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El caballero navegante

El caballero navegante

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 23 de marzo de 2015, 10:44h
            En el cuarto centenario de la segunda parte de El Quijote, D. Miguel de Cervantes y Saavedra se hace recordar con singular empeño. No solo con los huesecillos revueltos del osario de la Cripta de Las Trinitarias y con los papeles archivados y reencontrados en Sevilla sino, literariamente, con los comentarios de los críticos que nos tientan a releer su genial novela y comprobar si es certero o equivocado el comentario de que la mencionada segunda parte es mejor que la primera y que su imitador Avellaneda provocó, con su atraco literario, que Cervantes enriqueciese su obra con esa magnífica e inseparable continuación, rompiendo el tópico de que nunca segundas partes fueron buenas. Es cierto que esta segunda parte es de una calidad asombrosa. Pero es difícil considerarla mejor cuando la creación de los inmortales personajes, su paisaje, su intención crítica y su amarga filosofía, nacieron en aquella primera parte que, por sí misma, era desde "un lugar de la Mancha" la narración más universal de la lengua española.
 
            Es singular, en esta espléndida segunda parte, la faceta navegante del ingenioso caballero, hasta entonces solo andante. Se amplían los límites del escenario castellano o manchego y se hacen presentes ríos y mares y espacio aéreo, embarcando al caballero en el barco encantado, flotante en las aguas dulces del Ebro en las aguas saladas del Mediterráneo surcadas por las galeras de Barcelona, y en el artefacto volante llamado clavileño. Sobre clavileño, rodeado de cohetes, creería el hidalgo llegar a la región del fuego "entre el cielo y la luna", convencido de vivir una aventura aeronáutica. Pero hay una notable diferencia entre el barco encantado, el caballo volador y las galeras del grao de Barcelona. Allí, en Cataluña, la aventura se despoja de fantasía y D. Quijote se apea de sus sueños para vivir unos hechos reales. Es como si D. Quijote se transmutase en el soldado Cervantes y este se recrease en el horizonte azul del Mediterráneo, diese suelta a su nostalgia de marinero en tierra y reviviese la ceremonia de sus singladuras navales.
 
            Allí los molinos no eran gigantes ni los rebaños ejércitos. Aquí los cañones eran auténticos cañones que tronaban con pólvora del Rey, las lonas eran velas y los bajeles se mecían sobre las olas del Mediterráneo a las órdenes del jefe de una flotilla española de combate y no flotaban por hechicerías de un mago o de un encantador. Aparecen unos corsarios argelinos verdaderos y se realizan las maniobras adecuadas para apresarlos, describiéndose una acción naval para defender la costa española de agresiones islámicas. Se describe un ambiente conocido para quien cruzó el Mediterráneo rumbo a Italia y luego rumbo al Golfo de Lepanto. Un ambiente conocido por alguien que, en un viaje de vuelta a casa, cerca de la costa catalana, fue apresado por piratas y llevado cautivo a argel, de donde conseguiría, tras años de cautiverio, regresar navegante y rescatado por frailes trinitarios. Difícilmente olvidaría el olor a mar de sus aventuras y desventuras y seguiría soñando con cruzar el atlántico, aspirando a un cargo en América, a lo que le contestaría displicente el Consejo de Indias: "Busque usted por acá en que se le haga merced". Por acá se quedó, buscando abastos para la Armada Invencible, en la que le hubiese gustado embarcar si las heridas de Lepanto y el paso de los años no le hubiesen dejado sin destreza para el combate.
 
            No pudo cruzar "el charco", lo que en vez de él conseguiría su libro, en cuyas páginas navegaría D. Quijote hasta las librerías ultramarinas, a bordo del galeón "Espíritu Santo". Pero, en aquel episodio de las galeras se transluce el sueño del navegante de un español de tierra adentro que ha descubierto azarosamente los caminos de la mar. En este sueño se identifican Cervantes y D. Quijote, soñando en convertirse en caballeros navegantes. En esta segunda parte, cuyo cuarto centenario celebramos, es donde la pluma del novelista se convierte en la de un corresponsal de guerra que describe una acción naval de persecución de la piratería, como sí se hubiese embarcado hoy en una fragata para patrullar por la  Costa de Somalia. Es el mensaje de un hombre de su tiempo que quiso ser capitán y no lo fue. Que quiso ser marino y no lo fue sino solo "soldado, hidalgo y pobre", aunque rico en talento y genial con la pluma.
 
            Esta segunda parte, que nos llega con acompañamiento simultaneo y mediático de investigaciones funerarias, se retrata a un español absoluto, leal a una historia con glorias y quebrantos. Enterrado en la cripta de una iglesia de la Orden que lo rescató del cautiverio, su mensaje es de fidelidad a su origen y de esperanza en su destino. Las esquirlas de sus huesos están llenas de vida trascendente, como sus personajes eternos: D. Quijote, Sancho y Dulcinea. No puede ser jamás olvidado porque su lenguaje vive en los giros de la prosa con que intentamos expresarnos cada día. Sus cenizas no son como las momias embalsamadas de los figurones acartonados que creyeron prolongar su presencia en la tierra convertidos en muñecos macabros. Al caballero navegante le basta una pizca de materia ósea,  en un lugar conventual,  para brillar en el universo de la cultura. No se puede escribir en el idioma común de quinientos millones de personas sin las expresiones y sentencias de una herencia genética de las letras que permanece entera aunque estén dispersos los huesos.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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