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El Rey comienza su 'annus horribililis'

El Rey comienza su 'annus horribililis'

lunes 06 de enero de 2014, 16:52h
Debo confesar que, por un lado, admiré el patente esfuerzo del Rey por estar presente, con todas las consecuencias, en esta Pascua Militar. Una presencia que fácilmente podría haberse excusado por hallase aún en período de convalecencia. Otra cosa es que el Jefe del Estado acaso debería haberse ausentado, en espera de una plena recuperación, evitándose una imagen acaso algo heroica, quizá un tanto patética, de cumplimiento del deber hasta el último extremo de sus fuerzas. Porque tal fue la impresión que en mí dejó: la de un hombre extenuado, forzado a permanecer de pie ante un atril desgranando unas palabras que obviamente no eran las suyas y que respondían a un guión apresurado y descomprometido: no convenía, sin duda pensó alguien, someter al Monarca a más esfuerzos de los ya realizados con el espléndido mensaje de la pasada Nochebuena, realizado, claro, en un ambiente más propicio y mucho más manejable.

He asistido a muchas celebraciones de la Pascua Militar -dejé de hacerlo cuando a los periodistas se nos vetó la entrada en la recepción posterior-y conozco, creo que a fondo, su significado y hasta su relativa tradición. Jamás ví, aunque fuese por la televisión, algo tan desangelado, tan tenso, tan preocupante. Tanta angustia en tantos rostros. Era como el pistoletazo de salida de un año que, evidentemente, va a ser un Via Crucis para un Rey que merece pasar a la Historia con mejores galas y más gratos recuerdos. ¿Qué hubiese ocurrido si este año, ya digo que de convalecencia, hubiese sido el Príncipe quien hubiese presidido la parada y la Pascua entera, con un mensaje atribuido a su padre? Nada. Que la normalidad hubiese comenzado a instaurarse en este anormal panorama que alumbra el políticamente preocupante año 2014. 

Quisiera que quede claro que no pienso que el Rey esté acabado, aunque sí que debe iniciar pasos para una progresiva abdicación en el Príncipe, a punto de cumplir cuarenta y seis años, edad en la que su padre llevaba ya tiempo reinando y había superado la dura prueba del 23-F. El Rey nos hace falta, mucha, en esta España que se interroga sobre su presente y, sobre todo, sobre su futuro, mientras cuestiona muchas cosas del pasado. Una crisis de identidad que, para gente que, como yo, cree en la Monarquía, necesita a alguien que, situado por encima de las rencillas partidarias, que ya se ve que tienen escaso remedio, ponga paz, orden y equilibrio entre las gentes, los territorios y las coyunturas concretas. Eso mismo es lo que ha significado, y no sé si aún significa, Don Juan Carlos de Borbón. Un hombre que, además, podría, desde un plano menos comprometido, insuflar consejos y experiencia a su sucesor.

No, no me hago ilusiones, esta es la verdad. Sé de las dificultades, incluso anímicas, incluso históricas, desde luego de recelos familiares, para que se de uno de los grandes pasos que este país nuestro, España, necesita.

La pregunta que alguien como yo, que aprecio sinceramente al Rey, aunque haya criticado varias cosas de su trayectoria -es mi derecho como ciudadano, es mi deber como periodista--, se hacía en la mañana de este lunes festivo, viendo a la gente agolpada a las puertas del Palacio de Oriente aplaudir a una institución, es si este 'estatu quo' podrá mantenerse mucho más. Sé que muchos piensan lo contrario; son los mismos que creen que no hay que abrir el melón de la Constitución, porque nunca se sabe hasta dónde llegará la cata y prueba. Respetando profundamente estas opiniones, yo temo que el melón llegue a pudrirse. Y sé de las garantías que significa la presencia del Príncipe, un personaje difícilmente atacable desde cualquier ángulo, incluyendo el del fervor republicano, porque él sabe que no podrá reinar como su padre, y que tendrá que ganarse el puesto cada día. 
Pues eso: tras el acto voluntarioso, voluntarista, plausible, admirable si usted quiere, de ayer, ¿qué? No haré más preguntas, Señoría, Señor. 


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