Sobre el poder de los jueces
viernes 21 de junio de 2013, 17:15h
Aeropuerto de San
Sebastián hace unos días; el guardia civil que parecía estar al mando de control de pasajeros, decidió que yo
debería ser cacheado por su compañero al que le indicó en voz alta y clara:
"todo enterito". Hace ya mucho tiempo que decidí pasar de este tipo de cosas y
no generalizar nunca: si algo caracteriza a la Guardia Civil e su conjunto es
una estricta educación que les lleva, en general, a no entrar en más diálogos
ni calificativos que los necesarios. Quiero imaginar que el guardia civil de
marras, el que me confundió con un pollo o un besugo "todo enterito", es la
excepción que confirma la regla y el hecho mismo no iría más allá de una falta
de respeto, de esa posible tentación al abuso y al mal uso de autoridad que en
España ha flotado siempre sobre cualquiera que llevara uniforme, da igual que
fuera un portero de finca de urbana que un general de división.
Pero me preocupa
más que el abuso de autoridad -o la autoridad mal entendida- haya sobrevivido a un régimen dictatorial y,
lo que aun es peor, se haya enquistado en parte de un colectivo tan fundamental
como el de la judicatura. No puedo -y sería radicalmente injusto- generalizar,
pero se podría escribir un libro entero con testimonios de acusados, testigos,
abogados y hasta fiscales sobre el despotismo de demasiados jueces/zas que llevan su autoridad hasta extremos
verdaderamente insoportables y en ocasiones son -o parecen- incapaces de
separar lo que sin duda es una de sus competencias -la de llevar la vista por
derroteros correctos- de otra cosa que les hace a caer en la imposición
gratuita, la amenaza, la regañina casi infantil, los malos modos etc. Y hablo tanto de jueces de la Audiencia
Nacional como de titulares de lo Social o de Primera Instancia. He seguido
grandes juicios mediáticos y he asistido como testigo o parte a otros menores;
siempre me ha llamado la atención la distancia entre el juez y el resto porque un juicio es -debería
ser- un acto coral de enorme importancia sin protagonistas en cuyo desarrollo
cada uno cumple su función, tiene sus derechos y sus deberes y porque la figura
del Juez es lo que es, dios todopoderoso en ese momento, tendría que
comportarse de una forma no sólo adecuada sino exquisita. Y no es así. He visto
a jueces -y se puede ver cualquier día si uno echa la mañana en irse de
juzgados- ajenos a lo que ocurría en la Sala; he sido testigo de frases como
"no voy a perder el tiempo hablando con usted" cuando un padre -al que le
habían acusado falsamente, como luego se demostraría, de barbaridades con su
hija, - le pedía entre lágrimas ser tan
sólo escuchado por su señoría; conozco a abogados que han salido vejados y ni
siquiera se han atrevido a pedir que constara en acta su protesta por la
innecesaria humillación y he comprobado la diferencia de trato del mismo juez a
un defensor que es además famoso catedrático y a un letrado desconocido.
Lo que antes
escribí de "dios omnipotente" no es
metáfora; ante un juez en el ejercicio de su función, no hay fuerza capaz de
pararlo y eso nos debería garantizar su independencia; ni el presidente del gobierno ni el nuncio del
misma Papa pueden frenar sus decisiones en ese momento ni plantar cara a sus
palabras. Es verdad que luego se podrá recusar, apelar, protestar y hasta
acusarle, pero nunca en el momento en que está ejerciendo su función. Y
precisamente por eso, porque en ese momento no hay nadie superior a él al que
acudir, el CGPJ debería proponerse entres sus deberes inmediatos recordar a
unos cuantos jueces -quiero pensar que pocos- lo que tantos cásicos han escrito
sobre ese duro oficio. Ni colegas, ni enemigos, sólo y nada menos que jueces
pero sin traspasar nunca la frontera de su autoridad, sin utilizar de forma
perversa, despectiva, maleducada o descortés ese poder que pueden haber ganado
en unas oposiciones pero que no es suyo, que es el que nosotros, todos, les delegamos,
nosotros, "todos enteritos".