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Mónica Boromello (escenógrafa): "Mi fuerza es la poesía y la imaginación"

> "El teatral es un trabajo de equipo, y así hay que aceptarlo desde el primer momento”
> "Me siento una interventora del espacio escénico"

miércoles 25 de julio de 2018, 10:53h
Mónica Boromello (escenógrafa): 'Mi fuerza es la poesía y la imaginación'
(Foto: Javier Naval)

Italiana de origen, a Mónica Boromello -40 años, arquitecto y escenógrafa-, la crisis económica la ha acabado uniendo a nuestro país desde hace una década. Su figura es hoy un referente de la escenografía teatral española. Y eso que, inicialmente, su vocación parecía estar claramente orientada a la arquitectura. Es la mayor de cuatro hermanos y sus padres –él, albañil durante muchos años y, más tarde, pequeño empresario de la construcción; ella, ama de casa-, no acogieron muy bien la decisión de su hija cuando, después de terminar la prestigiosa carrera técnica, dio el paso de abandonar la arquitectura para dedicarse a la escenografía. Ella es la primera mujer de toda la familia que consigue alcanzar una licenciatura universitaria, la primera de todas sus primas que no iba a tener que dedicarse al secretariado o a ser dependienta. Pero la máxima que siempre le inculcaron sus padres desde muy pequeña, finalmente produjo el efecto contrario al que pensaba. “Si lo quieres, gánatelo”, le decían. Y justamente eso fue lo que hizo siempre Mónica: estudiar y trabajar en mil y un oficios hasta que terminó su carrera, para no tener que depender nunca económicamente de sus padres.

“Empecé Arquitectura en Venecia -comienza relatándonos una simpatiquísima y extrovertida Mónica-, una de las escuelas técnicas más importantes de Italia, muy convencida de que eso era lo mío”. Lo malo es que, a medida que iban discurriendo los años en la Escuela, la perspectiva de pasarse al menos unos cuantos años haciendo chalets adosados por la península itálica cada vez le convencía menos. La casualidad quiso que, poco antes de terminar la carrera, un día el teatro se metiera en su vida y –como nos ha sucedido a muchos-, su percepción del mundo, de la vida, del arte, sufriera una verdadera convulsión: “un día, un amigo me invitó a acudir a ver un montaje que para él era imprescindible. Hasta entonces, yo había acudido a alguna que otra función con el colegio que, por lo general, acababa aburriéndome soberanamente. Pero este montaje, que era de teatro social y político, me cogió con 21 o 22 años, y dio un verdadero vuelco a mi vida. Estaba basado en un hecho real, la construcción de la presa de Vajón, (ubicada en la provincia de Pordenone, región del Friuli-Venecia Julia). Fue a principios de los años 60 del siglo pasado. Construyeron un dique entre dos montañas y, aunque el estudio geológico previo no indicaba que pudiera haber problemas con él, durante el proceso de construcción la montaña fue dando pequeños avisos de que estaba afectando a su estructura y a muchas casas de los pueblos limítrofes instalados en su ladera. Finalmente, en 1963 el tercer rellenado de agua del depósito produjo un gigantesco deslizamiento de la montaña y el impacto de toneladas y toneladas de roca, tierra y vegetación cayeron en el depósito, formando una ola gigantesca que arrasó los pueblos próximos, acabando con la vida de unas mil quinientas personas”.

Ese montaje teatral removió las entrañas de Mónica hasta un punto que ni siquiera habría podido sospechar a priori, el de descubrirle un mundo fascinante, evocador y con una fuerza expresiva de tal calado que la joven estudiante sintió que le gustaría ligarse cuanto antes a él: “¡Esto es lo que yo quiero hacer en mi vida! Nunca había sentido un ‘tsunami’ que me removiera de ese modo por dentro…”. Pero, al mismo tiempo, la vena realista de Mónica (“soy una mujer muy práctica”), la animó a terminar la carrera. Muy pronto se puso a trabajar en un estudio de arquitectura, aunque unos meses después se matriculó en un master de Arquitectura del Espectáculo en Génova, y hasta allí se fue durante un año desde Padua –lugar de residencia de la familia Boromello-. A partir de ahí, el camino de Mónica ya estaba trazado: “uno de los profesores del master me cogió como ayudante de escenografía; luego me llamó otro con quien estuve durante cuatro o cinco años trabajando en el Teatro Stabvile di Génova, y paralelamente ya comencé a hacer mis propias escenografías…”. Así estuvo unos cuantos años más en su país, hasta que la crisis económica arrasó Italia, con algunos años de antelación a la que un poco más tarde también afectaría a España. Era la época Berlusconi y la incidencia fue aún mayor en el ámbito de la cultura (recortes, dificultades, cierres…), así es que Mónica, sin pensarlo demasiado, se lanzó a la aventura de la emigración.

