Armstrong, chulería sin interrupción

Inasequible no al desaliento, como la famosa frase, quia; inasequible a dejar la prepotencia del divo. O sea, la chulería, hablando en castizo o en castellano puro. Porque el dopado Lance Armstrong, que acaba de confesar sus penas y achares en la ya famosa entrevista con Oprah Winfrey, e ningún momento dice sentirlo o pide perdón a los perjudicados -todos aquellos a los que ganó el Tour y que no está demostrado que se doparan-, al ciclismo -al que literalmente afirma "amar"- y al deporte en general.

Ningún complejo de culpa, pues, ya que "era la cultura" entonces, y de ahí que a la pregunta concreta de si creía que obraba con el engaño, el ya exciclista no se cortó para responder que "no". Porque, claro, de lo que se trataba a toda costa "era de ganar". En esta falta de propósito de enmienda y en esta sobra de chulería hay un aspecto nada desdeñable.

Ya que todo indica que con esta confesión, Armstrong busca que le rebajen la suspensión que le han impuesto para practicar no sólo ciclismo, sino cualquier deporte y poder volver a la bicicleta de montaña en las competiciones estadounidenses, para seguir recaudando dinero con el morbo sobre su figura e incluso tener para devolver lo qu ele piden sus patrocinadores actuales y todos los contratos de publicidad que firmó gracias a sus victoria. Pero la razón da igual, el caso es que no sólo su carrera profesional continúa manchada, sino también su imagen y su calidad personal. Eso sí, algo ha su aumentado: su impresentable altanería.


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