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Me dieron mucha pena

viernes 03 de noviembre de 2017, 06:55h

Ahí estaban ellos, muy jóvenes, engalanados con banderolas de colores, danzando al toque de una guitarra desafinada. Enlazados en pequeños corros, cogidos de las manos, giraban y giraban sin parar. Todos ellos, alborozados y entusiastas, saludaban la proclamación de su efímera república virtual. Acampados en su Ínsula Barataria, negando la realidad y aplaudiendo la colosal mentira, participaban en la farsa montada por los secesionistas catalanes. Me dieron mucha pena. Viéndolos tan alegres y risueños, enrolados en esa ficción escrita por sus demonios ancestrales, yo buscaba alguna explicación a tamaño disparate. ¿Cómo es posible que estos chicos quieran aislarse del mundo y sobrevivir en un corralito doméstico? Inexplicable, sinceramente.

A la vista de la intoxicación intelectual y metafísica que aparentaban aquellos chicos, la poción ideológica que les han suministrado parece muy poderosa: provoca efectos secundarios extremadamente perversos. Los chavales que yo vi esa tarde de octubre en la plaza de San Jaume, cautivos de sus fantásticas ensoñaciones, no parecían conscientes del desbarajuste histórico y político que acababa de consumarse en su Parlamento. Una Cataluña separada de España y fuera de la Comunidad, quebrada económicamente y rota socialmente, solitaria y fallida, les dejaría sin futuro. ¿Lo saben?

Fuera de España y de Europa, encerrados en su pequeño territorio, se convertirían en extranjeros, en emigrantes sin papeles, en espaldas mojadas, carentes todos ellos de los derechos que respaldan a los ciudadanos comunitarios. No podrían circular libremente por la Comunidad, ni trabajar en ella, ni desplegar el paraguas que ampara a los españoles en Hispanoamérica y Norteamérica, ni gozar de la promoción laboral y cultural que España garantiza a sus naturales en todo el mundo. ¿Lo saben? Una Cataluña separada unilateralmente de España reduciría dramáticamente sus posibilidades vitales.

Los conservadores británicos, acuciados por las extrema derecha local, xenófoba y neofascista, consiguieron que Gran Bretaña rompiera con Europa. Una vez más, el nacionalismo trasnochado y nostálgico, enquistado en las entrañas de los sectores sociales más cobardes e insolidarios, se llevó por delante el anclaje europeísta del Reino Unido. Sin embargo, votaron en contra los colectivos más dinámicos, la población de las grandes ciudades y la inmensa mayoría de los menores de treinta años. Quédense ustedes con ese dato fundamental. Los muchachos danzantes de Barcelona que yo vi, según parece, piensan lo contrario y actúan en consecuencia. El pasado es suyo. Me dieron mucha pena.

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