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Veloz estío

Veloz estío

domingo 07 de septiembre de 2014, 09:16h
He pasado el verano, entre otras cosas menos apasionantes, releyendo a Hemingway. Y eso que apenas coincido con alguno de sus gustos -sobre todo el gozo de verter la sangre animal y sus poses machistas y fanfarronas-, pero su inmenso talento literario, desplegado sobre todo en el arte de contar historias profundas con palabras sencillas, me llevó a recordar viejas lecturas casi adolescentes, en las que leyendo su prosa uno podía sentir el ruido de los aviones, el chirrido bronco de los tanques sobre los piedras, el golpe de la bala en la carne mientras la fuente de la sangre comienza a manar. "Adiós a las armas" me dejó grabado en la mente ese amor sencillo y poderoso entre la enfermera y el herido, y como los sentimientos rastrean por el barro y el fuego para poder sobrevivir dentro de la guerra. Hemingway, con su sencillez y sus palabras exactas -ponía en los contratos que no modificaran ni una palabra, ya que entonces perdería su sentido la novela- me recuerda al frondoso Shakespeare, sobre todo por esa inspiración que consigue captar el instante mágico, o esencial, de las historias.

Siempre que voy a París releo Paris era una fiesta, novela en la que por cierto se basó Woody Allen para su filme "Midnight in París". En este casi documental novelado lo que más me gustó fue el desarrollo de Gertrude Stein, musa y líder de la Generación Perdida, y la relación entre Hemingway y el matrimonio Fitzgerald-Zelda. Hemingway es duro, o sagaz, al advertir que el genio de Scott apenas pudo explayarse por los manejos de su mujer, fríamente envidiosa de su talento. Cuando lo volví a leer, este verano, sentí más la magia narrativa de su visión de París, de la época (la de la mayor revolución en el arte de la historia), de tantos personajes libres y desentendidos que no presagiaban, como ha ocurrido ahora en el 2008, la peste que se acercaba con una flota de dolor hacia  1929.

Para mí el verano, sobre todo, es leer y pensar. Levantar de vez en cuando los ojos hacia el ventanal para sentir las palabras salir de la mente hacia los árboles. Ver así quizá un sentido más bello. Y haber pasado este verano con Ernest, machista, bravucón y genio, es algo que me ha hecho feliz. Y tengo dentro la sensación de que no he perdido el tiempo. "Por quién doblan las campanas" la releí con la oscura y fea película que protagonizó Gary Cooper en la mente. El libro es mil veces más apasionante y bello. La rudeza, la elegancia, la utopía, el amor, todo va sucediendo en esa guerra nuestra incivil que sudó crueldad por todas partes. En ese libro Hemingway escribe algo que tantos años después aún no ha perdido su vigencia: "Dios se apiade de los españoles. Sus dirigentes siempre les traicionan".   
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