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ConfinaMiedo

viernes 31 de julio de 2020, 12:54h

Se respira miedo, no precaución, prevención o respeto. Se respira miedo.

Incluso un distanciamiento de los otros como posibles transmisores de enfermedad, de muerte.

No se verbaliza, pero se desea que se anulen cumpleaños, bodas, actos que nos reúnen.

Estamos dañados emocionalmente, más de lo que creemos, las pérdidas de vidas, la debacle económica, la percepción de vulnerabilidad, la incertidumbre, nos agobia, nos angustia, nos desesperanza.

Se aprecia un generalizado trastorno por estrés postraumático, con pensamientos recurrentes, dificultades para conciliar el sueño, reviviscencias.

Nos decimos que este es un verano atípico y es que lo que nos acontece colectivamente es que nos atenaza la indefensión aprendida, un estado psicológico que aparece cuando se viven situaciones de forma reiterada en las cuales nuestros actos no influyen para modificar lo que nos acontece. Es por ello que pasivamente aceptamos un sufrimiento compartido, a la espera de que se nos indique qué hacer.

Nuestra individualidad ha quebrado, dando paso a la obediencia jerárquica que en algo nos exime de responsabilidad.

Estamos en estado de «shock», aturdidos, y sin capacidad de reacción, no percibimos locus de control interno, la vida no está en nuestras manos en la decisión personal.

Hay dolor, un crujido inaudible de sufrimiento, nuestra seguridad ha colapsado y vislumbramos un futuro imprevisible pero oscuro.

Precisamos apoyarnos unos en otros, pero nos disociamos al tener que mantener distancia, llevar mascarillas, primar el yo, aún por el bien del nosotros.

Nos invaden dilemas cotidianos que zarandean a la persona humana, eminentemente social.

Nuestra esperanza es la ansiada vacuna, pero nos preguntamos ¿qué acontecerá en ese tiempo de espera? ¿Volverán a confinarnos?

Hay personas, muchas, que no salen a la calle por decisión propia o por agorafobia. Los hay desequilibrados al haber perdido tratamientos y terapias para su enfermedad mental, para sus características especiales, para sus adicciones.

Y qué decir de los sanitarios, agotados física y psicológicamente, pues conviven con decisiones que hubieron de tomar contra su propia moral y ética, que además arrastran el dolor por compasión.

Esta pandemia nos iguala como especie humana, pero pareciera nos discrimina por grupo de edad.

Vemos egoísmo y generosidad; inconscientes y comprometidos. Pero no vemos líderes mundiales, ni criterios científicos congruentes.

Acostumbrados a la soberbia que nos caracteriza como especie, hemos descubierto que somos muy vulnerables, y que el planeta sigue girando, y el resto de animales viviendo sin necesitar de nosotros.

Buscamos respuestas relativas al colegio de los niños, al trabajo de los adultos, al ocio cultural, y no encontramos más que incertidumbre, ensayo-error.

Vivimos un baño de realidad, atisbamos lo esencial, ingenuamente creemos que vamos a cambiar sin percibir que la especie humana evoluciona, pero las personas no cambiamos. Es momento de afrontar psicológicamente los momentos de crisis que vivimos y que están por venir. Los mensajes deben de llegar a cada individuo, pero también a la sociedad en su conjunto.

Preparémonos mentalmente, abramos cognitivamente el horizonte de posibilidades, anticipémoslas, visualicémoslas. Forjemos de esta manera nuestra motivación, voluntad y recursos.

En lo posible dotémonos de herramientas como internet, si no contamos con este medio de comunicación, y si es factible con aquello que nos facilite vivir un segundo confinamiento, desde espacios abiertos para mirar en la distancia, a libros, películas de cine… Pero también regalémonos una nueva afición.

El ser humano es adaptable, es resiliente, aguanta mucho más de lo que cree.

Es verdad que un segundo confinamiento colapsará algunas estructuras emocionales ya agrietadas, en ese sentido búsquese mantener el contacto aún virtual con los terapeutas.

Recordemos que la humanidad ha llegado aquí, tras pandemias, hambrunas, guerras mundiales.

Demos valor supremo a nuestra vida, pero dotándola de una razón de ser, que siempre serán los otros.

No permitamos que el miedo nos impida vivir, no olvidemos lo esencial, el compromiso, el dar lo mejor de uno, el aliviar a los demás.

Serán las noticias, los datos, y por tanto la sensación de grave riesgo lo que podrá de nuevo confinarnos, primando la seguridad, a la libertad individual.

Somos conscientes de que se nos ha hurtado o privado de ver imágenes de féretros a cientos, a miles, pero lo sabemos, y callamos y lloramos la muerte de nuestros mayores sin respiradores.

Lo no dicho, lo ocultado, nos perjudica, su sombra nos acompaña.

Hay una responsabilidad de los gobernantes para prever, para no dejarse sorprender de nuevo. Y hay una corresponsabilidad ciudadana en las conductas, en los comportamientos, también para no crispar, para no violentar.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

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