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¿Quién derrotó al populismo en Holanda?

viernes 17 de marzo de 2017, 13:41h

Los medios europeístas celebran la derrota del populismo de derechas en Holanda. Porque no sólo significa poner freno a las soluciones demagógicas y xenófobas en el país de los tulipanes, sino que alejan ese fantasma del horizonte europeo, sobre todo de cara a las próximas elecciones francesas y alemanas. Veremos si el efecto tiene la dimensión suficiente.

Sin embargo, la explicación del resultado electoral holandés queda pendiente. Parece evidente el incremento de la participación de la ciudadanía en los comicios, que ha llegado al 82%, cifra record en Europa en los últimos tiempos. Pero la causa de esa alta participación no parece tan clara. Hay quien pone el acento en la movilización popular. Por ejemplo, el diario El País, en el editorial que trata del asunto, concluye: “Las elecciones holandesas demuestran que el fenómeno populista debe ser tomado muy en serio y solo puede ser eficazmente contrarrestado mediante una movilización popular constante en la sociedad y en las urnas”.

La traducción que se hace regularmente de esa “movilización popular permanente” es que debe desarrollarse una enorme ciudadanía activa (que sería la que ha detenido en populismo derechista en Holanda). Discrepo de esa hipótesis. A mi juicio, el incremento de participación electoral es producto de una calidad ciudadana previa, la convicción de la ciudadanía sustantiva de que era necesario detener esa amenaza a la democracia que representaba el populismo.

Como he indicado en otras ocasiones, es necesario distinguir tres tipos de comportamiento de la ciudadanía en el interior de un sistema político democrático, que dan lugar a lo que puede denominarse como ciudadanía formal, ciudadanía sustantiva y ciudadanía activa. La primera refiere a esos ciudadanos que viven en un sistema democrático pero no interiorizan los derechos civiles y políticos, se desentienden de la política, y no tienen claros los parámetros de funcionamiento de la democracia. En el extremo opuesto, se sitúa la ciudadanía activa, que está compuesta por aquellas personas que participan constantemente de la acción política, a través de partidos u organizaciones sociales y que, en términos generales, funcionan como minorías activas. Pero en el otro vértice del triángulo se encuentra la ciudadanía sustantiva, que refiere a los ciudadanos y ciudadanas que se asumen como sujetos de derechos, siguen el curso de la política –generalmente a través de los medios de comunicación- y tienen suficientemente claro el funcionamiento del sistema democrático; sin embargo, esta ciudadanía no está en constante movilización, no funciona como minoría activa militante, y sólo se activa efectivamente cuando cree que es necesario hacerlo para asegurar el funcionamiento de la democracia.

Ese tipo de ciudadanía (sustantiva) es el que ha derrotado el populismo en Holanda. En otras palabras, ha sido la existencia previa de una amplia ciudadanía de calidad la que ha percibido el riesgo que suponía el populismo y ha salido masivamente a votar a otras opciones para derrotarlo. No es una “movilización popular permanente” lo que ha contrarrestado el populismo en Holanda, sino la existencia previa de una ciudadanía sustantiva que se ha movilizado porque la ocasión así lo requería.

Así pues, la clave del fortalecimiento de la democracia no consiste en la movilización popular constante sino en la creación de ciudadanía de calidad, que esté dispuesta a defender la democracia cuando sea necesario. La base de la democracia reside en la amplitud de una masa suficiente de demócratas convencidos, que no le piden cosas a la democracia sino que están dispuestos a darle todo lo que puedan.

En realidad, el populismo florece en aquellos países donde la ciudadanía sustantiva es débil y una gran cantidad de ciudadanía formal y otros segmentos de minorías activas desprecian las reglas del juego democrático, para seguir las propuestas populistas. Algo que suele ponerse a prueba con las crisis económicas, y que en la actual ha sucedido desde Grecia a Estados Unidos, por poner ejemplos de populismo de signo opuesto.

Por el contrario, en Holanda el malestar social y su componente de disgusto ante los movimientos migratorios, han sido encajados por una ciudadanía que –aunque molesta por estos fenómenos- han colocado por encima el valor de la convivencia democrática. Ha sido la calidad previa de la ciudadanía, capaz de movilizarse cuando la situación lo exige, la clave que ha salvado a Holanda del populismo. Ese parece ser el gran reto de nuestro tiempo: crear ciudadanía sólidamente democrática.

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