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El incendio que Rajoy no apaga

El incendio que Rajoy no apaga

lunes 15 de julio de 2013, 17:45h
Si lo miramos con ojos escépticos, o incluso gubernamentales, nada ha pasado. Bárcenas declaró, y Rajoy se quitó el polvo del uniforme límpido. Ahora mismo, ignoro en su totalidad lo que el ex tesorero del PP Luis Bárcenas dijo (o no) ante el juez Pablo Ruz; en principio, parece que no le conviene, más allá de sus ansias de 'vendetta', mostrarse demasiado locuaz, aunque se ha  puesto la soga al cuello al admitir la autoría de la preseunta contabilidad 'B?, del PP, una autoría que antes negaba. En todo caso, la catástrofe para Rajoy, que parece seguir instalado en el 'nada pasa, nada importa', ya está servida: en la mañana del lunes no había tertulia radiofónica en la que no se especulase sobre la conveniencia o inconveniencia de la dimisión de Mariano Rajoy.
 
Para no hablar ya de cómo está de ardiente la prensa internacional, y no solamente, por cierto, la europea. El domingo, el PSOE dio un nuevo portazo 'rompiendo relaciones' con el PP y exigiendo, en tono especialmente duro dentro de lo que se le conoce a Rubalcaba, la inmediata marcha del inquilino de La Moncloa, el palacio de falsos mármoles donde se aprecia un silencio denso que fue roto a primera hora de la tarde del lunes, porque el presidente tenía una comparecencia conjunta con su colega polaco. Silencio roto, por cierto, para no decir casi nada que no se esperase: Rajoy recalcó su buena fe y su inocencia, como no podía ser de otro modo, pero perdió la oportunidad de mostrarse creíble.
 
Cierto es que ha habido patentes inexactitudes -vamos a llamarlo así-en el relato desde el PP de lo que han sido las relaciones con quien durante tantos años controló las finanzas del partido que hoy gobierna a los españoles. Cierto que a Bárcenas se le toleró demasiado durante demasiado tiempo. Cierto que la figura del ex tesorero ha dividido al PP entre 'patentemente inocentes' y 'sospechosos' procedentes de los antiguos tiempos. Cierto que, en este maremagnum, la figura de Ruiz Gallardón, que anda como de perfil, adquiere unos tintes que él también deberá explicar. Cierto que...
 
Pero es Rajoy quien más ha de explicar. Su política de silencio, más acentuada aún en este mes de julio, que está siendo de pasión para él, es, simplemente, suicida. Hay mucha gente en este país que teme una quiebra súbita del Gobierno, por las consecuencias internacionales y económicas que ello tendría, y no, desde luego, porque el presidente esté generando una corriente de simpatía en la opinión pública. Hasta ahora, las consecuencias de su silencio y de las simplezas que sueltan algunos portavoces oficiales han supuesto una pérdida aún mayor de la credibilidad del partido que gobierna, una evidente fractura en el PP y la necesidad de que la oposición se embarque en el peligroso juego del 'váyase, señor Rajoy', que ha arrasado con aquellos tímidos brotes verdes de consenso que durante unos instantes nos alborozaron.
 
Es decir, todo el arquitrabe político salta por los aires, cuando el Rey, que regresa a su actividad exterior, en Marruecos, vuelve a prestar sus servicios con una actividad telefónica que nos aseguran frenética en busca de sofocar incendios internos. Y lo mismo pretenden los grandes empresarios, agrupados en torno a Rajoy y, dentro de unas horas, apoyando el viaje del Monarca a Rabat.
 
El incendio, no obstante, está ahí. Cierto que la trayectoria democrática española, de algo más de tres décadas y media,  ha estado plagada, como la de la mayor parte de los países, de incidentes que afectaban a la marcha de la propia democracia. Pero cuesta recordar, desde los tiempos de Filesa, una situación política más complicada que la actual, en la que los perfiles se vuelven más complicados de diseccionar, más inciertos. Ya hemos dicho en otras ocasiones que pensamos que una dimisión de Rajoy, como piden no pocos columnistas y tertulianos, amén de la mayor parte de la oposición, sería inconveniente en la actual coyuntura española. Pero...
 
Pero así no se puede seguir, por mucho que el presidente piense que se puede llegar con bien a las playas vacacionales y, desde allí, prepararse para un septiembre más benigno. Y tampoco parece que una comparecencia conjunta con el visitante polaco, un acto en el que las preguntas suelen estar habitualmente tasadas a dos o tres informadores, pueda ser el escenario idóneo para una explicación completa, convincente, del jefe del Gobierno y presidente del PP: el hombre con mayor poder en España y, sin embargo, el más atribulado. El más responsable de lo que vaya a ocurrir, por mucho que en su entorno se empeñen en culpar a periodistas de El Mundo (y no solo), a abogados de bufetes varios, a magistrados de la Audiencia Nacional y prácticamente a todo el que pasa por ahí, es ese hombre, hoy acosado, quizá injustamente acosado -pero eso ahora qué importa--, llamado Mariano Rajoy. Y nada, que es inútil que se refugie tras las espaldas del 'premier' polaco: los viejos espíritus de la España democrática llaman a su puerta, en busca de más explicaciones.

>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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