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Adiós al mundo que conocimos

Adiós al mundo que conocimos

sábado 22 de septiembre de 2012, 11:25h
Hemos escuchado en las últimas horas dos veredictos que hablan del fin del Estado de las autonomías, al menos tal como lo conocemos. Uno, del líder de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida, que considera que incrementar los contenidos comunes en educación, disminuyendo los autonómicos, tal y como quiere la reforma del ministro Wert, "se carga radicalmente el Estado autonómico". El segundo es del polémico presidente de la patronal, Joan Rosell, que afirma sin paliativos que el  Estado de las autonomías "ya no funciona". Y pienso que no lo dice solamente por la 'rebelión' de un Artur Mas que se ha salido del guión, aunque aún no sepamos ni cuánto ni cuándo pondrá en marcha su propia hoja de ruta, si es que lo hace.

Personalmente, pienso que hay aciertos en esa reforma educativa aprobada el viernes por el Consejo de Ministros y que dará origen a una enorme batalla parlamentaria. Pero lo cierto es que ha provocado nuevos incendios en el sector -más incendios aún-, como la pretendida reforma de Ruiz Gallardón los está provocando en el mundo judicial y fiscal. El adiós al mundo que conocimos hasta hace, pongamos, un año está provocando llamaradas de ira y descontento en quienes no están en absoluto seguros de que el nuevo camino sea el correcto. Y así nos plantamos, ahora que la estación comienza oficialmente, ante un 'otoño tórrido' que ya dejó ver el pasado fin de semana en las calles de Madrid que mucha gente no va a quedarse en casa de brazos cruzados mientras se siente empobrecida y con escasas expectativas de futuro para sus hijos.

Estamos en medio de una revolución (o involución) gradual que está transformado el Estado en lo territorial, en lo económico -el empobrecimiento es obvio y se traduce en numerosos síntomas, desde el consumo hasta las costumbres cotidianas-, en lo social -las clases medias se estrechan y una generación de jóvenes preparados emigra- y hasta en el concepto de soberanía: cada vez parecemos depender más de lo que por nosotros se decida fuera de nuestras fronteras. El Estado de bienestar ha experimentado sensibles mermas en su calidad y cantidad, los agentes sociales para nada son lo que fueron, el prestigio de nuestros representantes se encuentra bajo mínimos y el desarrollo de la sociedad civil ha experimentado, me parece, un frenazo, aunque nunca fuera España un Estado demasiado vertebrado.

Es decir: si usted lo mira despacio, comprobará que, aunque los síntomas viniesen de largo tiempo atrás, casi todo es muy diferente, y temo que bastante peor, que hace un año. Desde la banca al número de inmigrantes o a la manera de permanecer en las empresas (quienes aún permanecen, claro), el gran cambio ha barrido muchos valores asentados, numerosas certezas que tenían, ahora lo vemos, los pies de barro. El país feliz que Zapatero radiografiara tan falaz y erróneamente en 2009 ha devenido en esta España cuarteada, desconfiada, nacional-pesimista, que abomina de sus gobernantes -aunque estén en la oposición-y en la que los rencores territoriales estallan por cada esquina.   

Y, sin embargo, soy de los que creen que aún existe la esperanza. No en una alternativa a un Gobierno cuya única alternativa, hoy por hoy, es él mismo, qué le vamos a hacer. Pero España es un país sólido, lleno de activos, comenzando por su población, que, con los lógicos estallidos de ira y desesperación, está teniendo un comportamiento ejemplar frente a esta parece que inevitable revolución que se está operando en el cuerpo social. Falta, sí, ese plan reformista y consensuado, valiente, capaz de volver a ilusionar a la ciudadanía. Esa revolución de hecho tiene que plasmarse, para bien, en las mejores páginas del 'Boletín Oficial del Estado', en una reforma legal y constitucional -no se puede aplazar mucho más- de enorme alcance. No sé si el abrumado piloto que gobierna la nave, el bombero que acude a todos los incendios con una manguera de la que apenas sale agua y con una desesperante parsimonia, será capaz de encontrar esas mejores páginas de la gaceta oficial o si ésta seguirá siendo emborronada semana tras semana.


- Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'
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