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La mañana y los pájaros

sábado 09 de abril de 2016, 14:14h

Amaneció. La primera caricia de la luz levantó mis párpados y comencé a ver a los habitantes que me habían acompañado en la noche. El armario de piel oscura. La lámpara de lágrimas de cristal. La ventana soltando el polvo mágico del amanecer. El reloj con sus pulsaciones necesarias para el sueño. El sillón de skay alojando la ropa perdida. La puerta siempre misteriosa. Todo se despertó conmigo y sentí que comenzábamos juntos la batalla de la vida. Me asomé a la ventana y vi el campo entre la luz y la sombra. A lo lejos las torretas de las minas parecían gigantes con un solo brazo guardando la llanura. Más cerca, un tumulto de tejados rojos llenos de antenas y chimeneas se confundía con los largos cipreses y los pinos y los abetos, que se despertaban quitándose el frío de su cuerpo verde oscuro.

Detrás de mí la sombra todavía se agarraba a su último oxígeno. Se extendía por los muebles con una huella desgarrada. Se alejaba por el pasillo poco a poco, como si no quisiera marcharse porque se había acostumbrado a envolver mi mundo. Salí afuera y el frescor me quitó el último rescoldo de la noche. Mis parpados se volvieron ligeros, recogieron el polvo del rocío, abrieron un camino que llevó el frescor hasta mi mente. Entonces mis pensamientos comenzaron a quitarse las cadenas de la noche. El extraño suburbio del subconsciente comenzó a perderse. Todavía recordaba la rara fantasía de la realidad que me había procurado el sueño, pero como en una pugna entre la nada y el todo la vida se derramaba como la lluvia suave por el campo seco. Vi un automóvil por la carretera lejana con las luces encendidas. Rugía a golpes de motor maltratando el silencio. Cuando se alejó sentí que todo volvía a su lugar. En el otro extremo apareció el primer AVE del día. Recorrió el horizonte en un segundo. Se perdió por las encinas para encontrarse con la paz envolvente de Alcudia.

El AVE rompió el silencio con un golpe áspero, con una bocanada rauda de viento. Pero enseguida volvió esa belleza silenciosa del alba a reinar. Luego unos ciclistas pasaron por la carretera, y aunque estaba lejos, escuché sus conversaciones y sus risas habitando la mañana. Pero en pocos segundos volvió la paz a su imperio. Me sentí feliz en esa soledad y en esa calma, en esa belleza del aire y de la lejanía, en esa victoria de la vida sobre la noche. Y entonces salieron los pájaros. Se elevaron de los tejados en un desorden maravilloso. Piaban sin descanso. Para nada su sonido rompía la paz hermosa del campo y la ciudad. Al contrario. El tiempo, la luz, los árboles, los tejados, todo se alegró de verlos. Yo sentí que eran palabras del aire, sílabas de un amor desconocido que saludaba también a la mañana.

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