Una mirada a Italia

España no es el único país del mundo que ha enviado a millones de personas a la emigración. Pero es uno de ellos y podría rivalizar con cualquiera para determinar quién ganaría esa hipotética competición tan dramática. Casi en un abrir y cerrar de ojos, España pasó de tan dolorosa sangría humana a acoger la llegada de millones de ‘nuevos españoles’ en el doble sentido del término. Por eso lo mínimo que cabría esperar de los españoles es un poco de respeto a los inmigrantes, y de modo muy especial por parte de canarios, andaluces, gallegos, asturianos y extremeños, que todavía hoy tienen fuera de su tierra a millones de paisanos, muchos pasándolo fatal en países como Argentina o Venezuela.

Por eso mismo, duele ver a ciertos políticos españoles, alguno de ellos de comunidades recordadas como auténticos manantiales de emigrantes, decir las cosas que dicen contra los inmigrantes, sin reparar en lo más mínimo en que éstos de ahora son como los nuestros de otras épocas; es decir, personas que van a buscarse la vida para dar de comer a los suyos. Y por eso mismo, también duelen las proclamas de Silvio Berlusconi y el tono xenófobo de la Liga Norte de Bossi, otros que parecen olvidar la masiva emigración de italianos a América en los siglos XIX y XX, y que ahora dan pie a una quiebra moral en el Viejo Continente.
 
Sin importarle poner todavía más en evidencia a Berlusconi, cuyo respeto a la libre circulación de ciudadanos está en entredicho, la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, ha tenido la valentía de desmarcarse de las políticas de expulsiones que no respetan la ley y los derechos que consagra la Unión Europea. Y, lejos de obtener un respaldo unánime en España, ha tropezado con algunas matizaciones de sus propios compañeros y la sorprendente crítica del PP, un partido con gran implantación social en comunidades altamente sensibles a todos estos temas, lo cual hace menos comprensible lo que está pasando con el discurso de sus dirigentes.