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Todos hablan de entenderse, pero no, no se entienden

Todos hablan de entenderse, pero no, no se entienden

martes 08 de abril de 2008, 16:37h
¿Por qué, a media tarde del debate de investidura, tenía la sensación de hallarme anclado en la legislatura pasada? ¿Por qué un sabor de boca como de que aquí no hemos avanzado nada? Bueno, lo primero de todo, debo decir que creo que ganó Zapatero; Rajoy estaba como desganado, no hizo propuestas concretas, no señaló las grandes carencias de Zapatero (reforma constitucional, soluciones al caos en el Tribunal Constitucional, mejoras en la normativa electoral), siguió en lo suyo y no habló, no hablaron, de muchos de los temas inmediatos que preocupan a los españoles: qué pasa con la consulta de Ibarretxe, qué pasa si ETA vuelve a lanzar una oferta negociadora, qué ocurre si el Estatut catalán sufre un revés y es declarado inconstitucional…

¿Todo eso no importaba? Me parece una visión alicorta la de Zapatero, atándose al palo mayor del estado de bienestar –de algunos aspectos del estado de bienestar; como si no hubiese más cosas que interesan a los españoles—y más alicorta aún la del líder de la oposición, al que encontré bastante desfondado, siguiéndole la corriente a ZP, cuando era obvio que se trataba de presentar una alternativa ya desde el primer día de la nueva legislatura. Porque la carrera electoral ya habría empezado si no fuese porque antes el PP tiene que solucionar algunos problemas internos, pienso que más bien ficticios, relacionados con su liderazgo. Un tema que, inevitablemente, pesó sobre el debate de investidura, ante el que Zapatero, claro, se mostraba mucho más seguro.

La verdad es que el maillot amarillo da alas, y ZP parecía tener alas, aunque para un vuelo algo rasante. Alicorto. Hizo ofertas, reiteró sus promesas preelectorales, ofreció consensos –pero sin detallarlos-. Todo el mundo lo esperaba, y no debería haber pillado a contrapié a Rajoy. Pero el presidente del PP apenas hizo otra cosa que pedir concreciones a Zapatero ante sus ofertas; cuánto mejor hubiera sido tomarle la palabra, obligar al presidente a citarle en La Moncloa –con lo que le hubiera quitado la iniciativa: le llamará de todas maneras—y decirle algo así como ‘supliremos sus carencias con nuestras ideas, pero lo haremos juntos’. Pero no: Rajoy no abandona su tono reñidor. Y aquí todos hablan de entenderse, pero no se entienden.

Pero esta legislatura no puede ser la segunda parte de la legislatura anterior. Cuánto mejor hubiera sido que en torno a problemas inmediatos, como la inmigración y qué hacer con los inmigrantes desempleados que nos vienen, o el agua, o la inminente presidencia de la UE, o el reconocimiento mutuo –ya era hora- de la catástrofe de la justicia española, se hubiesen delineado algunos principios de acuerdo. Ya vemos que no: que aún estamos en la etapa de los reproches por el pasado, como si el pasado fuese, ahora, importante. Estamos a comienzos de la legislatura y, compatible con el juego democrático gobierno-oposición, es el pacto. Un pacto global en torno a esos grandes temas, algunos de los cuales sobrevolaron el debate, mientras otros ni siquiera hicieron acto de presencia por el hemiciclo.

¿Oportunidad perdida? Puede que sí. Personalmente, estoy un poco harto de las regañinas que se cruzan los señores Zapatero y Rajoy, que a veces me recuerdan a la inolvidable pareja cinematográfica formada por esos gruñones maduros que eran Jack Lemmon y Walter Matthau, peleándose todo el día en torno a las cuestiones más nimias. Sólo que aquellos gruñones se apreciaban, en el fondo.
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