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Exposición de 14 de marzo al 4 de mayo

José Miguel Utande y Daniel Merlin llevan sus ciudades a la Galería Antonio de Suñer

miércoles 06 de marzo de 2013, 14:10h
La Galería Antonio de Suñer presenta dos artistas de distinta generación que miran a la ciudad como modelo. José Miguel Utande tiene una larga trayectoria, sus esculturas ocupan espacios metropolitanos. Es un escultor consolidado que admira a Oteiza, pero no quiere ni copiarse a sí mismo. Con amplia carrera en Holanda o Francia, donde obtuvo el Premio Normandía, ahora nos presenta a un pintor joven, al que de manera artística apadrina en su carrera. Toma así la alternativa Daniel Merlin que presenta una obra ya madura, si bien tiene 27 años. Pinta la ciudad en construcción, con ruido de grúas y olor a humedad entre ocres y negros que le otorgan un misterio. La exposición se inaugura el 14 de marzo a las 19 horas y estará abierta al público hasta el 4 de mayo.

José Miguel Utande, nacido en San Sebastián de los Reyes en 1951 es un escultor cincelado por la poesía. Cuando habla de poetas, como Cesar Vallejo, se percibe como el verso esculpe su pensamiento y lanza sus palabras como saetas contra nubes del entendimiento: "No busco equilibrios, ni espacios efímeros, ni, menos aún, gustar".

Utande rechaza la novedad, "es vieja en sí misma", dice. Lo que reclama con seriedad es una mirada limpia del espectador, que indague en los vacíos, en la esencia que configuran la presencia y la ausencia en el arte. Siempre ha huido de las modas o tendencias porque inducen a la mera copia y cita a Ángel Ferrant para aclarar que en lugar de vivir de la escultura, vive por ella. "Es en la escultura donde me encuentro conmigo mismo", añade. "Para mi supone un acto de mucha reflexión. Es poner materia a mis ideas, vertiéndolas en un orden creado por mi". Es un orden que crea con elementos de su entorno, generado por su interés en los problemas del hombre y los misterios de la vida.

Daniel Merlin, nacido en Buenos Aires en 1985, es un pintor joven con viejo oficio. Sorprendió a su entorno familiar cuando, durante su infancia, ejecutaba unos dibujos tan sorprendentes que parecían guiados por una mano celestial. Sus profesores apreciaron el talento, la destreza y el brillo de este alumno, que ha dejado un rastro singular, su obra aún reciente, dueña de una temática variada, marinas, toros y caballos, retratos en los que ha pintado la desolación, la firmeza, el asombro o la curiosidad.

Daniel Merlín mira ahora a la ciudad y la ha pintado contaminada, en construcción, rodeada de ese hongo que exhala una gran urbe. El olor a Kiefer es llamativo, aunque poco a poco se descubre en el lienzo un mundo singular y propio, una pintura dotada por esa herencia del clasicismo que solo exhibe el genio. Tuvo muchos maestros, pero Daniel despega solo, se emancipa y se muestra nuevo, brioso. Su etapa de juventud le llega con el oficio dominado.

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