El dulce veneno de la corrupción
lunes 01 de abril de 2013, 10:20h
La corrupción fue delito original de nuestra
especie. Una mujer invitó a un hombre a comer un fruto, ajeno pero apetitoso,
que ofrecía una sinuosa serpiente, diciendo que serviría para aumentar su poder
y su felicidad. Era un crimen dulce y gustoso, porque no era visible la sangre
de una víctima ni remordía ver el hambre de un individuo concreto, porque había
muchas manzanas en el árbol. Podía pensar el infractor que su delito podía
pasar desapercibido y seguir en el paraíso. Así piensan los corruptos que sus
dineros podrán darles satisfacciones y pasar desapercibidos indefinidamente en
un paraíso fiscal con apariencias financieras de alto nivel.
La corrupción
contemporánea es así. No mata, como los antiguos bandoleros, sino que solo
defrauda. No se despoja a una persona concreta de sus pertenencias sino que se
perjudica a un colectivo despersonalizado. Se desvían fondos de sus objetivos
correctos a través de la ingeniería financiera del modo que los corruptos
piensan que pueden disimular sus apropiaciones con la astucia y el paso del
tiempo. Los delitos pueden llegar a prescribir sin ser denunciados ni probados
y el cuerpo del delito puede evaporarse en sucesivas operaciones mercantiles.
Por ello es una enfermedad contagiosa que se transmite por contacto y solo
puede ser evitada con una higiene habitual profunda y por el efecto bactericida
de la luz clarificadora del sol. En sus fases impunes no produce remordimiento
sino euforia y hasta complejo de superioridad sobre quienes no son capaces de
ascender a la riqueza fácil. La sensación de opulencia es paradisiaca y, por
ello, se bautizan como "paraísos fiscales" los lugares de depósito de fondos
oscuros. Estos paraísos son como el cielo simbólico de la codicia itinerante,
donde no acecha el riesgo ni la publicidad. Donde el blanqueo, el fraude y el
latrocinio pueden camuflarse con manipulaciones fuera de control. Las víctimas
de la corrupción son incruentas, colectivas y, en la mayor parte de los casos, inconscientes
de su victimismo. Sean los parados de Andalucía o los seguidores de algún
partido político, no son conscientes de la parte alícuota que repercutiría en
sus condiciones de vida o en la respetabilidad de la tendencia ideológica con
la que están comprometidos como afiliados o como votantes.
Hay
diferencias de malignidad entre unos y otros casos de corrupción, como sucede
con los tumores. Unos se producen por la malversación directa de caudales
públicos, como el caso de los ERE de Andalucía. Otros parecen proliferar en
zonas oscuras de complicidad entre corruptores y corrompidos que permiten
apropiaciones provechosas sin concreción de con qué favores se hayan pagado los
beneficios propios y en qué medida estas complicidades hayan perjudicado al interés
general. También hay diferencias cuantitativas en relación con el volumen
económico de los fraudes. Pero la malignidad no deriva tanto del volumen o el
origen de los fondos en cuestión sino de su repercusión política que es como
decir su capacidad de metástasis. Es difícil juzgar la malignidad hasta que se
hagan análisis independientes con perspectiva histórica. Hay que valorar el
grado en que una estructura de corrupción afecta al prestigio de una nación, a
la credibilidad de un gobierno, a una comunidad regional, a una alcaldía, a un
partido en el poder o en la oposición. La corrupción, siempre rechazable
moralmente y siempre punible si se consigue demostrar, puede ser más o menos
peligrosa en razón del nivel público al que afecta y no solo por razones
contables.
Contra la
corrupción hay que luchar sin reservas mentales o resulta envolvente, como una
tela de araña que va entorpeciendo progresivamente los movimientos de los
insectos enredados en su trama. Es luchar contra una idolatría materialista, como
la de aquellos israelitas que adoraron a un becerro de oro. No se sabe si su
Dios era el oro o era el becerro y, por eso, lo adornaron de oro. O se adora el
dinero en sí o se adora a la animalidad satisfecha en sus instintos primarios, En
cualquiera de los dos casos sin consideraciones éticas. No es la lucha contra
unos truhanes sino la lucha contra una toxina expansiva. La corrupción política
es como un veneno disfrazado con azúcar, que se traga fácilmente y, a veces, se
cuela pasivamente y debe rechazarse nada más identificada con fuertes nauseas,
mientras se conserven fuerzas para vomitar. Cuando falta la fuerza para el
vómito, la toxina va acrecentando sus efectos hasta dañar mortalmente a la
estructura que le dio asilo.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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