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El novato Pablo Creonte Iglesias

viernes 17 de abril de 2020, 15:34h
El panorama es desolador: por un lado, una oposición tan penosa como despreciable; por otro, un nigromante en la región del Noreste que no distingue un virus de una castaña como demuestran sus disparatadas cifras sobre la pandemia en su zona (claro que allá es la región del ténebre donde todo es mágico, gentes que piden, reciben y ponen problemas sin dar las gracias) y para remate un gobierno de niños en el que un teórico sin experiencia tiene cabreado al resto de ministros por su cloqueo permanente ante los medios, mira qué plumaje, filtrando como propias y cerradas decisiones que apenas están en debate preliminar.
¿Y el presidente? Knocked Out. Dónde está, qué hace y por qué no pone orden en la guardería de Podemos son cosas tan imposibles de averiguar como la sucesión de errores en su gestión del bicho.
La hiperactividad de Iglesias es tan incomprensible como impostado su nuevo tono cardenalicio: en el momento en que más prudencia y coordinación gubernamental se necesita, este neovice con aires de Mazarino y doctor in utroque iure, promete a la prensa no ya migas, mas bocatas de jamón ibérico, cuando ni la masa del pan está preparada.
Tal irresponsabilidad, por más púrpura que vista el chivato, desmonta y desactiva cualquier plan de acción, como demuestra que en la misma semana dos ministros, Montero y Escrivá, se hayan quedado descolocados y con el culo al aire por las necedades del niño Iglesias.
Aquí el presidente es Sánchez y eso empieza a no tenerlo claro ni él. Debe tomar las riendas, poner orden -lo que simplemente significa taparle la boca al muchacho así sea de un soplamocos- y preparar una hoja de ruta sensata para debatir con el resto de formaciones políticas y que esos Pactos de la Moncloa II sean posibles. Porque no lo van a ser mientras Iglesias siga haciendo como Creonte ante la peste de Tebas.
A ver, que una cosa es ser socio del gobierno y otra muy distinta actuar con boa de plumas y creerse el papel: Iglesias no sabe gobernar y, lo que es indicio claro de su amateurismo, las pocas veces que lo hace gobierna solo para sus bases, convirtiéndonos a los demás en Polinices insepultos. El problema, sin embargo, es que ni tenemos Antígona que nos defienda -ni Cayetana ni Arrimadas parecen valer para ello- ni hay un Tyresias en el horizonte que enderece la deriva de un gobierno en manos de un jactancioso enardecido por sus nuevos galones.
Como dijo a Creonte el Corifeo, Zeus odia a quien se pronuncia arrogante y lo fulmina con su rayo cuando se dispone a gritar ¡Victoria! desde las almenas. Si Sánchez lo pone en su sitio, España entera aplaudirá.
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