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El Rey cuestionado

lunes 19 de noviembre de 2007, 11:40h
Estamos en tiempos de gran oleaje, aunque todo va a quedar, me parece, en tormenta en vaso de agua. El Rey Juan Carlos de Borbón se ha convertido en protagonista de las portadas de los periódicos. Las televisiones preparan reportajes sobre su inminente setenta cumpleaños -que casi coincidirá con los cuarenta años del Príncipe Felipe- y las versiones más variadas circulan en torno a la propia figura del Monarca, a sus relaciones familiares, a sus aciertos y a sus errores. Es decir, estamos en época de claroscuros.

La publicación, hace tres días, de un muy comentado artículo del historiador Santos Juliá, que arrancaba desde la primera página de El País, fue el último punto en el via crucis de un rey hasta ahora afortunado, a quien nadie ha pedido cuentas de sus actos y que ha cosechado muchos más aplausos que críticas a lo largo de sus treinta y dos años de reinado. La polémica ha acompañado la figura de Don Juan Carlos desde que, en la reciente cumbre iberoamericana de Santiago de Chile, lanzó el ya mundialmente famoso “¿por qué no te callas?” al rostro del presidente venezolano Hugo Chávez, que claramente había acudido a ‘reventar’ el acto. La opinión pública se dividió entre quienes vitoreaban el gesto real, como un signo de valor político, y quienes lo condenaban sin paliativos, como impropio de un jefe de Estado de una democracia como la española.

Ciertamente, no se han reproducido las peticiones de abdicación, lanzadas desde un programa radiofónico, pero que son mensajes que tienen sin duda mucho más calado que el que puede atribuirse a  la personalidad del animador de ese espacio mediático en la cadena episcopal. Pensar, en efecto, que un periodista, en este caso Federico Jiménez Losantos, pueda ser el inspirador principal de un movimiento en pro de la abdicación del monarca a favor de su hijo parece poco realista. Parecería más bien que estuviésemos contemplando la punta de un iceberg cuyo calado y verdadera profundidad aún desconocemos. Un iceberg que tiene que ver con planteamientos de la extrema derecha y de la extrema izquierda, empeñada esta última en amargar las visitas del Rey a Cataluña.

El caso es que, desde el aplauso casi unánime, desde un respeto que en ocasiones rayaba casi con el fervor, la figura de Juan Carlos de Borbón ha pasado a ser cuestionada. Y, por primera vez, se nos ofrece una imagen doliente del jefe del Estado ; sus relaciones con su nuera doña Letizia no parecen ser las mejores, y lo peor es que ello parece estar influyendo en las relaciones con su propio hijo; la separación de los duques de Lugo no por esperada ha sido menos traumática y la propia condena a los dibujantes de El Jueves no por mínima ha dejado de ser un revulsivo en determinados ambientes contra la Corona: los ‘cartoonist’, que son acaso los columnistas más temibles, han comenzado a incluir a Don Juan Carlos en sus viñetas, e incluso desde un periódico catalán muy serio su dibujante de humor nos presenta a un rey con  capa de armiño cuya corona está rematada por el toro de Osborne.

Así están las cosas tras un verano en el que las críticas contra la familia real han estado a la orden del día, hasta el punto de que incluso el londinense The Times  lanzó sus venablos contra la figura del Rey y los suyos, mezclando, por cierto, asuntos personales y de mera imagen con cuestiones más crematísticas.

Perecería que se ha levantado la veda y que Don Juan Carlos, que sigue siendo, en las encuestas, la figura más carismática de España, es la pieza a batir. ¿Por qué  y para qué? ¿Ha llegado un vendaval de republicanismo a nuestras fronteras? No es eso lo que dice las encuestas, que siguen mostrando un elevado índice de adhesión popular a los reyes y también un elevado grado de simpatía hacia la figura del Príncipe de Asturias, alñgo que se extiende, aunque en menor media, hacia doña Letizia Ortiz Rocasolano. Se constata de nuevo que los españoles puede que nos ean entusiastas monárquicos, pero tampoco son republicanos, aunque sea éste un tema acerca del cual un debate público se hará inevitable en un futuro sin duda no muy lejano.

Esta no es la primera vez que se produce un cierto movimiento, soterrado, que busca la abdicación del Rey. Un episodio similar, igualmente con protagonistas mediáticos, tuvo lugar hace casi tres lustros, de la mano de aquel llamado ‘sindicato del crimen’ que reunía a figuras muy importantes de los medios de comunicación, conjuradas contra el mandato de un Felipe González cuyo gobierno comenzaba a entrar en una grave crisis.

¿Quién vuelve a estar interesado en desgastar la figura de Don Juan Carlos y por qué? ¿Qué hace que el mismo que era prácticamente intocable muy recientemente se convierta ahora en diana de tantos ataques? ¿Tiene algo que ver ese doble cumpleaños 70-40, de números redondos, del jefe del Estado y de su hijo? Quienes quieren una cesión de la Corona a favor del heredero, ¿piensan en que es necesario consolidar entre los españoles la figura de Don Felipe de Borbón o buscan algo más, acaso un cambio radical en el sistema?

Las preguntas tienen, desde luego, su calado. Juan Carlos de Borbón se conserva en buen estado de salud, sus características y su modo de comportarse con los mismos que nos hacían hasta ayer aplaudirle. ¿Han cambiado tanto los tiempos como para que algunas voces sonoras  propugnen un experimento, pero sin gaseosa, como sería una abdicación?

A quien suscribe, que se proclama monárquico -no necesaria ni meramente juancarlista- por convicción, crítico por vocación, no dejan de atormentarle estas preguntas.  Porque están en la base del arquitrabe jurídico que nos dimos con la Constitución de 1978, de la que pronto se cumplirán  treinta años y que muchos entienden que habrá que modificar en artículos (y títulos) sustanciales. Para ello, serán necesarios esos consensos de los que cada vez más nos hablan desde el Partido Popular, arrojando un guante que los socialistas tendrán, tarde o temprano, que recoger. Y si los dos principales partidos no se ponen de acuerdo en la necesidad de defender a la Corona, por encima de quién sea su titular coyuntural, ¿a qué otros pactos podrían llegar?
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