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Brexit: una reacción de urgencia

sábado 25 de junio de 2016, 17:05h

Azuzado por una clase política profundamente dividida y abanderada por un sector xenófobo, narcisista e insensible al discurso racional el pueblo británico, por una holgada mayoría, ha expresado su deseo de abandonar la Unión Europea. Tiempo habrá de desmenuzar las implicaciones de lo que, a todas luces, es un acontecimiento histórico. Quizá comparable en su magnitud al hundimiento de la guerra fría.

¿Cómo hacer llegar a los lectores plásticamente lo que significa el Brexit? Quizá la mejor fórmula sea la de compararlo a una solicitud de divorcio a las malas. Ahora, el todavía primer ministro David Cameron habrá de formalizarla a tenor de lo previsto en el equivalente a la escritura matrimonial, el Tratado de Lisboa, y siguiendo lo preceptuado en una de sus capitulaciones, el hoy ya famoso artículo 50. Mientras no lo haga, el procedimiento de divorcio no se pondrá en marcha. Hay que confiar en el acrisolado sentido del fair play británico y que no tarde en hacerlo.

Como en todo divorcio a las malas el reparto de la masa de gananciales no será fácil. No puede serlo. La Unión Europea no debería mostrar debilidad alguna en establecer las condiciones iniciales del reparto. De hacerlo, daría alas a otros grupos políticos en los restantes Estados miembros que son tan narcisistas, reaccionarios y ultraderechistas como quienes, en líderes irresponsables, han preconizado el Brexit.

Si la Unión no se muestra firme en la defensa de su propia masa ganancial no sería de extrañar que, dentro de pocos años, hubiera que lamentar no ya el divorcio sino la extinción de la otra parte que ha de negociarlo. Así de simple.

El Gobierno británico como institución tenía un plan perfectamente delineado para el caso de que la solicitud de divorcio no se presentara. No está nada claro cuál el plan de los grupos políticos que la han aprobado. Así, pues, habrá que ayudarles. Como no han dado cuartel a sus oponentes, la Unión tampoco debería dárselo a ellos. Por lo demás, el todavía Gobierno ya lo ha anticipado en su propaganda y en la campaña.

Es duro afirmar lo que antecede porque implica que, en las negociaciones por venir, pagarán justos por pecadores pero la Unión no puede inmiscuirse en los asuntos internos de la parte que ha buscado el divorcio. Cameron, a pesar de todos los inmensos errores que ha cometido y que le harán pasar a la historia con, presumiblemente, un halo poco glorioso, fue muy claro al llamar la atención sobre la responsabilidad intergeneracional en la que incurrirían quienes votaran a favor del Brexit.

La Unión se situará dentro de la más pura ortodoxia democrática imponiendo condiciones duras para salvar su mayor parte de la masa de gananciales, dejando a los británicos solo la que les corresponda estrictamente.

Dice un refrán español que no hay mal que por bien no venga. En inglés existe un dicho similar: every cloud has its silver lining. En toda nube hay un rebozo de plata. Pues eso. Hay que reinventar la Unión Europea y volver a hacer de ella lo que deseaban los padres fundadores: un mecanismo para preservar la paz y la prosperidad de todos sus miembros y, por extensión, de Europa. No será tampoco fácil. Si falla en tal tarea, no merecerá sobrevivir.

¿Y los británicos? Que naveguen a sus anchas, con sus propias velas, por el amplio mundo y que cuando defiendan sus propios intereses se encuentren con un valladar tras el cual una Unión, renovada, defienda los suyos. En un divorcio a las malas, las partes suelen tener después relaciones no demasiado amistosas. Nos han hecho daño y, en política internacional, no es bueno presentar la otra mejilla para que sigan dándonos bofetadas.

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