miércoles 02 de enero de 2013, 10:56h
Se dice
"canto del cisne" a la última expresión de un poeta. Pero en el caso de una
persona tan poco poética como Mario Monti, sobrevenido jefe del gobierno
italiano, solo podemos hablar de canturreo del tecnócrata, pues así suenan sus
argumentos para seguir en política sin correr los duelos y quebrantos que
ennoblecen al oficio. Monti llegó de Bruselas con una carta de recomendación
para el presidente de la República Italiana Georgio Napolitano y este colocó a dedo
al recomendado como senador vitalicio. Pocos días después, en una situación de
desbarajuste político, le encargó formar gobierno. No fue un golpe de Estado,
porque el presidente Napolitano tenía atribuciones legales para actuar como
actuó. Fue, simplemente, un golpe tecnocrático: confiar en los conocimientos de
un experto para intentar resolver una bancarrota.
Lo
que había detrás de la bancarrota era una ruina política que Monti, por sí
solo, no podía resolver. Por ello duró un solo año y los problemas continuarían
sin solución para él, para Italia y para los prebostes europeos que recomendaron
esta tesis. El tecnócrata se va y los problemas quedan, como es costumbre, en
todo lugar y en toda época. Un tecnócrata nunca resuelve nada cuando lo que
hace falta, para empezar, es estabilidad y confianza. El tecnócrata solo es un
mal sustitutivo del político que cree en las recetas de un manual de autoayuda
para resolver una crisis socioeconómica. Pero las crisis no se resuelven con
recetas sino con capacidad de mando e influencia social. No es cuestión de
llamar a un especialista para que arregle los electrodomésticos averiados
porque conoce el manual de instrucciones, que está al alcance de todos. Lo que
se trata es de tener la confianza que merece aquel que metemos en casa y que
este tenga fuerza política para aplicar las instrucciones con orden y
concierto.
Sin
autoridad, respaldo social ni experiencia política, Monti solo ha hecho lo que
sabe hacer: recitar el manual de instrucciones y aplicarlo solo hasta donde le
han dejado. Con la típica inseguridad del advenedizo a la política, en cuanto
vio llegar problemas que no constaban en su manual de instrucciones, decidió
dimitir. Pero su dimisión no fue un reto para jugar fuerte y requerir apoyo
popular a sus habilidades. Fue una dimisión vergonzante propia de un tecnócrata
ajeno a los ideales de la gran política, agarrado al clavo de su sobrevenida
condición de senador vitalicio. ¡No podía presentarse a ninguna elección
popular porque ya estaba elegido "a vita" por el dedo presidencial! Como si no
fuese posible renunciar a su escaño vitalicio y presentarse en la calle,
"ligero de equipaje" y lleno de prestigio, para luchar por un liderazgo
auténtico que combinase sabiduría y popularidad, contando con el apoyo de sus
ilustres padrinos europeos, con sus exquisitos amigos centristas y con los
ciudadanos italianos capaces de valorarlo sensatamente.
Ese
gesto tenía mucho riesgo y a Monti lo que le gustaba es hacer equilibrios en la
altura, como los acróbatas volantes del circo, con la red de seguridad por
debajo. Su agenda es "esperar y ver", pero seguir de senador hasta la tumba y,
gentilmente, ofrecerse a los valientes capaces de batirse en el difícil terreno
de las elecciones para pastorearlos "a posteriori". Siempre bajo el supuesto de
que aquellos se consideren, humildemente, más tontos que él para gestionar el
poder. En este caso, el estaría cortésmente disponible para administrar una
victoria conseguida por otros. ¿Se puede pedir el respaldo indirecto a un pueblo
que sabe cómo se pierde un puesto de trabajo o un escaño parlamentario desde
esta cómoda posición? Que Dios ayude a Italia a encontrar otra música. Por la
cuenta que le tiene a los italianos y a otros europeos del sur, incluidos
algunos españoles insulsos, hoy temerosos de la onda expansiva de este fracaso
y, hasta ayer, admiradores del delicado y egoísta "professore", "herido en sus
convicciones más profundas". Otros están heridos en su carne y no pueden
identificarse con el canturreo de un tecnócrata bien acomodado.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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