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Querido Beotas:

Querido Beotas:

jueves 25 de julio de 2013, 11:57h
Las malas noticias generales siempre tienen, ay, una traducción particular. Me dicen que uno de los fallecidos en el accidente de tren en Santiago de Compostela es mi viejo amigo, compañero y hasta compinche Enrique Beotas. Aún quisiera no creer lo que parece casi una evidencia, lo que se me presentaba como imposible. Porque, para mí, Enrique, el barroco, el que siempre tenía una sonrisa y una broma a punto, era inmortal.
 
Se me han echado encima tantos momentos increíbles, aquellas campañas con Manuel Fraga en las que él, que era el organizador de las caravanas de periodistas, era el primero a la hora de las coñas -¿recuerdas cuando arrancamos las puertas de las habitaciones de los colegas en el hotel Ercilla? Menuda bronca te echó Don Manuel...--. Tantos programas de La Rebotica, en los que le pedía que no se cabrease cuando el personal no respondía a su perfeccionismo. Tantas mesas redondas por toda España -la última, en Fenavin, en Ciudad real- en las que el juego era meterse el uno con el otro. Tantas risas. Se me han echado encima su generosidad, su cordialidad.
 
Sé que hoy hay muchas familias que preparan un luto atónito: nada más duro que la muerte inesperada cuando lo previsible era la fiesta. Quizá, en las próximas horas, vayamos descubriendo otros nombres conocidos. Otros no lo serán, pero qué importa: luto. Mis condolencias para todos. Enrique, mi amigo, mi compinche en tantas parrandas periodísticas y literarias, ese gran profesional, no pudo escribir la crónica del horror que se vivía a su alrededor, porque él mismo estaba inmerso en ese horror. Supongo que desde algún lado adivinará el inmenso dolor que su pérdida nos deja a tantos a los que nos involucró en el trepidar de su vida.


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