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A la intemperie

viernes 23 de marzo de 2018, 07:59h

Anda la ciudadanía a la intemperie, manifestándose con la fresca, sometida a las inclemencias de los últimos coletazos del frío, en días feriados y laborables, por decenas de miles, clamando por la igualdad, la justicia y la fraternidad solidaria. Así andan los colectivos más achuchados y combativos, improvisando lemas pareados y pancartas clamorosas, resucitando tiempos pasados, transformando las calles en inmensos y saludables foros políticos.

Lo que no se discute en el Parlamento, víctima hoy de la inanición de sus habitantes, se debate en las aceras ocupadas. Dicen los que de esto entienden que las izquierdas patrias, instaladas o asilvestradas, están manipulando con propaganda demagógica y populista a las gentes inermes, pero cierto es que los ríos se desbordan cuando llueve mucho. Por muy bien que se agiten las banderolas, solo ondean cuando sopla el viento.

Mientras la crisis destruía haciendas, honras, conciencias y valores; mientras el miedo guardaba las viñas que quedaban, mientras se temía la competencia depredadora del prójimo más próximo, mientras se estrechaba el porvenir y se agrandaba la angustia, mientras todo eso ocurría, bastante tenían los nuevos parias con escapar del incendio y sobrevivir cada día. Desde entonces, identificadas las causas que provocaron aquel desastre formidable, las fórmulas aplicadas por los sucesivos gobiernos de Mariano Rajoy, algunas de las cuales han supuesto sacrificios añadidos, consiguieron enderezar la coyuntura.

El progreso sostenido de la riqueza nacional, cercano al 3% anual, entre otros beneficios sociales y económicos, propicia un incremento sustancial de los recursos que desembocan en la caja común de todos los españoles. Escampado como parece el temporal, con los primeros rayos de sol, los propagandistas oficiales de la recuperación no paran de exclamar aleluyas. Olvidan que las bravuconadas electoralistas siempre pasan factura.

Aireado el cuarto oscuro de la recesión y encendido el foco que ahuyenta los espantos del pasado, las avenidas se repueblan de manifestantes. Pretenden recuperar lo perdido. Sin embargo, por muy grande que sea la generosidad presupuestaria del Gobierno, no creo que haya suficiente dinero fresco para tanta demanda pendiente.

Se ha empezado por equilibrar los sueldos que cobran policías nacionales y guardias civiles con los que perciben sus colegas en los cuerpos autonómicos. En vez de encontrar una línea intermedia equidistante se han igualado por arriba. No hubo redaños para tocar a la baja los sueldos de mossos y ertzainas. El Gobierno se ha congraciado también con los funcionarios, pactando con sus sindicatos una subida de ocho puntos en tres años. Ahora quieren recuperar la jornada de 35 horas semanales. Detrás de ellos aguardan sus compañeros de justicia y prisiones, que reclaman cobrar todos por igual, al margen del lugar donde trabajen.

Queda pendiente el espinoso expediente de las pensiones. Aplicar el índice de inflación a la subida de las prestaciones supone una partida muy importante. Alternativamente, bajar el impuesto sobre la renta a los jubilados que menos ingresan o aumentar las percepciones no contributivas de las viudas y de los huérfanos es otro esfuerzo considerable. Cuando terminemos de chapotear en la charca catalana, si es que alguna vez lo conseguimos, el Gobierno tendrá que revisar las cuentas. Si no cumple con lo comprometido, también él terminará a la intemperie.

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