parece indicar que se hizo del caso griego el chivo expiatorio o, como se dice en estos pagos, logramos que cargara con el sambenito. No es que Grecia no fuera un claro acicate de la inestabilidad o que la formación de un gobierno sólido en ese país haya quedado ni mucho menos resuelta. Desde luego que todavía falta mucha tela que cortar en el caso griego. Pero ya no hay duda de que confundimos interesadamente la parte con el todo o, en otras palabras, el factor más visible con el problema de fondo.   

Los favorables resultados de las elecciones griegas han tenido así un efecto poco imaginado: ha sido como si se corriera el velo que nos hacía ver borroso el verdadero problema. Ahora ya no podemos ocultárnoslo por más tiempo; se trata del círculo vicioso infernal que producen dos procesos que se retroalimentan: por un lado, las dudas internas desde los mercados sobre si la Europa del euro será capaz de salir adelante, y, por el otro, las vacilaciones de Bruselas para avanzar en la unión financiera y política. Y lo peor del asunto es que, aunque ambas cosas se retroalimenten mutuamente, también responden a factores internos y autónomos desde dentro de cada una de ellas.

En efecto, las dudas de los mercados están espoleadas por sectores del capital financiero especulativo, sobre todo en Londres y Nueva York, que tiene intereses en la crisis del euro. No hay que exagerar su dimensión, como hacen algunos colegas, pero tampoco hay que desconocer su existencia. Esos juegos diabólicos, de gente que ve en las crisis (y en el sufrimiento del resto de la gente) su oportunidad de oro, incrementa las dudas del conjunto del capital financiero global, que luego, además, comprueba los titubeos de las instituciones europeas, lentas como elefantes con reuma.
Pero resulta que la lentitud institucional europea también tiene sus propias causas. Es simpático comprobar el lamento conjunto que estamos emitiendo, desde el Ministro de Hacienda hasta el portavoz de Izquierda Unida, acerca de la actitud impávida del Banco Central Europeo. Y no es que no tengamos razón. Ya he dicho aquí que me parecía impresentable que el señor Mario Draghi se diera el lujo de darnos lecciones acerca de la necesidad de acelerar la toma de decisiones. Pero el asunto es de mayor calado. En el fondo, lo cierto es que el BCE no actúa, porque no hay un consenso claro en esa dirección de parte de los principales países de la Unión Europea. Alguno de ellos, porque ya ha mostrado su rechazo a jugarse a fondo por el euro, como es el caso del Reino Unido. Y otros, como Alemania, porque desconfía profundamente de que los países periféricos sean capaces de acometer los sacrificios que ellos si son capaces de realizar en épocas de crisis. Y aunque dejar caer esos países en bancarrota tampoco interesa a Alemania, por puras razones de mercado, Berlín quisiera que sanearan sus economías sin socializar las pérdidas (que es su interpretación de los eurobonos). Así que Alemania considera que hacer funcionar la manguera del BCE es algo que hay que retrasar todo lo posible, para esperar a ver si los países con problemas dan muestras fehacientes de su capacidad de apretarse el cinturón.

Y así continúan las cosas: las dudas de los mercados se alimentan de las vacilaciones de los que mandan en Europa y viceversa. No importa que hayan ya miles de voces que reclamamos que eso no es otra cosa que caminar por la cuerda floja y que en cualquier momento nos puede llevar candanga. Ambas partes parecen querer seguir en este condenado círculo vicioso. En todo caso, debe quedar claro que la opinión pública poca influencia tiene sobre el movimiento de los mercados. Es decir, la ruptura de este círculo sólo puede proceder, desde nuestra perspectiva ciudadana, del ámbito de las decisiones políticas europeas. ¿Seremos capaces de hacer que se muevan a tiempo, ahora que el pretexto griego ha dejado de funcionar eficazmente?
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