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Arte y alquimia en la América hispánica

viernes 03 de julio de 2020, 08:47h

Todo Arte es transformador, pone color en la oscuridad, da ánimos a quien carece de fuerza y varía la vivencia en la que estamos inmersos. Es una alquimia que lo trastoca todo.

Los Indígenas americanos tenían, y mantienen, una intuición musical excelente, gran sentido del ritmo, inmensa expresividad sensual y una apertura a la espiritualidad insuperable.

En 1492, sólo contaban con chirimías y atabales, generalmente utilizados en exorcismos y ritos religiosos. Castilla les llevó vihuelas, arpas, violas, tambores, trompetas, sacabuches, dulzainas, clavicordios, laudes, salterios y bandurrias. Un lujo de medios y partituras. Pero, sobre todo, les llevó la polifonía y el madrigal. La voz humana es un instrumento musical insuperable y, en Europa, hasta Claudio Monteverdi, muy a finales del siglo XVI, el canto era polifónico y a capella, sin soporte instrumental.

Los amerindios se inscribían en los coros por vocación y oportunidad. La música era inherente a su condición, como puede atestiguarse aún; y además, los frailes consiguieron que los cantantes quedaran exentos de pagar impuestos. Por consiguiente, los chantres tuvieron que frenar la avalancha, ante el efecto llamada. Y es que no pagar impuestos por cantar debe constituir un placer de dioses.

Sobre el mestizaje musical valgan unos cuantos ejemplos: si al corrido mexicano le quitamos el acompañamiento instrumental, el esqueleto son versos octosílabos, igual que el joropo llanero de la Gran Colombia; ambos tienen de base al romancero español, vivo desde el mester de juglaría. El son y el jarabe, que se bailan zapateando, denuncian su ascendencia andaluza sin pudor alguno. En Cuba, la guajira, triste y melancólica de los esclavos negros, fue transformada por las oleadas de canarios, también trabajadores en las zafras de azúcar que, en lugar de rasgar la guitarra, punteaban; de ahí nace el punto y el contrapunto, mucho más alegres y zumbones. El sique de Honduras es un pariente muy cercano de la jota aragonesa.

Y, donde este mestizaje fue especialmente fecundo fue en el villancico que estuvo de moda en Castilla, durante todo el siglo XVI. Los amerindios hicieron villancicos no sólo para Navidad, sino para todas las fiestas de los santos locales y de esos cantares nacieron la jácara dedicada a los santos y héroes y la valona sobre temas amorosos.

Un continente que canta y baila con la espléndida riqueza con que lo hace América desde California, Texas, Nuevo México y Florida hasta la Patagonia austral parece que estuviera dichoso, feliz de ser lo que hacía y vivir a su manera, rezumando sensualidad. De hecho, aún reinando Felipe II, América exportó la zarabanda, dejando estupefactos a los adustos castellanos, por entonces vestidos de negro, no por luto, sino por moda elegante y cara; pero, claro, iban de negro ellos y ellas, creando un panorama oscuro, cuando menos, de sotanas y seglares. La zarabanda, como un respiro de alivio, de color y libertad, se metió hasta en las iglesias y obligó a intervenir a la Inquisición, poco amiga de alegrías, aunque todo lo bello es una promesa de felicidad, en opinión de Stendhal.

A propósito de Arte y alquimia, los amerindios peruanos lograron burlar a la omnisciente y meticulosa Inquisición, con barroquismo criollo. Hace unos años, visité Chinchero, una pequeña localidad, afincada como nido de cóndor a 4.000 metros de altura. Íbamos buscando restos de un antiguo palacio del Inca, que sobreviven gracias a la magnitud de las piedras. En la pequeña iglesia parroquial, se venera un Ecce Homo arrodillado sobre el globo terráqueo y con los brazos en cruz, de patetismo grandioso, mirada acusatoria y gesto perdido en el dolor. La escultura necesitó restauración y le hicieron radiografías para conocer si el alma era madera, o sólo escayola. Y, ¡oh sorpresa!, ¿qué descubrieron?. El Cristo conserva en su interior objetos litúrgicos del culto al Inti. No es sincretismo religioso, porque se oculta, con miedo, la devoción anterior; sin embargo, la imagen se mofa de la Inquisición, en su propio terreno.

Volviendo a nuestros corderos, el arte barroco criollo es otra muestra de mestizaje cultural, donde casan la exuberancia sensual de los trópicos con la prepotencia exhibicionista del barroco europeo, dejando a Churriguera en modesto decorador y tímido aprendiz de demostraciones. Los retablos tapizados de espejos, de los que sobresale el pan de oro de las cornucopias jupiterinas, quizá sean la muestra más ostentosa que aúna lo pretencioso celestial y lo persecutorio telúrico.

El cristiano feligrés se ve minúsculo, aterido de pánico y culpa de pecador, junto a la imaginería de todos los cultos de latría, hiperdulía y dulía que lucen espléndidos y radiantes de gloria entre el oro y lo que parece plata, cuando el espejo sólo pilla luz.

Ante aquellos estruendos de gloria, los terrenales somos tan poca cosa, que nos quedamos en nada, una nada flotante y multiplicada al infinito. Es decir que, mal que le pese al Segundo Mandamiento de la Ley de Dios, el Concilio de Trento tintinea refulgente, en aquellos pagos, donde las iglesias se mantienen abiertas durante todo el día y muy visitadas, aunque no haya culto. El barroco criollo deslumbra fuera y dentro de los templos, quizá para librarse de la voluntad, como apunta Schopenhauer, o quizá profundiza unas creencias que, aunque no transforman la sociedad, ni menguan las injusticias de las desigualdades, sirven para mantener el statu quo, incluso en las repúblicas de gobierno comunista.

El maridaje entre los elementos de las culturas precolombinas y la aportación hispana, podemos apreciarlo también en las prácticas de la santería y el chamanismo. En Hispanoamérica siguen mezclando el pensamiento mágico de la primera infancia con técnicas e ideas de la ciencia positiva, sea medicina, sea psicología, generando su propia cultura curativa, a horcajadas del credo religioso taumatúrgico y los humildes saberes lógicos y experimentales. Y funciona, porque la fe mueve montañas y la alquimia, apoyada por el Arte, o engastada en conocimientos académicos, redime y sana.

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