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¿Estamos vacunados para una situación similar?

lunes 25 de mayo de 2020, 14:27h

Esta, ha demostrado ser, una sociedad de la supervivencia, donde se busca un reto ¿certero?, cual es, prolongar la vida. Veremos en los presupuestos generales de los distintos Estados, la verdadera valoración de la Investigación, de la Sanidad, de los Servicios Sociales.

En general, nos vemos afectados por el denominado sesgo optimista, por el que casi nadie cree tener una probabilidad del treinta y tres por ciento de sufrir un cáncer a lo largo de su vida, o de más del cincuenta por ciento de divorciarse, aunque eso es lo que muestran las estadísticas.

El optimismo nos permite abordar las dificultades e incertidumbres, pero llevado al extremo, puede conducirnos a comportamientos irresponsables, y es que es difícil respetar al virus, cuando colectivamente se pierde el miedo.

Un mundo con mascarillas, nos obligará a fijarnos más en las miradas, apreciaremos más el tono de voz, nos esforzaremos desde la empatía. Practicaremos los movimientos de cejas, los de cabeza, los encogimientos de hombros, señalaremos con el pulgar hacia arriba o hacia abajo… recobrará importancia la voz y la comunicación no verbal, destacando las miradas.

Los que pertenecemos a la cultura mediterránea habremos de autolimitarnos, pues la intimidad y el afecto lo expresamos con el contacto y con la proximidad física. En España la distancia normal con un extraño es de un metro y con alguien más íntimo, de sesenta centímetros.

Perpetuaríamos un harakiri psicológico colectivo si olvidamos el adagio que asevera: “el ser humano que cree lo sabe todo, no aprende nada”. Estamos predispuestos hacia lo que ya conocemos. Desde el sesgo de confirmación tendemos a recordar la información que concuerda con nuestras ideas. Y desde el cierre cognitivo, buscamos nuestra propia explicación personal cuando no conocemos el desenlace de algo, y una vez creada es muy difícil de modificar ¡incluso con evidencia científica!

Nos decimos que el órgano más importante es el cerebro, pero deberemos preguntarnos ¿quién nos lo dice?, somos malos observadores de nosotros mismos.

En estas fechas irregulares hemos aprendido a gestionar la frustración, hemos apreciado que los poderes políticos nos hurtan la dura realidad de la muerte, hemos comprobado que hay servidores públicos y vividores de lo público, hemos constatado que quizás no queramos ser conscientes, nos aferramos al “a vivir, que son dos días”.

Bueno será invitar a estas páginas a Aristóteles, “ser capaz de considerar un pensamiento sin aceptarlo, es la marca de una mente educada”.

Durante días nos hemos comunicado por videoconferencias que agotan por la ausencia de contacto físico exigiendo más atención y generando estrés, al fin, hemos estado en dos dimensiones en lugar de en tres, y supone un sobreesfuerzo psicológico.

Ahora contestemos sinceramente, ¿nos interesa de verdad que los compañeros de trabajo nos cuenten como han vivido ellos el confinamiento?

Claro que deseamos interaccionar, pero desde nuestra soberanía personal, hemos utilizado estas fechas con nosotros mismos, para dotarnos de identidad, para percibir que las relaciones sanas entre las personas se dotan de límites claros entre ellas.

Sabíamos que nada tiene que ver en un confinamiento una casa muy pequeña e interior, con otra amplia y con jardín, y que nada tiene que ver como lo vive un ansioso, o un depresivo, que lo eran previos a la pandemia, o de un agorafóbico, a una persona serena, hogareña y con capacidad ilimitada de no aburrirse.

Una vez se retiren las aguas de este maremoto de muerte, miedo y angustia, veremos la devastación causada, también del consumo excesivo de alcohol y psicofármacos; el aumento del juego patológico “en línea”; comprobaremos cómo se ha conducido la anorexia y la bulimia en los casos en que no se ha encontrado con “supervisores” a su lado y es que los alimentos gastronómicos han sido utilizados como sustitutos emocionales; probablemente la violencia de género con resultado de muerte ha descendido, pues la etiología de los celos ha desaparecido por razones obvias, lo que habrá de analizarse es la violencia doméstica de tipo dominación, y prevenir el aumento de asesinatos en la salida de un confinamiento que conllevará un aumento de rupturas de pareja.

Podemos aprender, debemos hacerlo, pues los humanos vivimos “sobre los hombros” de quienes nos antecedieron, y ahora que el enemigo es invisible y microscópico hemos de abordar soluciones, pues España está a años luz de la investigación biomédica suiza.

Ante este virus que se comporta cual alienígena, recordemos que la conducta animal está determinada por la naturaleza, pero la nuestra lo está por la historia y aún la prehistoria.

Hemos de ver más allá de las paredes, y no caer en una incertidumbre improductiva, no hemos de dejarnos llevar por la impotencia, pasemos del propósito a la práctica, elijamos la actitud con la que deseamos afrontar lo que nos es dado vivir.

