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Álvaro Ussía

lunes 17 de noviembre de 2008, 09:04h

Ciento cuarenta mil personas ejercen su trabajo diariamente como porteros de discotecas. Nadie regula su actividad. Normalmente son requeridos con el siguiente curriculum: la capacidad de intimidar a la clientela. En teoría están para disuadir a la gente de que se meta en líos, de que se den leches, pero en la práctica algunos reparten con gusto. Suelen ser personas con un físico potente que armados con un pinganillo en la oreja, un traje de dudoso gusto y mucho músculo ejercen como macarras tipo camorra. A veces se les va la mano e incluso a veces matan. Se me viene a la cabeza Wilson Pacheco, molido a palos en la zona del maremágnum de Barcelona y tirado después al agua sin compasión dónde murió y hace dos días Álvaro Ussía. No me gusta decir barbaridades cuando escribo pero sólo se me ocurren dos calificativos para los tres matones de tercera que lo han asesinado: MAL NACIDOS.

Álvaro Ussía tuvo la mala suerte de tropezar con una chica y tuvo tan mal tino que esa chica no fue muy afortunada comunicando el incidente a su novio que, casualmente, era el matón de turno de la discoteca. Y ese matón, en lugar de calmar las cosas, las agravó de tal manera que terminó a leches con Álvaro con el resultado de muerte. ¿Quién tiene la culpa de todo esto? Desde luego esa pandilla de asesinos que han matado a Álvaro, eso es indiscutible, pero además tiene una gran responsabilidad un gobierno que admite que unos forzudos que además son matones franqueen las entradas de unos locales para provocar justamente lo que están conminados a evitar: violencia.

Estoy indignada, no puedo dejar de pensar en este pobre chico que ya está muerto, que salió el otro día para celebrar sabe Dios qué, para quedar a lo mejor con la chica con la que salía o para olvidar quizás que otra lo había dejado. Nadie puede saber qué pasó por su cabeza los últimos instantes de su vida cuando pudo ver cómo tres desgraciados lo golpeaban de tal manera que le rompieron el corazón (literal porque un bruto saltó sobre su pecho). No puedo dejar de pensar cómo estarán los padres de Álvaro en este momento, sus amigos, sus primos, toda la gente que ha vivido con él su corta y extinta ya vida. Nada podrá resarcir ya su inmenso dolor.

Lo más probable es que el fiscal pida por ellos 15 años porque muy probablemente el abogado que los defienda dirá que no tenían intención de matarlo aunque sí sabían lo que estaban haciendo. Luego solamente cumplirán una parte de la condena (como siempre).

Lo que si espero y deseo es que estas cosas no vuelvan a suceder nunca más. Que a quién corresponda (que son las autoridades competentes, Comunidad y Ayuntamiento de Madrid) ponga cartas de una buena vez en este asunto porque todos, cada vez que hacemos cola en un local de moda o tomamos copas, somos Álvaro Ussía. Ya está bien de tanto matón impune.

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