“De repente, y de un año para otro, pasé de tener cinco o seis producciones anuales, a quedarme con solo dos –comenta Mónica-, así es que me dije que era el momento de probar fortuna fuera de Italia. Ahora no sé si lo haría, pero en ese momento no lo dudé. Por extraño que parezca, mi dilema era irme a Copenhague o a Madrid, y la proximidad del idioma me decidió por venirme aquí. Cuando llegué a Madrid no conocía a nadie y me metí en un piso con una chica de Perú que muy pronto volvía a su país. Contraté la habitación por internet. Lo primero que hice fue hacer otro curso de Escenografía porque pensé (lo dice entre risas…) que lo mismo aquí se hacía la escenografía de manera distinta. Allí conocí a Elisa Sanz, mi primer contacto con el mundillo teatral en España. Desde el principio, me pareció una persona increíble, y me ayudó mucho. Desde luego, tiene un talento, una profesionalidad y una sensibilidad extraordinarias. Nos hicimos muy pronto amigas y, aunque volví a Italia porque tenía que preparar una producción para un par de meses después, le dije que si encontraba algo para mí, que me llamase. Poco tiempo después me escribió en e-mail diciéndome que tenía la posibilidad de volver a Madrid como ayudante de escenografía en una producción para la RESAD… Pero gratis, y claro, yo andaba muy justa de dinero, así es que estuve yendo y viniendo a Madrid durante un par de años que fueron realmente muy duros…”.

“Cada artista, es un mundo”

Y a los problemas económicos se unieron los afectivos porque una escenógrafa italiana con la que estaba colaborando Boromello –Valeria Manari, “una mujer estupenda, que me enseño también muchísimo”- estaba atravesando una enfermedad ya en fase terminal, y Mónica tuvo que pasar el montaje entre el teatro, por las mañanas, y el hospital, por las tardes, para ir dando cuenta a su maestra del desarrollo de los ensayos… “No llegó ni a ver el estreno de esa obra y unas semanas después murió, y ese acontecimiento me colocó definitivamente en España”.

Preguntamos a Mónica si descubrió pronto si existían o no esas hipotéticas diferencias metodológicas entre las maneras italianas y españolas de abordar la escenografía y la arquitecto y escenógrafa nos dice que no: “el proceso es el mismo. Te lees un texto, hablas con el director y después acabas lanzando la primera propuesta. Sí es cierto que hay distintas escuelas. Las escenografías alemanas, por ejemplo, tienen un carácter distinto a las españolas. Todo eso, claro está, de manera muy genérica porque la realidad es que cada persona, y más aún cada artista, es un mundo. Hay estéticas de las que te empapas y que, sobre todo, tienen que ver con tu país y yo creo que tengo una forma de hacer que tiene mucho que ver con lo italiano, como pueda tenerla también Alessio Meloni”. Alessio, también entre nosotros desde hace unos años, proviene de Bellas Artes, no de Arquitectura, es unos diez años más joven que Mónica a quien conoció poco antes de venirse a España, y aquí han colaborado en varias ocasiones y hoy les une una profunda amistad y “una forma común, o al menos muy próxima, de concebir el espacio, una estética y nuestros trabajos tienen un cierto aire mediterráneo común. Y sí, es cierto, no se trata igual la escenografía en Inglaterra, en Alemania o en Noruega, que en Italia o en España”.

Pero esas cuestiones conceptuales generales heredadas de la cultura que mamamos, supongo que tienen una traducción muy diversa en función del director/a y del escenógrafo/a concretos de los que hablemos. En el caso de Monica Boromello, “yo tengo directores que me dicen que hasta que no ven el espacio no pueden empezar y lo normal es que esperen a que me lea el texto y les haga una propuesta. No siempre la primera es la buena porque yo sigo pensando que este es un trabajo de equipo y todas las aportaciones y sugerencias que recibo las acepto y las estudio para ver la posibilidad de mejorar mi propuesta. No solo se trata de contar una historia sino de hacerlo junto a otras personas y, al final, la propuesta que acaba viéndose en escena ha sido enriquecida con las diversas aportaciones. A veces, también esa propuesta puede verse afectada negativamente, según mi criterio personal, pero este es un trabajo de equipo, y así hay que aceptarlo desde el primer momento. Si yo quisiera hacer lo que me da la gana, lo mejor es irme a la Bienal de Venecia, que me den un pabellón y allí hago mi instalación. Esa sí sería una propuesta enteramente mía, pero eso es otra cosa, otra realidad. En el teatro no se trata de meter tu ego, por maravillosa que te parezca tu propuesta personal”.

