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Pepito Grillo llega a Nueva York

viernes 06 de julio de 2018, 13:39h

Hay vascos txirenes de cuya vida no sabemos nada. La guerra les obligó a salir de su nido y anduvieron por el mundo haciendo cosas hoy desconocidas. Uno de ellos es José Luis de la Lombana, hijo de militar español nacido en Madrid y de una señora nacida en Santa Cruz de Kampezo, en Álava y que además se llamaba Toribia, como se llamaban las señoras y señores en aquellos años donde te ponían el nombre del santo del día.

José Luis nació en la calle Dato y la comadrona le chafó uno de los ojos, cosa que no le impidió tener una vista de águila como pocos. Estudió en los Marianistas de Vitoria y como su padre era un militar chapado a la antigua, cuando Azaña aprueba su reforma militar en 1931 deja el ejército y se va a Madrid con la familia. Allí José Luis estudia dos carreas, Derecho y Filosofía además de Perito Mercantil.

Pero sus “malas compañías“, que así lo eran para su padre con gentes nacionalistas, hace que tras el 18 de julio de 1936, le encarcelen y Mola le dice a su padre, que había vuelto al ejército con la sublevación militar, que de momento no le fusilarían pero que Doña Toribia se estuviera quieta pues andaba removiendo Roma con Santiago para sacar a su hijo de la cárcel, cosa que logra entrando en el convento donde estaba su vástago negociando su salida. Vende después sus joyas para pagar a contrabandistas que le sacan a José Luis por los Pirineos. Toda una madre.

Tras estas peripecias, llega a Barcelona donde con 27 años le nombran director del diario Euzkadi hasta que recibe la invitación para acudir a Nueva York al II Congreso de la Juventud Mundial por la Paz y ni corto ni perezoso llega a la capital del mundo, una ciudad que en 1938 había creído que los marcianos la estaban invadiendo gracias a un programa de radio de Orson Welles con su “Guerra de los dos Mundos”. Pero la verdadera guerra, la civil española, a los norteamericanos les importaba un pito y aunque apoyaban mayoritariamente de sentimiento a la República los católicos norteamericanos, a cuenta de que Franco había sido bendecido como un cruzado, consideraron el acto del Madison Squere Garden, donde habló Lombana con mucha pasión, como una sopa indigesta de rojos separatistas. Posteriormente Lombana llego a hablar con su mal francés con Eleanor Roosevelt, pero luego le dijo al Lehendakari Aguirre que la primera dama había estado muy solidaria, pero que se le notaba que no iba a hacer nada.

Ante aquel panorama el hombre, ni corto ni perezoso contrató los servicios de un intérprete y se dedicó a visitar universidades, Ohio, Chicago, Harvard, Texas, Georgetown, Nueva York, Illinois, explicando que los vascos no se habían sublevado contra nadie, que la sublevación no era una Cruzada, que el Gobierno Vasco no había perseguido a nadie sino solo se había defendido de una agresión y que los vascos éramos la pera. No tengo ni idea lo que pensarían en aquellas casas de estudios ante un personaje como aquel, pequeñito, cabezón, gafas redondas y una erudición desbordante que les contaba aquellas historias y les decía que tarde o temprano iba a haber una guerra mundial y que los Estados Unidos, mal que les pesara, entrarían en ella.

Volvió a San Juan de luz, se enamoró de una chica de Algorta y antes de que lo metieran en el Campo de Gurs apareció en Barranquilla, el puerto atlántico de Colombia, un país en el que tenía algún familiar. Y allí rehízo su vida dando clase de periodismo y luego en la Universidad Nacional de Derecho Constitucional, montando el mejor bufete de abogados de Bogotá durante años.

Pudo volver en 1959 y abrazar a su madre que le empapuzó a kokotxas como queriendo desquitarse de tantos tragos amargos y murió en el 2001 añorando su tierra y escribiendo sobre ella.

Josu Erkoreka y yo, tras encontrar el informe que en 1938 le envió al Lehendakari Aguirre, lo ambientamos y contextualizamos y lo hemos editado para que alguien interesado en estas vivencias sepa que Lombana existió aunque, ante la indiferencia de las instituciones vascas para montar una editora y distribuidora nacional de estas rarezas que podían ser hasta guiones de películas, sabemos que todas estas batallas acabarán diluidas en la niebla esperando ese relato que nunca llegará.

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