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Los padres de Caín: cuando los monstruos son tus hijos
(Foto: EFE)

Los padres de Caín: cuando los monstruos son tus hijos

martes 13 de diciembre de 2016, 16:18h

Se acercan las fechas navideñas, una época en la que los más pequeños de la casa se convierten en los protagonistas por excelencia. Algunos padres, inmersos en sus actividades profesionales durante del resto del año, descubren en el periodo vacacional la verdadera personalidad de sus hijos.

¿Tu hijo se muestra egoísta y manipulador? ¿Tiene actitudes agresivas y problemas para aceptar la autoridad? ¿Muestra poca o nula respuesta emocional? ¿Es impulsivo y poco tolerante a la frustración? Si la respuesta es afirmativa, es posible que estemos ante un caso del llamado síndrome del emperador u otro trastorno de la conducta.

En la mayoría de los casos, tienen entre 12 y 17 años, y pertenecen a familias de clase alta o media-alta. Se comportan como auténticos tiranos, atemorizando a sus allegados de forma sistemática.

Utilizan la violencia física o psicológica contra sus progenitores y su entorno familiar más cercano como método para conseguir sus objetivos, y tras hacerlo jamás se muestran arrepentidos. Son egoístas y egocéntricos, con una personalidad marcadamente hedonista. Suelen tener pocas barreras morales, actitudes crueles con compañeros o animales, y es habitual que experimenten ataques de ira.

Buscan justificaciones de sus malas conductas en el exterior, culpando a los demás de lo que hacen. Esperan e incluso exigen que sean otros también, los que se encarguen de solucionar sus problemas.

Les agrada sentirse el centro de atención, tanto es así que llegan a exigirla si no se le presta. Actitud que no solo se presenta en el entorno familiar, si no que se extiende a otras áreas como el colegio, su grupo de amigos, u otras situaciones sociales.

Para un padre, reconocer que su hijo es frío o carente de emociones resulta difícil. Es preferible auto-convencerse de que “el niño no es malo, solo travieso” y que en realidad “tiene buen fondo”. Al fin y al cabo, asimilar que has criado a un niño con altos niveles de psicopatía o baja resonancia emocional, puede conllevar cierto sentimiento de culpa.

Unos miran hacia otra parte, otros achacan el problema a las instituciones educativas o a una socialización inadecuada. La realidad es que no se puede hablar de un fenómeno monocausal; existen diversos factores que pueden explicar la aparición de este trastorno.

Lo cierto es que los estudios realizados al respecto demuestran que el entorno socio-familiar no lo es todo. Se ha demostrado que existen sujetos que muestran violencia sin evidencia de un mal ambiente familiar o una educación insuficiente.

Un modelo educativo inadecuado

El sentimiento de frustración es un elemento clave dentro del desarrollo personal del menor; el niño, desde sus primeros años de vida, debe tener una serie de reglas morales básicas muy definidas, que le indiquen lo que puede o no puede hacer. Quebrantar estas reglas debe suponer un “castigo”, debe tener claro que está mal.

Cuando los padres no imponen estas normas básicas, o las imponen de una forma inadecuada (siendo, por ejemplo, demasiado autoritarios), el menor comienza a trasgredir esas barreras de forma sistemática, simplemente porque puede; porque se siente poderoso.

Si los progenitores no corrigen su actitud, el problema puede aumentar hasta situaciones verdaderamente graves; donde el menor puede llegar a ejercer violencia, ya sea física o verbal, contra su entorno.

Expertos como Vicente Garrido, consideran que la sociedad actual fomenta el inicio de este tipo de comportamientos. Según el autor, tendemos a desprestigiar el sentimiento de culpa, o los sentimientos de debilidad, mientras que se alienta la gratificación inmediata y el hedonismo.

La sociedad de consumo, promueve esa “gratificación inmediata” de la que hablamos. La nueva generación de jóvenes tienen al alcance de un “clic” un volumen de ocio y entretenimiento impensable hace apenas unos años.

Muchos niños ven como se cumplen todos sus deseos, y obtienen todo lo que quieren solo con pedirlo. Esto provoca que pierdan la capacidad de paciencia y sacrificio, y fomenta la baja tolerancia hacia la frustración. Además, la familia y la escuela han perdido la capacidad de educación: han dejado de ser instituciones a autoridad, que actuaban como barreras para la posible comisión de actos violentos.

Algunos psicólogos consideran que determinadas decisiones de los padres, como la excesiva cantidad de regalos para Navidad, pueden influir en la aparición de este tipo de actitudes en los menores. Mediante este exceso de estímulos materiales, pretenderían suplir la falta de tiempo que pasan con sus hijos. Con ello, el niño comienza valorar menos lo que tiene; la acumulación de posesiones les vuelve más caprichosos, egoístas y materialistas. Cuando esos estímulos faltan, se vuelven irritables y violentos.

La cifra negra de delitos

Resulta sumamente complicado que una madre o un padre denuncien públicamente que están siendo maltratados, ya sea física o psicológicamente, por su propio hijo. Es difícil de explicar, ya que lo vivencian no solo como un hecho delictivo sino como un fracaso personal.

La denuncia por tanto, es algo extraño, y debe fomentarse por parte de las instituciones. Se trata de la forma más efectiva de hacer frente a estos hechos, que trastocan por completo la vida de los afectados y pueden acabar en tragedia. Cualquier ciudadano conocedor de una situación similar puede denunciar los hechos ante las autoridades. Además, existen organismos públicos que ofrecen asesoramiento y ayuda a aquellas personas que se encuentren en algunas de estas situaciones; son los Centros de Atención de a la Familia.

¿Qué dice la Ley?

El Código Penal, en su artículo 173.2 expone que “el que habitualmente ejerza violencia física o psíquica sobre quien sea o haya sido su cónyuge o sobre persona que esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aun sin convivencia, o sobre los descendientes, ascendientes o hermanos por naturaleza, adopción o afinidad, propios o del cónyuge o conviviente, o sobre los menores o personas con discapacidad necesitadas de especial protección que con él convivan o que se hallen sujetos a la potestad, tutela, curatela, acogimiento o guarda de hecho del cónyuge o conviviente, o sobre persona amparada en cualquier otra relación por la que se encuentre integrada en el núcleo de su convivencia familiar, así como sobre las personas que por su especial vulnerabilidad se encuentran sometidas a custodia o guarda en centros públicos o privados, (…)” siendo que la condena prevista es mayor para aquellos casos de maltrato ya sea físico ya sea psicológico, ya se habitual o puntual.

La Ley de Responsabilidad Penal del Menor estipula que la edad de comienzo para exigir Responsabilidad Penal está situada en los 14 años y se extiende hasta los 18. Con respecto a los menores de 14 años, no se les exigirá responsabilidad con arreglo a la misma, sino que se les aplicará lo dispuesto en las normas sobre protección de menores previstas en el Código Civil.

Lo determinante en esta modalidad delictiva es la relación ascendente de la víctima, que además está obligado a cuidar y mantener del menor. En la inmensa mayoría de los casos, los padres son reticentes a denunciar, e incluso llegan a sentirse culpables de la situación.

En la práctica, el principal problema radica en que los mecanismos de protección son absolutamente ineficaces para el tratamiento de estos sujetos, de forma que este tipo de comportamientos no reciben una respuesta adecuada ni proporcional por parte de ningún campo, ni siquiera el educativo. Todo ello genera una situación de impunidad que puede desencadenar el comienzo de una nueva escalada delictiva.
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