“El teatro persigue que te creas una historia con toda la magia posible…”

En los últimos meses Mónica ha optado también por trabajar en propuestas escenográficas ajenas al mundo teatral. Suyas son, entre otras, exposiciones como Arte y naturaleza en la prehistoria, organizada por el Museo Nacional de Ciencias Naturales y el CSIC; La colección Telefónica como nunca se ha visto, para la Fundación Telefónica, y Góngora: la estrella inextinguible, para el Museo de Arte Contemporáneo de Almagro. O eventos como las Cabalgatas de Reyes para el Ayuntamiento de Madrid de los dos últimos años, o Paraíso, un joven Festival de Música electrónica, celebrado también en Madrid. “Aquí no está más que tu propuesta, que es aceptada o no por los organizadores, y que luego funcione o no funcione. El teatro, sin embargo, no es esto, o yo no lo entiendo así, al menos. En teatro, la base es el texto, y si en él se dice que hay un jardín, aunque luego tú pongas una pared de madera, tiene que sugerir que eso es un jardín. Luego, claro está, eso hay que unirlo a tu capacidad y a la del director para sugerir, porque la escenografía no materializa siempre y exactamente lo que sugiere el autor. De hecho eso es algo que yo siempre intento evitar porque el teatro persigue que te creas una historia con toda la magia posible…”.

Pero, ¿se nota ya o no -le preguntamos-, que hemos traspasado la barrera de la crisis tanto en los costes de las escenografías como en el caché de los artistas? Para Mónica, que puede hablar con propiedad de este tema porque ha vivido no una, sino dos crisis económicas consecutivas, la de Italia y la de España, “en realidad, lo de la crisis es una excusa, un verdadero chantaje. El mecanismo siempre es el mismo: o lo haces tú y por este precio, o habrá otro que lo haga… La crisis es una extorsión que te obliga a bajar condiciones…”. Entonces –interrumpimos a la artista italiana-, ¿el teatro se ha instalado ya dentro de este chantaje? “espero que no –nos responde-. Personalmente, mis últimos tres años han sido buenos porque he tenido muchas oportunidades, y esto me permite hacer algo que hasta ahora no he podido: elegir, poder decir que no porque me encuentro con más cosas de las que realmente puedo abarcar, y entonces no tengo más remedio que optar por unas o por otras. Prefiero hacer las cosas que puedo y bien, que no aceptar muchas más, y hacerlas mal. Yo ni siquiera puedo coger un ayudente porque hay cosas que no puedo delegar. Y, en general, y sin lanzar las campanas al vuelo, el caché ha subido un poquito, y las escenografías son también algo más generosas. Pero ya todos nos hemos mentalizado de que con poco y con mucha imaginación, hay que levantar propuestas arriesgadas”.

Andrea D’Odorico y Miguel Narros

La escenografía de La Complicité sobre el maestro y Margarita que pudo verse en la temporada 17/18 en los teatros del Canal de Madrid, encantó a la escenógrafa italiana, “y eso que no era casi nada. Pero ahí había mucha imaginación… Pero te podría nombrar cientos más de propuestas de otros escenógrafos” –nos comenta irónica-. ¿Y entre las tuyas?, le preguntamos. “Hay una que me encantó, no tanto por la propia escenografía como por el proceso que conllevó. Es la de El señor llama a los dragones, y, más recientemente Dentro de la tierra, ambas de Paco Becerra y Luis Luque. Esta última, que hicimos en el Teatro Valle-Inclán, del CDN, es de ese tipo de trabajos que no siempre puedes hacer, interviniendo en todo el espacio del teatro. Era casi una instalación. Disfruté mucho también con Black Bird”.

El trabajo, no obstante, que significó un antes y un después en la carrera como escenógrafa de Mónica Boromello fue Yerma, con Miguel Narros, un montaje en el que intervino estando aún como ayudante de Andrea D’Odorico. “Creo que estrenamos en Murcia o Málaga –¡hace ya tanto que no recuerdo!-, y luego vinimos al CDN, y eso para mí fue todo un sueño… Luego hice otra con Narros, que fue la última suya La dama duende, que tuvo un proceso muy complicado porque, una semana después del estreno, murió. Luego llegaron muchas otras cosas y poco a poco, he llegado hasta aquí”.

