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Un corazón a la escucha

sábado 09 de julio de 2016, 11:25h


Cuando estamos orientados en la dirección correcta, todo lo que tenemos que hacer es seguir caminando. Y cuando nos cansemos o desviemos de la ruta no nos distraigamos con críticas ni reproches desesperanzadores porque siempre podemos empezar de nuevo poniendo un pie delante del otro. Ojalá comprendas que buscar tiempo para aplicar esta guía a tu vida es un regalo increíble que te estás haciendo.
Así ha sido este pequeño libro, El manual del mindfulness, editado por Kairós, para mí, un auténtico Vademécum para tener al alcance de la mano. Lo resumiría en una frase: Caer en la cuenta de que andas despistado debe moverte a sonreír para celebrar que se activó el sistema de alerta y regresar a la atención plena, feliz y plácida de vivir con sobriedad, entusiasmo y equilibrio. En lugar de cabrearte por haberte ido por los cerros de Úbeda. Ha sido mi “constatación” espontánea y que actúa como un reflejo condicionado, como una luz en el sonido de una campana interior. Pero sobre todo, la sonrisa con la que me descubro tantas veces al día y que me relaja y serena y me da paz como fruto de la justicia, de la armonía y del bienestar sicológico o eudaimonia, plenitud del ser o felicidad de Aristóteles.

De que está bien así, sin más; y de que a un paso le sigue otro paso. Me recuerda a Chuang Tzú “No olvides, cuando caigas, que el suelo te ayudará a levantarte”. Aquí ni se “cae” ni se “peca” ni se “falla” ni se “ofende” ni se genera tristeza o desencanto alguno. Così è se vi pare, de Pirandello. Y sigue vivir con el asombro que el Nobel André Gide mostraba como característico de la juventud de ánimo, de ese vivir en un descubrimiento continuo de matices, de sonidos, de formas, de aromas, de sosiego y de exaltación controlada, armoniosa y que desde que despiertas y pones los pies en el suelo te hace esbozar una sonrisa, una dicha de ofrenda sin palabras, camino del baño, vestirte, preparar tu desayuno como un rito espontáneo, creador y gozoso. Es el juego en el que ves transformándose tu vivir de cada día.


Esta práctica de prestar atención a tu respiración, a tu cuerpo y a tu entorno, a sonidos que ni imaginabas, mejora nuestra mente porque las neuronas que se activan juntas se conectan juntas. Aprendes a cultivar la paciencia y en mi caso fue como un inshigt al descubrir los regalos de la propia imperfección y de los propios errores en una reacción lúdica que nos libera de pensamientos negativos, mejoran la resiliencia, disminuyen la ansiedad al incrementar la compasión y la empatía. En una palabra, mejora tu calidad de vida, aquí y ahora, hagas lo que hagas o wu wei, hacer nada. Dejar ser, expresarte, perdonarte, aceptarte y quererte al tiempo que te descubres como espacio de encuentro, calma la mente ocupada con sus cosas que no son tú porque tú no eres tus historias ni tus emociones. Ayer ya pasó y no existe puesto que jamás podremos cambiarlo, ni queremos puesto que hemos decidido ser nosotros mismos, con equilibrio y armonía, esa régula áurea que, cuando la descubres y asumes, te llena de paz al recuperar el rostro originario.


Quiero concluir con una de las hermosas citas que lleva el pequeño gran libro para llevar en el bolsillo, y que recoge las dulces palabras de Rumí, el poeta sufí del siglo XIII, cuyos textos sigo disfrutando: “No gires la cabeza. Mantén tu mirada en el lugar vendado. Es el lugar por donde la luz entra en ti”. Así se celebra nuestra razón de ser, como la sangre que no es enviada sino que acude a la herida para limpiar, aliviar y permitir que tu auténtica naturaleza actúe. La clave de la transformación personal al recuperar nuestro rostro originario consiste en abordarlo todo con una actitud de aprendizaje y no de rendimiento ni de suficiencia. Al final, sucede como se cuenta en Primer libro de los Reyes 3, 5: El Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras.» Respondió Salomón: «Señor, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón a la escucha, Leb shomea, para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»

Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y le dijo: «Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti. Un corazón a la escucha»

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