Aproximarnos al conocimiento del ser humano debe realizarse desde un posicionamiento holístico, determinante de toda su personalidad, de todo su ser. Y ahora que nos hemos sentido con la exclusiva compañía de uno mismo, desde la pérdida de estímulo en el día a día, moviéndonos por situaciones ambiguas que paralizan, hemos constatado algo muy dramático: hay vidas que pareciera, importan menos que otras.

Estas páginas se escriben sin crispación, cuando ya no se tiene que demostrar nada, desde la independencia, el pensamiento y la imaginación, desde la libertad y la apasionada vocación de ejercer la psicología. Confinado cerca del deseado parque de El Retiro de Madrid, rodeado de libros para leer y plumas para escribir, curioseando en el interior y en derredor, para confirmar que el ser humano anticipa pero, no se evaluó lo que nos acontece, pero tampoco el derribo del muro de Berlín, ni el atentado de las Torres Gemelas, ni la caída de la bolsa. Aceptemos la crítica individual, colectiva, y es que la mayoría no somos excepcionales, digan lo que digan los gurús de la autoayuda.

Esta sociedad no quiere oír hablar de mérito, de oposiciones para ganar plazas en las distintas administraciones del Estado, son muchos los mediocres, incapaces de comprometerse con el perseverante esfuerzo. Además se transmiten frases del tipo “¡porque tú lo vales!”, “¡es tu derecho!”, y se genera una sociedad repleta de ególatras y narcisistas.

Hay una “cultura” del derecho a todo, que conduce a la indignación y frustración, se entiende desde la baja exigencia a los alumnos, también universitarios, hasta para conseguir becas, al fin tenemos muchos jóvenes alumnos extremadamente demandantes, escasamente autónomos y resilientes. Añádase a lo antedicho, que desde la publicidad y el marketing se promueve lo excepcional, siendo que muchos ciudadanos, se sienten en la comparación, mediocres.

Muchos individuos menosprecian los valores, las virtudes, buscan ridiculizar a quienes las defendemos y propagamos, creo honestamente que no se les ha transmitido en sus casas, y desde esa minusvalía moral, se permiten la chirigota que los define.

La masa es persuadida por frases, por afirmaciones, no por argumentaciones complejas, y los líderes sociales utilizan la retórica, encuentran nuevas palabras para ilusionar a las gentes, desde su capacidad de sugestión, proponiendo unas metas que parecieran realidades deseables.

No son muchos los esforzados en “pensar en”, pues exige representar, construir ideas, por contra, son multitud los adictos a “creen en”, dando algo por cierto sin examen ni cuestionamiento.

La personalidad humana, tiene una base social, nos reunimos e interaccionamos, pero no nos engañemos, tenemos una zona abisal de soledad, y sin duda, hemos de aventurarnos a ella para intentar conocernos, para acceder a nuestras luces y oscuridades, para ser.

Vivimos con proyectos que hemos de llevar a efecto en un entorno sobre el que incidimos, pero que mayoritariamente nos viene dado. Contamos con imaginación, con fantasía, que nos provee el mundo de las ideas, de la intimidad, de las representaciones, de los símbolos, los proyectos, a recordar el pasado, a aventurar el futuro, a considerar lo inexistente.

Nuestra existencia es un proceso en el que construimos nuestra realidad personal, pues nuestra vida no está predeterminada, hemos de elegir, estamos siempre decidiendo. Contamos con actos de voluntad que efectuamos racionalmente y con un objetivo.

Resulta innegable la existencia de diferencias individuales, muy marcadas, hay quien derrocha energía y quien se arrastra desde la debilidad, y es que nuestra vida es única, nadie la puede vivir por nosotros, por eso nuestra perspectiva es única.

Estamos en la incertidumbre y la falta de control, lo que dificulta la capacidad de tomar decisiones, propongámonos serenarnos, es un posicionamiento, que acaba siendo un hábito, una forma de ser y estar.

Utilicemos estrategias de regulación emocional, opuestas a la rumiación y catastrofización, reinterpretemos.

Anticipemos que la crisis económica puede conducir a un importante número de personas a ver desatendidas sus necesidades básicas, y que un rebrote del virus reconvertiría muchos síntomas psicológicos negativos, en psicopatológicos.

La psicología y como ciencia de la naturaleza que siente, debe recordando a Gregorio Marañón proteger e impulsar “la capacidad de entusiasmo, signo de salud espiritual”.

En estos tiempos en que lo humano, en algo ha sido deshumanizado, pensemos en términos de probabilidades, concentrémonos en lo que está en nuestras manos, recordemos el consejo de Ana Frank; “sed bondadosos y tener valor”. Escribamos a un lado los problemas y a otro la forma de abordarlos, hagámoslo posible.

Estudiaremos tras los movimientos sísmicos emocionales, los mecanismos psicológicos internos, lo acontecido en las familias, el posible tinte paranoico en la sociedad.

En cuanto a España, resulta preocupante la polarización que estamos viviendo, cuando debiéramos todos dejar en un segundo plano, ideologías, adscripciones y ansias de poder.

Rompamos el corsé de la individualidad, pues la vida lo es con el otro.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

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