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La Europa que nos ha tocado sufrir

miércoles 08 de julio de 2015, 18:09h
Un amigo me ha preguntado: ¿Cómo es que si te manifiestas contra las políticas de austeridad también estas en contra el gobierno de Tsipras? Mi respuesta fue que solo soy uno entre muchos: así lo han dejado saber recientemente Felipe González, los editoriales del diario El País y buena parte de la socialdemocracia europea. Sin embargo, me quedaron ganas de dar una explicación algo más sustantiva. Veamos si lo consigo.

La Europa que nos ha tocado sufrir es la de la del avance de su ampliación política en medio de la crisis financiera inducida por la desregulación de la globalización. No es esta la oportunidad de profundizar sobre la naturaleza y características de la crisis, sino de sus derivaciones políticas. Como dijo Przeworski, lo importante es reconocer quien lidera el encaramiento de la crisis. Y en la Europa actual no hay duda de que eso lo están haciendo las fuerzas conservadoras. Pero lo que les cuesta entender a muchos es que los conservadores han sido llevados al gobierno por los votos de la ciudadanía. Es decir, de manera perfectamente democrática. Y todavía les cuesta más entender que, dada la actual correlación de fuerzas, la Comisión Europea tenga una orientación también conservadora. Más bien sería extraño –y antidemocrático- que eso no fuera así.

¿Y por qué la ciudadanía europea se ha inclinado mayoritariamente por los conservadores? La respuesta no es muy complicada: porque la socialdemocracia gobernante entró en crisis ante la crisis económica. Unos se plegaron a la globalización –Tony Blair en Inglaterra- otros todo lo contrario, pero ninguno supo qué hacer para mantener los avances del Estado de Bienestar. Así que dejaron de ser creíbles y la gente se volvió hacia la acera de enfrente. No es la primera vez en la modernidad que la ciudadanía confía más en la derecha para enfrentar los problemas económicos.

El problema agregado es que en la Europa actual no todos sus miembros tienen la misma densidad ni la misma actitud hacía la Unión Europea. Reino Unido, por ejemplo, juega a tomar distancia cuando la UE está de vacas flacas y a acercarse más cuando llegan las vacas gordas. El otro gran poder, Alemania, hace de su capa un sayo con su propia economía, pero no confía en que eso pueda hacerlo la deficitaria Europa del Sur. Por eso Merkel es la dama de hierro de la austeridad europea. Además, porque su ciudadanía se lo pide a gritos: ¡no queremos pagar la fiesta griega! (como dicen la mayoría de sus periódicos).

¿Y qué hace la izquierda frente a la hegemonía conservadora? Pues la socialdemocracia hace un poco de todo. En Alemania busca suavizar la dureza derechista desde dentro, llegando a una gran coalición, mediante negociación de programas. En España hace todo lo contrario: realiza alianzas con la extrema izquierda para desbancar a la derecha gobernante. En Francia e Italia, desde el gobierno, tratan de caminar por el filo de la navaja como mejor pueden. A mi juicio, el más grave problema que enfrenta Europa es el aparecimiento del populismo, tanto de derechas como de izquierda. El de derechas, porque surge para decirles a los conservadores democráticos que lo que hacen no es suficiente, que hay que ir más allá; lo que conduciría previsiblemente a gobiernos autoritarios por una vía u otra. El populismo de izquierda (Syriza, Podemos, etc.) porque recoge el malestar social que genera la crisis, lo funde con la extrema izquierda de siempre, para prometer la luna al electorado como remedio de la austeridad, más allá de lo conscientes que sean de cuan incumplibles sean sus promesas.

Así las cosas, no me parece exagerado pensar que la solución al enredo de esta Europa que nos ha tocado sufrir es, en el fondo, una cuestión de opinión pública; dicho en otras palabras, de cultura política. Mientras la mayoría de la ciudadanía siga apoyando la visión conservadora de la solución a la crisis no será posible revertir la política de austeridad como respuesta única. Si, ya sabemos que somos muchos quienes pensamos que la solución está en una mezcla de estabilización y expansión –como hizo el primer Obama- sin provocar demasiados desequilibrios presupuestarios. La cuestión es que no hemos convencido de ello al grueso de la opinión pública. Lo que me lleva de nuevo a pensar que también la ciudadanía es corresponsable de lo que estamos sufriendo. Por eso me parece peligroso el populismo: porque siempre ha sacado alto provecho de la ciudadanía de baja calidad.

De lo que no estoy convencido es de ese camino que han elegido muchos: con tal de enfrentar las políticas de austeridad todo vale, incluida una alianza con el populismo (ya sea de izquierdas como de derechas). El camino de cambiar el sentido de la opinión pública puede ser largo y proceloso, pero el atajo del populismo es mucho más peligroso, porque desvaloriza las reglas democráticas del juego. Comenzando por pensar que las victorias electorales del populismo hacen menos democráticas las autoridades europeas. Algo que contribuye a rebajar todavía más nuestra débil cultura política y probablemente a retrasar el cambio progresista de la opinión publica.
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