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Otro año sin vacatas, y van...

Otro año sin vacatas, y van...

jueves 01 de agosto de 2013, 20:13h
Quien nos iba a decir que, a estas alturas de la película, cuando uno acaba de cumplir los sesenta tacos, íbamos a ser los paganos de una crisis  que de repete nos cayó encima a finales de la primera década del maldito siglo XXI. Porque aquí se habla mucho de los jóvenes, pero quienes estamos pagando el pato de toda esta movida somos los que superamos el medio siglo de vida y aún nos quedan unos cuantos años para la jubilación. Esa si que es una generación perdida, más perdida que el barco del arroz. Ni la de Scott Fitzgerald ni la de Ernest Hemingway, ni los de la famosa isla televisiva de la serie, para perdidos, perdidos en el rio, nosotros los cincuentones españoles herederos de la gran crisis de Zapatero   

Porque, al fin y al cabo, los jóvenes, a quien ahora las autoridades europeas van a dar una pila de millones para que se ahorren la seguridad social y otras bagatelas, parecen contar con el apoyo del Gobierno, pero a los puretas nos han dejado vendidos después de haber contribuído con nuestro trabajo y esfuerzo durante muchas décadas a lograr que España estuviese entre las veinte economías más poderosas del mundo. Nos han dejado en el paro, cotizando casi mil euros mensuales a la Seguridad Social para no perder lo ya invertido y sin ningún beneficio de los que gozan los menores de cuarenta o los jubilados. Estamos en un franja de edad en la que, o nos buscamos la vida como autónomos, que ya es un riesgo, o nos frien a impuestos. Y, claro, los escasos ahorros acumulados durante la vida laboral van menguando como si la cuenta bancaria tuviese un agujero por el que los euros desaparecen como por arte de magia. uno se pregunta cómo ha sido tan tonto de no haberse apuntado a los EREs esos de los que habla la prensa o haberse sacado el carné del PSOE, del PP, de Comisiones Obreras o de la UGT pata tener la vida resuelta como el tal Guerrero, el Barcenas o todos los que han trincado del erario público y han escondido los billetes binladen de quinientos en Suiza, en algún paraiso fiscal o en el colchón de la casa de campo de sus progenitores. Nosotros hemos sido tan legales que, a lo sumo, hemos colocado nuestos ahorros en fondos de inversión o hasta en las famosas preferentes, engañados por el director o el asesor financiero de turno. Anda que no hemos sido listos.

Con este panorama, es el cuarto año que afronto un verano sin vacaciones de verdad. Y cuando digo de verdad es que uno no está pendiente de tener que escribir los tres artículos semanales o de ir a la tienda de la parienta. Me refiero, naturalmente, a ese periodo de vida en el que uno se cree que hace lo que le viene en gana cuando, en realidad, hace o que le manda la señora, es decir, que no para en todo el día de trabajar sin cobrar. Los que ya no curramos por culpa de que la empresa nos ha puesto de patitas en la calle solemos estar todo el año de vacaciones aunque no lo creamos. Al menos yo no distingo entre agosto y octubre a no ser por el clima. Y puesto a preferir, prefiero octubre. Donde va a parar. En esta tesitura, conforme pasa el tiempo odio cada vez más el verano con su maldito sol, sus malditos mosquitos y sus malditos cierres de bares, restaurantes, estancos y demás comercos imprescindibles. Y lo odio porque rompe la habital tranquilidad de mi vida obligándome a trabajosos traslados y a asumir responsabildades a las que uno ya no tiene edad para apechugar.

El caso es que, una vez celebrado el santo de mi parienta, ya saben Nuestra Señora de los Ángeles, vuelvo a estar de "vacaciones" de agosto como todos estos años atrás, es decir, sufriendo las calores o aprovechando cualquier amigable resquicio para pasar fines de semanas sueltos en casa de colegas o familiares cercanos, que tampoco es cuestión de abusar. Así que este verano mi familia y yo hemos decido dividirnos para no ser una carga excesiva. Yo, como es habitual por estas fechas, agarraré maleta y ordenador portátil (que eso de portátil es un eufemismo porque el condenado pesa una hartá) y cogeré el autobús camino de la playa de Jaén donde me han dicho que las noches calurosas no tienen nada que envidiarle a las del trópico con sus treinta y tanto grados a las cuatro de la madrugada. Como todos los años, me dispongo a contarles como son las vacatas de un pardo sesentón en un pueblo perdido de la Andalucía profunda en el que afirman los entendidos que es donde mejor se pasa. Se nota que esos entendidos suelen veranear en la playa o en la montaña en buenos hoteles y con festolines a tutiplen. Después llegan a las tertulias y cuentan su película que, como siempre, solo conocen de oidas. Si vivieran solo dos semanas donde yo voy otro gallo les cantaría. Estén atentos a la pantalla que me da que se van a reir. Y por favor, no me abandonen.  
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