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La España de ZP

martes 03 de julio de 2007, 14:27h

Llega a la tribuna de oradores del Congreso delos Diputados y desgrana el resumen de sus tres primeros años de Gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero, traje azul grisáceo, camisa blanca y corbata a rayas azul marino y blancas, con su cara de buen chico, deja entrever una mirada de pillo. Sabe que es uno de sus momentos estelares. Por ello se trae la lección bien aprendida. Y si él se sabe lo que va a decir, los ciudadanos como que también. Todos los temas del discurso, hasta frase textuales que llegará a pronunciar, son objeto de los informativos radiofónicos de primeras horas de esta mañana de julio. Naturalmente, se trata de una filtración monclovita. Una astucia que predispone, por un lado, a la pérdida de la atención crítica, y por otro, a la benevolencia. Se ha creado opinión previa.

Puestas así las cosas, al observador no le queda más que la sensación del déjà entendu, de lo ya oído, a medida que el presidente del Gobierno desgrana su discurso. Si para los del PP la España de ZP es el mal absoluto sin mezcla de bien alguno (atención a la intervención de Rajoy esta tarde, apuntada por Eduardo Zaplana nada más acabar el discurso de Zapatero) para el presidente del Gobierno, esta España es el bien absoluto, la repanocha, la Biblia en pasta, la inmaculada blancura de las virginales nieves perpetuas. Hay que vender el caballo mestizo como si fuera un purasangre.

Y el jamelgo, al menos, en materia de derechos civiles y sociales acredita un ADN de excelente raza. Aquí España es casi el asombro del mundo mundial y parte del extranjero. Los ciudadanos tenemos reconocidos todos los derechos habidos y por haber, hasta el de hurgarnos con el dedo meñique de ambas manos la fosa nasal izquierda. Todo ello siempre y cuando no seamos fumadores, adictos a la comida rápida y de pie ligero sobre el acelerador del coche.

Tres cuartos de lo propio en materia de economía (que, ladrillo va, urbanización viene el crecimiento sigue acelerando) y diálogo social (aquí el acierto de ZP y de sus políticas es notable, con la salvedad de que, al menos nominalmente, se trata de un Gobierno socialista y no uno de centro derecha). Son los agentes sociales –sindicatos y patronales—los que, “sin decretazos”, se las arreglan y componen. El Estado y su Gobierno se limitan a fijar el marco. Adam Smith, el padre del liberalismo económico, salta de gozo en su tumba escocesa.

Con su suavidad de formas y su tono monocorde, entra Zapatero en uno de los temas conflictivos de esta legislatura, la Educación para la Ciudadanía. Conflicto artificial y artificioso, a instancia de parte episcopal. Por ello, el presidente recuerda que la nueva asignatura “sólo enseña libertad, sin ortodoxias y críticamente”. Acaba de citar a la bicha, pero los diputados del Partido Popular, como si oyeran llover. Parece que hubiesen desayunado contundente bocadillo de válium, regado con infusión de tila concentrada.

Y llega el momento más esperado. ZP se refiere, así como de pasada, a la política antiterrorista. Y lo hace cuando lleva 55 minutos largos desgranando logros. Eso sí, reitera la firmeza –comprobada, por cierto—en la defensa del estado de Derecho, no sin antes hacer la ya conocida historia del proceso de paz con la banda y sus adláteres hasta la ruptura del mismo. Es este un terreno pantanoso, en un escenario de brumas y de claroscuros que forman parte del atrezzo. En cualquier otro Parlamento democrático (el columnista piensa en el de Wetsminster), en aras de la deseable llegada a buen puerto, la cuestión sería obviada. En la carrera de San Jerónimo, evidentemente no.

Y finaliza su discurso Rodríguez Zapatero presentándolo como un buen balance, en el que “los éxitos son de todos los ciudadanos, mientras que los errores y fracasos son imputables a quienes gobiernan”. Y remacha la idea con una de sus escasas frases lapidarias: “reconociendo errores y rectificando[los] se sirve a la democracia y se sirve a España”.

Habrá que esperar a las cuatro de esta tarde para escuchar al líder del PP, Mariano Rajoy y su enmienda apocalíptica a la totalidad para confrontar la España de ZP con la suya. De ahí saldrá el retrato de la España real, con más luces –mérito del actual Gobierno—pero también con sus sombras. Es la España que vivimos a diario los ciudadanos.

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