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Europa y Rusia: ¿hacia una agria separación?

Europa y Rusia: ¿hacia una agria separación?

sábado 24 de mayo de 2014, 14:10h
El acuerdo firmado el pasado jueves entre Rusia y China, según el cual el primer país venderá combustible a China por valor de 300 millones de euros durante treinta años, es algo más que una alianza comercial, por más que ambos gobiernos quieran quitarle importancia al asunto (quizás temerosos de que el resto del mundo se asuste ante la dimensión de lo acordado). De hecho, asociado a este pacto tuvo lugar otro en materia de seguridad mutua frente a terceros, que ya tiene un calendario de maniobras conjuntas.

En realidad, la alianza del gas con China se inscribe en un giro de Rusia hacia Asia en un momento que sus relaciones con Europa pasa por serias dificultades. Es cierto que las negociaciones sobre la venta de gas a China comenzaron hace ya diez años, pero no lo es menos que se han cerrado en esta coyuntura por razones estratégicas. Rusia necesita demostrar de inmediato que no depende demasiado del intercambio comercial con Europa, para que la UE se tome en serio que sus presiones -y sanciones- económicas no van a condicionar sus actuaciones geopolíticas. 

La pregunta que surge en Europa, sobre todo en Alemania, es si conviene o no que Rusia se gire hacia Asia, desencantada de su relación con la Unión Europea. Y la respuesta debe tomar en consideración una reflexión propia: si no será cierto que, cual amante engreída, la UE no ha padecido de un exceso de seguridad respecto del amor incondicional del otro. Claro, es cierto que tenía poderosas razones para creérselo: la UE presenta sistemas democráticos consolidados, un cuadro de valores y derechos asumidos, una importancia superlativa como socio comercial de Rusia, una opinión favorable dentro de la población rusa, entre otras cosas. Pero quizás no haya calculado bien el amor propio de los rusos.

Y si hemos de creer las quejas de Moscú, la historia de las relaciones entre Rusia y la UE desde que cayó la Unión Soviética es una historia de desaires, desencuentros y desencantos. En el plano de la seguridad, desde 1990 las nuevas autoridades rusas propusieron una alianza estrecha con la OTAN que incluía desde intercambio de protocolos hasta maniobras militares conjuntas. La respuesta de los halcones estadounidenses fue que todavía era demasiado pronto para tales confianzas. El segundo golpe de efecto fue la incorporación a la OTAN de los tres países bálticos (Lituania, Estonia y Letonia) en menos de dos años. 

Para los militares rusos, que estaban convencidos de que las exrepúblicas soviéticas iban a permanecer en su área de influencia, el impacto no fue menor. Mientras tanto, las negociaciones de un acuerdo de cooperación entre la UE y Moscú progresaron hasta convertirse en realidad, enmarcando un intercambio comercial considerable, sobre todo para Alemania. En medio de estos acuerdos, se bamboleaba la opción barajada por ambos lados de si sería posible un pacto paneuropeo para fusionar la UE y Rusia. Sin embargo, tras el desaire de la OTAN, Rusia ha percibido que la UE ha tratado de mantener las relaciones en un ten con ten, donde quedaba claro que lo que unía a ambas partes era poco más que los descarnados intereses comerciales. 

La crisis de Ucrania ha sido la gota que ha derramado el vaso. La torpe actuación de la UE en el curso del conflicto, dando bandazos entre posiciones blandas y duras (acuerdos concertados con Yanúkovich y lanzamiento de torpedos bajo la línea de flotación), ha conseguido galvanizar a la opinión pública rusa en contra de la OTAN y la UE. La percepción popular ahora es que se trata de una cuestión de amor propio, de sentimiento nacional herido. Y la conclusión parece ser: "¿Quienes se habrán creído que son estos de la UE? Pues si Europa nos menosprecia, ya encontraremos en Asia otras parejas de baile".

El problema para Occidente y especialmente para Europa es que un bloque estratégico entre Rusia y China constituye un poderoso factor de incertidumbre a nivel mundial. La UE necesita encontrar un punto de equilibrio entre sus intereses a corto y a largo plazo, necesita mantener actitudes firmes pero sin asociarse a la escalada en la confrontación geopolítica, necesita recuperar el favor de la opinión pública rusa. Una Rusia de espaldas a Europa no es un buen negocio para nadie. 
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