A
Julian Assange le pasa, me parece, lo mismo que a
Baltasar Garzón, y viceversa: que necesitan el protagonismo y copar los
titulares de prensa como el aire que respiran. Pero ocurre que este defecto,
puesto al servicio de una buena causa, puede tornarse en virtud. Y, con todos
sus perfiles vidriosos, que para mí no son tantos, la defensa del fundador de
Wikileaks es una buena causa. Lástima que los hackers organizados, los
indignados del mundo, los que se reclaman de la izquierda radical, los
antinorteamericanos por principio, los bolivarianos por narices y hasta
Cristina Fernández de Kirchner se alineen entre los defensores, mientras que
muchos que se reclaman conservadores y hasta ultraconservadores se hayan
posicionado en contra. Y, así, ha ocurrido que, inevitablemente, el 'caso
Assange' se ha convertido en campo de pelea entre una cierta izquierda y una
cierta derecha, y resulta, como en tantas otras cosas, muy difícil colocarse en
un centro tibio y desapasionado. Máxime cuando anda por medio, como defensor
del prófugo, nada menos que el archipolémico Baltasar Garzón.
Sin embargo, desde ese campo que quiere situarse al
margen de confrontaciones ideológicas, me gustaría romper una lanza a favor de
la ya digo que no tan extraña pareja Assange-Garzón, una pareja que hasta
necesita de traductora para acabar de entenderse. Nunca he sido un fan de las
instrucciones del ex juez estrella, pero también he rechazado siempre las
acusaciones en el sentido de que alguna vez prevaricó. No, Garzón ha sido
víctima de sus propios excesos de celo y de egolatría, pero ha sido un juez
valiente que abordaba, quizá en demasía, casos que otros dejaban pasar de
costado; y ya se sabe que el que mucho abarca poco aprieta.
Lo mismo que Assange: no le faltan aires de mesianismo a
quien, desde un balcón de la embajada de Ecuador en Londres, lanza
recomendaciones nada menos que al presidente de los Estados Unidos, que, para
mí, es una figura bastante carismática y cuya involucración personal en este
asunto no acabo de entender si no es por razones de la proximidad de las
elecciones de noviembre. Pero estimo que, en el fondo de las cosas, Assange
tiene razón. Le creo más a él que a las autoridades de países varios cuando
afirma que, en el caso de sus presuntos delitos sexuales, por los que Suecia le
reclama, le tendieron una trampa (hay que repasar los detalles lamentables del
'affaire'), con a saber qué propósitos y desde qué instancias. Y me tengo que
alinear con los que dicen que la persecución en su contra iniciada por los
Estados Unidos, por haber revelado información 'clasificada', es una
persecución política.
Wikileaks no deja de ser un peculiar medio de
comunicación, como, en el fondo, aunque no en la forma (él dice despreciar a
los periodistas), Assange es un informador. La procedencia de la información no
importa cuando es cierta. Aviados estaríamos los periodistas si atendiésemos al
origen de cada una de las informaciones exclusivas que ofrecemos en los medios;
tras cada 'scoop' hay un contable al que no se ha pagado, una amante
despechada, una 'vendetta'
disimulada, una rivalidad comercial, un pago
inconfesable...o un deseo sincero de mejorar el mundo, que es lo que yo creo que
impulsó al soldado Manning, a quien su loca 'heroicidad' le va a costar bien
cara, a divulgar los papeles confidenciales que tanto daño hicieron a las
cloacas de la Administración en Washington. Creo que ese mismo deseo, y el
legítimo de impulsar su 'negocio', y el comprensible de adquirir su cuarto de
hora de gloria y poder, está entre los móviles de Assange a la hora de fundar
Wikileaks y de actuar como lo hizo con todas sus famosas revelaciones.
Como periodista, no me queda otro remedio que apoyar a
Assange. Como ciudadano, he de agradecer a Baltasar Garzón que, por las
motivaciones que fueren, se haya atrevido a defenderle. De la misma manera que,
como periodista y como ciudadano que siempre creyó, y cree, que las democracias
de Estados Unidos, de Suecia y del Reino Unido son mucho más acordes con el
concepto de democracia que la del Ecuador de Correa, he de lamentar los muchos
errores y las bastantes celadas 'de Estado' que me parece que gravitan sobre
este apasionante caso, en el que parece a veces que los valores se han
invertido.
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Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>