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Oreja y vuelta al ruedo del mexicano ante una pésima corrida de Montecillo

Adame muletea al tercero de la tarde
Adame muletea al tercero de la tarde

Repaso mexicano: la torería de Adame, que mereció la Puerta Grande, se impone a Ferrera y Marín

martes 04 de junio de 2013, 22:38h
Toros de EL MONTECILLO, mal presentados en general y muy desiguales de hechuras y pelaje; mansos, descastados excepto sexto, nobles y flojos.  ANTONIO FERRERA: silencio; silencio. SERAFÍN MARÍN: silencio; silencio. JOSELITO ADAME: oreja; vuelta al ruedo. Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 2ª de la Feria de Arte y Cultura. Menos de media plaza.
Joselito Adame toreó. Así de fácil en teoría. Así de complicado en la práctica. Salvo cuando se viene con la seguridad y decisión con las que apareció el mexicano en el encerado venteño sobre el que dictó una auténtica lección con percal y muleta. Una lección que empequeñeció a los 'gachupines' Antonio Ferrera y Serafín Marín e incluso al pésimo encierro de El Montecillo, muy en la línea de bicornes sin casta que ha predominado en el ciclo isidril y que parece va a prolongarse ahora en este invento recaudatorio que es la Feria de Arte y Cultura... y olé.

Eso sí, con la excepción del que cerró festejo y con el que los fallos a espadas le cerraron la soñada Puerta Grande, que Adame mereciá por su explosión y exhibición con capote -no perdonando un quite ni en los suyos ni en el turno de la segunda vara de los de Marín, con el añadido en este sexto de unas espectaculares zapopinas que El Juli bautizó y se adjudicó como lopesinas- y flámula. Pero que se negó a sí mismo por pinchar dos veces en lo alto antes de una espadazo atravesado ante este burel que apuntó codicia y un punto de casta.

Al que recibió a portagayola de verdad de verdad de la buena, o sea entre las rayas de picadores y no casi en los medios como hacen otros, para después mecer los brazos hasta el platillo en verónicas fulgurantes rematadas con una llamativa media con los pies juntos. Luego brilló con las originales zapopinas para iniciar la labor muleteril dándole distancia desde los adentros al platillo de nuevo. Y allí, látigo y caricia, lo sometió en largas series de redondos, ligados en un ladrillo, cargando la suerte y siempre firme, siempre mostrándole quién mandaba allí.

Sinfonía de adornos

Mejor aún fueron los naturales, de igual mano baja, mandones, ortodoxos y profundísimos con uno que duró una eternidad, para volver a los redondos y concluir con una sinfonía de adornos, los que le brotaban de su mente creativa, destacando varias trincheras y kikirikíes. Tenía en  la punta de la espada la llave de la Puerta Grande, que finalmente no descerrojó por su torpeza tizonera.

Una torpeza que ya pudo costarle el trofeo en el tercero, tan descastado como el resto, pero al que obligó y enceló con su flámula poderosa y su actitud nada dubitativa. Esta vez empezó por estatuarios con una faena similar, y abrochada igualmente con bellos remates finales. Pero el estoque se le fue desprendido y sólo la mayoría de pañuelos hizo que reglamentariamente no haya nada que oponerle al trofeo. Pero orejas al margen, este Joselito mexicano demostró una madurez, sabiduría y arte -aumentada a tope sobre las que ya apuntó otros años- que nos hizo casi salir toreando de la plaza.

En tal sentido fue el protagonista positivo en una tarde muy negativa para los toros basura de El Montecillo, que no facilitaron el éxito a los españoles Ferrera, entregado en banderillas pero que no pasó de aseado en todo lo demás, y Marín, vulgarote y corto de recursos y de alegría. Pero los 'gachupines' tampoco le echaron la casta que les faltaba a sus enemigos. ¡Que viva México, pues! 

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