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La muerte de la intimidad

La muerte de la intimidad

sábado 08 de noviembre de 2014, 09:48h
La gran poetisa americana Emily Dickinson sólo publicó cinco poemas en su vida. Como nos cuenta José Luis Rey, unos días después de su muerte, su hermana encontró los cuarenta volúmenes cosidos a mano con gran parte de su obra. Aquellos poemas, que escribió en la intimidad de su habitación, tienen la sabiduría de su profunda meditación sobre los temas básicos de la esencia humana. Leer su obra es meterse dentro de su corazón y encontrar una inmensa sensibilidad en la que el paisaje y los sentimientos adquieren una lucidez persistente, dejan en nuestro entendimiento una perspectiva que estaba ahí, frente a nuestros ojos, pero que solo amanecieron a nuestro lado cuando su delicada y maravillosa mirada descubrió la vida que llevaban adentro. Su percepción de Dios, el paisaje, el corazón humano, el tiempo, la eternidad, la muerte, el amor, el recuerdo, pierden su terrible complejidad para ser en su pluma sencillos y profundos mensajes de la naturaleza.

Dice Eugenio Montale en uno de sus poemas que la vida es un desperdicio de aconteceres nimios, y cuando uno lee a Emily reconoce su inmensa capacidad de volver todo trascendente, de darle una importancia que viaja de afuera a nuestro intelecto, a nuestros deseos de comprensión de lo incognoscible. Lo más impresionante de Emily, cuando existen tantos escritores, poetas, que necesitan una experiencia vertiginosa (acabo de leer "Kaddish" de Allen Ginsberg, y he viajado con él por la historia de una pérdida maternal hecha poesía), es que dialoga y busca en su propio espíritu respuestas que la persistencia de una mirada exterior jamás encontraría.

Como ella escribió, solo se sostenía a sí mismo, distante, como algo espiritual, encontrando su alma al cerrar la puerta a lo exterior. Incluso los tres últimos años de su vida los pasó encerrada en su habitación de su casa de Amherst. Rey cuenta que a veces se la vislumbraba en la ventana, con el sol cayendo sobre sus ropas blancas.

En su pulcra poesía Emily sacraliza la intimidad, el diálogo con el ser que nos habita, quizá para sentir a Dios como "El más cercano Vecino", o a lo que somos en verdad y desconocemos. La intimidad es una fuente maravillosa de conocimiento. Por eso desprecio el ruido vacío o el patio de vecindad farragoso en el que se está convirtiendo la vida.

Uno se siente invadido en todas partes, a todas horas por ese exterior superficial que ahoga el pensamiento y la calma. En cualquier lugar ves y oyes a gente gritando por el móvil sobre su trabajo o su vida íntima. Y el dichoso WhatsApp molesta ahora a ese derecho a no contestar cuando a uno le interrumpen en su sagrada intimidad, en ese mundo en el que en verdad somos los reyes del silencio. 
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