Pero Boromello no escatima tampoco ni un ápice de pasión, ni de esfuerzo ni de dedicación cuando la propuesta para la que trabaja es de las que se encuadra dentro del teatro off: “al contrario, me involucro aún más porque, por la falta de dinero, todo lo tienes que hacer tú. Me enfrento a ello con mucho respeto y, además, es donde de verdad tienes que explotar tu imaginación”. Pero eso mismo ha pasado también con las escenografías de los dos últimos trabajos que la italiana ha hecho antes de encontrarse con nosotros, ambos de Pablo Remón, El tratamiento, en el Kamikaze, y Los mariachis, en los Canal: “en estos dos trabajos hemos jugado mucho con la fantasía y la imaginación, porque es lo que piden las historias de Pablo y también porque el presupuesto económico era limitado... Pero Remón me encanta como escribe y tenía mucha gana de trabajar con él. ¡Me fascina su surrealismo!”.

De haber seguido el camino de la Arquitectura (chalets adosados y todo lo demás), probablemente hoy Mónica tendría una cuenta corriente más abultada, pero también con toda seguridad sonreiría menos y peor: “Tuve una pequeña crisis hace unos cuantos años porque es verdad que del teatro es mucho más difícil vivir que de la arquitectura. Además, esto dura lo que dura porque hoy estoy, mañana Dios dirá. Tengo los pies en la tierra y sé que esto es así. Yo ahora puedo vivir del teatro porque tengo un volumen de trabajo importante, pero esto no será para siempre. ¡Esto es así!”, concluye tan firme como sonriente. Pero, justamente con esa pequeña crisis a Mónica la llamaron de Acción Cultural, de Fundación Telefónica… “Exposiciones con enfoque escenográfico, ya he hecho tres, y al tiempo comencé a hacer eventos (la cabalgata de Reyes de Madrid, el solsticio de invierno, San Isidro,…) y me he encontrado en un ámbito que me permite tomar también un poco de distancia con respecto al teatro y me lo pone en su lugar, aunque no quiero quitarlo de mi vida. Pero, al mismo tiempo, si solo te dedicas al teatro, tu vida se coloca en un mundo un tanto dramático, en donde todo tiene demasiada importancia –que la tiene- pero no puede afectarte tanto. Haciendo otras cosas relativizas, y eso a mí me viene muy bien”.

Le resulta difícil, al menos inicialmente, autodefinirse como artista, pero pronto reúne las palabras y los conceptos necesarios para poder hacerlo: “yo creo que, como siempre me dice Luis Luque, mi fuerza es la poesía. No me veo como una escenógrafa realista. Mi punto fuerte es la imaginación e intento siempre crear escenografías que el público se crea aunque no describan exactamente lo que quieren. No me gusta nada el término ‘decorado’ sino el de espacio escénico y yo me siento algo así como una interventora del espacio escénico para colaborar en hacer creíble la historia que se quiere contar”. Pero tampoco rehúsa hablar de sus puntos débiles como escenógrafa: “como vengo de la Arquitectura, a veces creo que pongo demasiado énfasis en los volúmenes, en el tratamiento de las texturas…”.

Y, para terminar, proponemos a Mónica un juego que nos sirva para aproximarnos a su capacidad de improvisación, su imaginación para iniciar el desarrollo una escenografía. ¿A qué color, paisaje o texturas asocias tú estas emociones?, le preguntamos. Y comenzamos por el dolor: “pienso en el color azul”. ¿Y la nostalgia?: “veo un infinito, una perspectiva sin fin”. ¿la alegría?: aquí veo cosas que bajan del techo. Puede ser un techo de flores, de luz, de algo…”. Y los sueños, ¿cómo los ves?: “los veo vinculados al suelo, pero a un suelo que fuera algo así como un volcán del que saldría”. Y al amor, ¿cómo lo ves?: “para mí es una escenografía muy pequeñita, una isla, quizás una tarimita, una luz, una caja, pero en todo caso, algo muy pequeño”. ¿Y la tristeza?: “le pondría algo desolador; algo así como un desierto”. ¿Y el sexo?: “sería una pared, en diagonal, de lado a lado; un corte en el que predominaría un color. No sería el rojo, sino más bien un magenta”. ¿Y la soledad?: “no sé muy bien como haría la escenografía, pero partiría de la idea de los castellets, para terminar haciendo un elemento super repetido y, de pronto, algo blanco o negro…”. ¿A la muerte?: “la muerte es un quiebro. Tendría que ser una rotura…”.

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