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Toros con nombre y alma

Toros con nombre y alma

martes 17 de septiembre de 2013, 18:07h
Puede resultar molesto para los recios mocetones castellanos de Tordesillas saber como sus reacciones en defensa de la tradición de alancear toros son similares a las de los nacionalistas catalanes cuando se sienten criticados por "los de fuera". Todos se atrincheran en el patrioterismo de barrio más añejo, recurriendo al argumento de barajar siglos pasados como si fueran razones de lógica impecable.

Como cada verano, la noticia salta con el enfrentamiento entre los defensores de los derechos animales y los perpetradores de barbaridades infligidas a toros, burros, gansos, gallos o cabras. Sangre, agonías y muerte desde caballos, chinchorros a remos o campanarios. Zoomaquias ancestrales, rituales de lucha entre la precaria humanidad prehistórica y la vida salvaje escenificando el triunfo del hombre, su dominio del miedo atávico a las bestias. Roles de iniciación masculina, como lo era matar a un león entre los Massai antes de su circuncisión, correr delante de los toros en San Fermín o en los "bous a la mar" y arrancar la cabeza del ganso en Lequeitio.

La globalización cultural diluye las diferencias entre las gentes de todo el mundo, y como reacción los más necesitados de ortopedias identitarias construyen su personalidad en torno a las más nimias diferencias, sea un acento o una tradición. Y también las fiestas del pueblo. Cuando la autoridad prohibió tirar a la cabra desde el campanario en Manganeses de la Polvorosa, se arrojaron dos al vacío.

Pero la civilización y la vida urbana modifican el papel de los animales y la relación de las personas con ellos; para muchos niños la leche nace de forma directa de un tetrabrick, la carne crece troceada en bandejitas de poliespan y el pescado tiene forma de barritas congeladas. A diferencia de las bestias anónimas sacrificadas de modo industrial, los afortunados canes y mininos de nuestros hogares tienen nombres propios y un pasado común compartiendo nuestras vidas; son ya miembros de la familia percibidos a través de las lentes de Disney y existen ya servicios de incineración para disponer de sus cenizas cuando mueren, la mayoría con la dulzura de una eutanasia negada legalmente a los humanos.

El choque entre el campo y la ciudad, una vez más, se hace inevitable. El concepto del animal como bestia sometida a la tortura para aprovechar su fuerza física y al fin sacrificada de modo sangriento con el fin de obtener su carne en ritos tan festivos como las matanzas por San Martín o la idealizada humanización del animal en quien se quieren ver reflejados sentimientos, y por ende los derechos inherentes a un ser con alma.
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