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La última utopía

domingo 08 de mayo de 2016, 21:24h

Yo amaba a esa Europa que encontré en mi juventud como horizonte para alojar una utopía, o mejor para comprimirla en los límites de la razón y exprimirle todo lo posible. Amaba esa Europa que había leído en Voltaire, hija del racionalismo humanista y del imperio de la cultura frente al acoso del anatema o la mitología sacada de su contexto. Me crie sintiendo que la unidad europea era a causa de un sueño histórico, de un hermoso sueño que no era una fantasía, como decía Ortega, ya que la fantasía era precisamente lo otro: la creencia de que Francia, Alemania, Italia o España fuesen realidades sustantivas e independientes. Y que la libertad y el pluralismo, la justicia y la igualdad, masacradas en nuestra historia oscura, descendían de esa Europa hermosa como el agua cristalina desciende de una fuente inagotable.

Pero ahora estoy de acuerdo con lo que dice el papa Francisco, que a Europa se le están muriendo las utopías. Y rememorando a Luther King también sueño con una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso con los derechos humanos ha sido su última utopía. El pontífice se pregunta: ¿qué te ha pasado Europa? En un momento de oscuridad filosófica y predominio materialista el corazón de Europa lleva tiempo oculto en un cofre de egoísmo. Los prebostes de esta fría Europa desconocen los viejos sueños europeos. Sus nuevos sueños viajan por la pantalla luminosa de las bolsas, en donde el dinero vibra como el único orden posible.

Los padres de Europa lucharon por crear un espíritu bondadoso. Luego una casa institucional para alojarlo. El espíritu estaba lleno de deseos utópicos porque ellos pensaban que es persiguiendo lo imposible como se consigue lo posible. Crearon el espacio de una ilusión territorial. Acercaron la pobreza a la riqueza. Instituyeron mínimos de prosperidad. Levantaron una ilusión social, la luz de la ilustración, la justicia, la ausencia de racismos, xenofobias… A principio de los noventa llamaron al Paquete Delors II Los medios de nuestras ambiciones, instituyendo un sistema preciso de recursos para destinar a la justicia social y a la igualdad. Un porcentaje importante del producto bruto europeo (mayor que el de ahora) habría de destinarse a la cohesión, la igualdad, los desequilibrios territoriales, a la batalla contra la pobreza.

Pero ahora Europa camina por el más burdo monetarismo. El único objetivo conseguido ha sido el del mercado y la moneda. Como dice el Papa ¿dónde vas Europa? Qué fácil fue romper ese equilibro entre en dinero y la justicia, entre la moneda y la democracia. Hoy es necesario otro camino. He aquí la gran batalla de la izquierda, cambiar el rumbo de Europa, recuperar esa utopía perdida a manos de voraces mercaderes.

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