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El arte y la vida

lunes 18 de abril de 2016, 16:11h

¿Es el arte quien imita a la vida o la vida es solo una forma de concreción del arte? A mi juicio, las dos verdades son ciertas. En este campo no sucede lo que vemos a diario en la actividad política, en donde una afirmación y su contraria son tomadas como ejemplo de coherencia y modelo de reflexión, cuando lo cierto es que el hecho responde justamente a todo lo contrario.
La vida, sin embargo, unas veces es fuente de inspiración para literatos, pintores, cineastas, escultores o músicos y, por el contrario y al mismo tiempo, en otras tantas ocasiones, son sus obras las que sirven de presagio, de premonición y la vida acaba materializándolas. A esos artistas se les llama visionarios porque, cuando presentan su obra, suelen llevar aparejado el escándalo y la incomprensión, y solo el paso de los años acaba de poner a cada uno en su sitio.


Recuerdo ahora dos películas que, en su momento, fueron muy controvertidas: en 1971, ‘La naranja mecánica’ (A Clockwork Orange, en sutítulo original), de Stanley Kubrick, basada en la novela del mismo título de Anthony Burgess; la otra, de 1997, ‘Funny Games (Juegos divertidos), de Michael Hanneke. Las dos son películas duras, violentas y premonitorias. Si esta última es un thriller tan macabro y lleno de desasosiego, miedo y pánico, como lúcido y brillante, ‘La naranja mecánica’ preconizaba un cuarto de siglo antes una sociedad salvaje, llena de ultraviolencia inútil y a ritmo de ‘La Novena Sinfonía’ de Beethoven.


No estaría demás traer aquí y ahora una breve sinopsis de sus argumentos para refrescar la memoria de unos, y despertar el interés de otros, quienes aún no hayan visto los dos geniales trabajos cinematográficos... ‘La naranja mecánica’ sitúa la acción en Gran Bretaña y en un futuro indeterminado. Allí, Alex (Malcolm McDowell), un joven extremadamente agresivo, es el jefe de la banda de los drugos, que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Álex es detenido y, en prisión, se somete voluntariamente a una innovadora experiencia de reeducación que pretende anular drásticamente cualquier atisbo de conducta antisocial. Los resultados no sorprenden a ningún espectador avezado…


En ‘Funny Games’, Anna, Georg y su hijo Georgie van a pasar las vacaciones a su casa a orillas de un lago. La ubicación de la casa, el bosque, las aguas del lago, o la luz… hacen pensar que el paraíso no debe de ser muy distinto. Sus vecinos Fred y Eva han llegado antes que ellos. Las dos parejas se cruzan, y quedan para jugar al golf al día siguiente. Mientras padre e hijo preparan el velero, Anna prepara la cena. De repente, Peter, un joven que es el colmo de la educación y la delicadeza, y que dice alojarse en casa de los vecinos, se presenta para pedir que le presten algunos huevos porque a Eva no le queda ninguno. Aunque despierta cierta desconfianza en Anna, esta pregunta al joven que cómo ha podido entrar en la casa. El joven le explica que Fred le ha enseñado un agujero que hay en la cerca... La pesadilla comienza en ese mismo momento y de ella no se van a salvar ni mayores ni menores. Es, de nuevo, el momento de la violencia por la violencia.


Pues bien, a principios de marzo de este mismo año, en no mucho más de veinte líneas, una noticia que me encontré en un diario, me dejó aún más helado que cualquiera de estos dos filmes que comento. Según la información, dos jóvenes habían torturado y matado a otro en Roma “para ver qué se sentía". Así lo reconoció uno de ellos, Manuel Foffo, de unos treinta años e hijo de un importante empresario de la capital italiana. La víctima era Luca Varani, un chico de 23 años de origen yugoslavo pero adoptado por una familia italiana. El cuerpo del joven apareció sin vida en el apartamento de Foffo, totalmente desnudo y encima de la cama, con cortes por todo el cuerpo, señales en el cuello de haber sido ahogado con una soga y la cabeza hundida a martillazos. La escena no podía ser más macabra. “Queríamos matar a alguien solo para ver el efecto”, fueron las palabras literales del chico al fiscal romano que se ocupaba del caso.


No, no son terroristas del DAESH, no son chicos captados por las maras de Honduras, ni integrantes de las bandas latinas que pueblan alguna de nuestras grandes ciudades y que no han conseguido adaptarse al medio hostil en el que han caído después de emigrar. Se trata de dos jóvenes completamente socializados, con vidas acomodadas, sin grandes conflictos aparentes en sus vidas que, sencillamente, tenían necesidad de tener una experiencia intensa, única. No sé qué monstruos estamos generando en esta sociedad del bienestar y la opulencia, cuyo signo de identidad es el móvil en el bolsillo de todo hijo de vecino, sea multimillonario, rebusque en los contenedores de basuras, o pernocte en un albergue municipal o en algún cajero automático. Solo sé que estos valientes idiotas y asesinos han matado a un joven y, de paso, han destrozado su propia vida. ¡Y nos quejábamos de la tortuosa imaginación de Hanneke, Burgess o Kubrick!

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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