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La delgada línea roja

martes 23 de febrero de 2016, 16:50h

Permítanme que utilice el título de la conocida película de Terence Mallck ambientada en la II Guerra Mundial y candidata a siete nominaciones de los Oscar, para definir lo que está pasando en España en estos cruciales y desconocidos momentos en los que nos movemos. El candidato a la investidura como presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lleva casi un mes reuniéndose con los diversos partidos del arco parlamentario (excepto naturalmente con el PP y Bildu) en busca de los necesarios apoyos para sacar adelante su apuesta salvadora. Si he de serles sincero estoy hasta los mismísimos de las tonterías que unos y otros dicen en sus innumerables ruedas de prensa tras horas y horas de reuniones y de cómo quieren vestir el muñeco de sus respectivas incapacidades negociadoras y su total falta de respeto a los ciudadanos a los que dicen representar.

Todos han puesto sobre el tapete la famosa línea roja que unos no se atreven a traspasar y otros se niegan a que alguien la traspase. Menuda gilipollez. Para el PP, para Ciudadanos y, de momento, para el PSOE, la famosa línea roja está en la unidad de España que tanto Podemos como los independentistas catalanes y vascos están dispuestos a saltarse a las primeras de cambio con las pamplinas del referéndum y otras sandeces provincianas y catetas. Eso es lo que está ocurriendo en estos momentos, pero ya veremos lo que sucede conforme avancen los días y los partidos en litigio no lleguen a ningún tipo de acuerdo. Ya verán como esa línea roja se vuelve cada vez más delgada por una y otra parte hasta que apenas se vislumbre. Tanto Sánchez como Iglesias se encargarán de ir limándola poco a poco para lograr ese acuerdo de gobernabilidad que tanto desean uno como otro.

Acabo de ver la entrevista que le han hecho a Mariano Rajoy en 13 TV y, la verdad, es que he quedado gratamente sorprendido. El presidente del Gobierno en funciones, que al paso que va el asunto de las negociaciones puede estar en funciones otros seis meses más hasta bien entrado el mes de julio, parece haber aparcado su inamovible imagen de esfinge abordando clara y llanamente los problemas que nos afectan a todos los españoles y reconociendo alguno de sus grandes errores, sobre todo el grave asunto de la corrupción, que han llevado a su partido a perder más de un millón de votos en las últimas elecciones generales. Con todo me da la impresión de que en este país nos movemos más por consignas que por el puro raciocinio. Aquí son muchos los que, apoyados por plataformas mediáticas, repiten incesantemente la nulidad de Rajoy. Y muchos, incluídos algunos dirigentes de su propio partido, asumen esas consignas como verdades inmutables.

Y no es verdad. No es verdad toda esa incapacidad de acción que le atribuyen a Mariano Rajoy. Como bien ha explicado el presidente del Gobierno en funciones, la reforma laboral afrontada estos cuatro años por su Ejecutivo ha conseguido levantar en poco más de dos años un país que estaba hundido en el profundo pozo que concienzudamente cavó Zapatero. Es verdad que estos éxitos se ha basado en los sacrificios de una clase media, sus votantes naturales, que han pagado en sus economías los necesarios recortes mientras contemplábamos estupefactos como cientos de responsables de las cajas de ahorro y de la Banca trincaban dinero a espuertas sin que el Gobierno moviese un dedo. Todo eso es verdad y el PP ha pagado con creces sus numerosos errores.

Ello no implica, sin embargo que se anatemice un partido que, se quiera o no, ha sido básico en la construcción democrática de España. Cinco millones de españoles así lo han creído depositando sus votos en las urnas apoyando al PP. Y el señor Sánchez no es quién para despreciar como está despreciando a esos cinco millones de españoels al negarse, no solo a pactar o a formar ese Gobierno de salvación nacional con populares y Ciudadanos, sino a sentarse a hablar con el partido que ha ganado claramente las elecciones del pasado 20 de diciembre.

Pero a lo que iba, que la línea roja que separa actualmente a Pedro Sánchez de sus necesarios apoyos se está volviendo cada día más delgada y no me extrañaría que desapareciera en cualquier momento. Dice el dicho árabe aquello de que “La fe mueve montañas. SiMahoma le dice a la montaña ven, la montañe debería venir a él. Y si, finalmente, no viene, Mahoma irá a la montaña”. Pues eso, que es tal la ambción y las ansias de Pedro y Pablo, los dos apóstoles del pacto del progreso (yo lo llamaría del regreso) que si al final no consiguen mover las montañas, atravesarán todas las líneas rojas, para ir de la mano a la montaña de la Moncloa. Ya verán.

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