Si algo ha quedado claro de la reunión del G7 el pasado fin de semana es la discrepancia sobre la política cambiaria entre Estados Unidos y Japón. Estados Unidos lanzaba a Japón nuevas advertencias en contra de una devaluación competitiva de su moneda. Tras un encuentro con su homólogo japonés, el secretario del Tesoro estadounidense, declaró que no consideraba que los movimientos recientes del yen fuesen “desordenados", añadiendo que "es importante que el G7 tenga un acuerdo no sólo para evitar las devaluaciones competitivas, sino para evitar que nos sorprendamos”. Por su parte, el ministro de Finanzas de Japón apuntaba que no hubo un "debate acalorado" sobre el yen y que es natural que los países tengan diferencias en cómo ven los movimientos del tipo de cambio. Al mismo tiempo, hacía una advertencia verbal a los mercados sobre apostar demasiado a un alza del yen. Lo cierto es que si bien en la reunión se ratificó la importancia de la estabilidad del tipo de cambio, Japón no ha recibido el respaldo de otros miembros del G7 a la intervención para contener el alza de su divisa. Las autoridades japonesas no han intervenido directamente sobre el mercado de divisas desde 2011. En aquellas fechas Japón obtuvo luz verde del G7 para frenar la apreciación del yen alimentada por las especulaciones de que, tras el seísmo y la catástrofe de Fukushima, el gobierno impusiera repatriar una parte de los fondos colocados fuera del país para financiar las indemnizaciones.
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